Esta tarde, a las 17:00 en la basílica de San Juan de Letrán, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a los participantes en el Curso de formación organizado por la diócesis de Roma y el Tribunal de la Rota Romana, sobre "Matrimonio y Familia", que ha tenido lugar en la roma Basílica de Letrán, del 24 al 26 de septiembre de 2018 y en el que han participado párrocos, diáconos permanentes, cónyuges y pastores.
Publicamos a continuación el discurso que el Papa ha dirigido a los presentes durante el encuentro:
Discurso del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas:
Me alegra encontraros al final del curso de formación sobre el matrimonio y la familia, organizado por la diócesis de Roma y el Tribunal de la Rota Romana. Dirijo mi cordial saludo a cada uno de vosotros, y doy las gracias al Cardenal Vicario, al Decano de la Rota y a todos los que han colaborado en estos días de estudio y reflexión. Os han brindado la oportunidad de examinar los desafíos y los proyectos pastorales relacionados con la familia, considerada como iglesia doméstica y santuario de la vida. Es un campo apostólico vasto, complejo y delicado, al que hay que dedicar energía y entusiasmo, con la intención de promover el evangelio de la familia y de la vida. ¿Cómo no recordar, en este sentido, la visión amplia y llena de futuro de mis predecesores, especialmente de San Juan Pablo II, que promovieron valientemente la causa de la familia, decisiva e insustituible para el bien común de los pueblos?
He desarrollado siguiendo sus huellas este tema, especialmente en la exhortación apostólica Amoris laetitia, poniendo en el centro la urgente necesidad de un camino serio de preparación para el matrimonio cristiano, que no se reduzca a unos pocos encuentros. El matrimonio no es solo un evento "social", sino un verdadero sacramento que implica una preparación adecuada y una celebración consciente. El vínculo matrimonial, en efecto, requiere un decidido compromiso por parte de los novios, que se centra en la voluntad de construir juntos algo que nunca debe ser traicionado o abandonado. En diversas diócesis del mundo se están desarrollando iniciativas para que la pastoral familiar sea más adecuada a la situación real, entendiendo, con esta frase, en primer lugar, el acompañamiento de los novios al matrimonio. Es importante ofrecer a las parejas la oportunidad de participar en seminarios y retiros de oración, que incluyan como animadores, además de sacerdotes, parejas casadas con una experiencia familiar consolidada y expertos en las disciplinas psicológicas.
Muchas veces la raíz última de los problemas, que salen a la luz después de la celebración del sacramento del matrimonio, se encuentra no solo en una inmadurez oculta y remota que emerge de improviso, sino sobre todo en la debilidad de la fe cristiana y en la falta de acompañiento eclesial, en la soledad, en la que se deja a los recién casados después de la celebración de la boda. Solo enfrentados a la realidad cotidiana de la vida juntos, que llama a los cónyuges a crecer en un camino de entrega y sacrificio, algunos se dan cuenta de que no habían entendido plenamente lo que iban a comenzar. Y se sienten inadecuados, especialmente si se confrontan con el alcance y el valor del matrimonio cristiano, por cuanto se refiere a las implicaciones concretas relacionadas con la indisolubilidad del vínculo, la apertura para transmitir el don de la vida y la fidelidad.
Por eso reitero la necesidad de un catecumenado permanente para el Sacramento del Matrimonio que atañe a su preparación, celebración y a los primeros tiempos sucesivos. Es un camino compartido entre sacerdotes, operadores pastorales y esposos cristianaos. Los sacerdotes, especialmente los párrocos, son los primeros interlocutores de los jóvenes que desean formar una nueva familia y casarse con el sacramento del matrimonio. El acompañamiento del ministro ordenado ayudará a los futuros esposos a comprender que el matrimonio entre un hombre y una mujer es un signo de los esponsales entre Cristo y la Iglesia, haciéndolos conscientes del profundo significado del paso que están a punto de dar. Cuanto más profundo y extendido en el tiempo sea el camino de preparación, más aprenderán las parejas jóvenes a corresponder a la gracia y la fuerza de Dios y también desarrollarán los "anticuerpos" para hacer frente a los inevitables momentos de dificultad y fatiga de la vida conyugal y familiar.
En los cursos de preparación para el matrimonio es esencial reanudar la catequesis de la iniciación cristiana a la fe, cuyo contenido no debe darse por sentado o como ya asumido por los novios. En cambio, en la mayoría de los casos, el mensaje cristiano debe ser redescubierto por aquellos que se han quedado con alguna noción elemental del catecismo de la Primera Comunión y, si todo va bien, de la Confirmación. La experiencia demuestra que el tiempo de preparación para el matrimonio es un tiempo de gracia, en el que la pareja está particularmente abierta a escuchar el Evangelio, a recibir a Jesús como maestro de vida. A través de una actitud sincera de acogida de las parejas, de un lenguaje adecuado y una presentación clara de los contenidos, es posible activar dinámicas que superen lagunas muy difusas hoy en día: sea la carencia de formación catequética que la falta de un sentido filial de la Iglesia, la cual también forma parte de los fundamentos del matrimonio cristiano.
El cuidado pastoral es mucho más eficaz cuando el acompañamiento no termina con la celebración de la boda, sino que "escolta" al menos durante los primeros años de la vida conyugal. A través de coloquios con la pareja y con la comunidad, se trata de ayudar a los cónyuges jóvenes a adquirir las herramientas y los apoyos para vivir su vocación. Y esto solo puede suceder a través de un camino de crecimiento en la fe de las parejas mismas. La fragilidad que, bajo este perfil, se encuentra a menudo en los jóvenes que se acercan al matrimonio hace que sea necesario acompañar su camino más allá de la celebración de la boda. Y esto, -nos dice otra vez la experiencia-, es una alegría para ellos y para quienes los acompañan. Es una experiencia de alegre maternidad, cuando los recién casados son objeto de los cuidados solícitos de la Iglesia que, siguiendo los pasos de su Maestro, es una madre atenta que no abandona, no descarta, sino que se acerca con ternura, abraza y alienta.
Con respecto a aquellos cónyuges que experimentan serios problemas en su relación y se encuentran en crisis, es necesario ayudarlos a reavivar la fe y redescubrir la gracia del sacramento y, en algunos casos, - que deben ser evaluados con rectitud y libertad interior- dar las indicaciones apropiadas para emprender un proceso de nulidad. Los que se han dado cuenta de que su unión no es un verdadero matrimonio sacramental y quieren salir de esta situación, pueden encontrar en los obispos, sacerdotes y operadores pastorales el apoyo necesario, que se expresa no solo en la comunicación de las normas jurídicas, sino ante todo en una actitud de escucha y comprensión. En este sentido, la normativa sobre el nuevo proceso de matrimonio es un instrumento válido que debe ser aplicado de manera concreta e indiscriminada por todos, en todos los niveles eclesiales, ¡porque su razón última es la salus animarum! Me ha alegrado saber que muchos obispos y vicarios judiciales han acogido con prontitud e implementado el nuevo proceso matrimonial, para confortar la paz de las conciencias, especialmente de los más pobres y alejados de nuestras comunidades eclesiales.
Queridos hermanos y hermanas, os agradezco vuestro compromiso en el anuncio del Evangelio de la familia. Espero que el horizonte de la pastoral familiar diocesana sea cada vez más amplio, asumiendo el estilo propio del Evangelio, encontrando y acogiendo incluso a aquellos jóvenes que deciden convivir sin casarse. ¡Es necesario darles testimonio de la belleza del matrimonio! Que el Espíritu Santo os ayude a ser operadores de paz y consuelo, especialmente para las personas más frágiles y necesitadas de apoyo y atención pastoral. Os imparto de todo corazón mi bendición y os pido por favor que recéis por mí.