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Mensaje al XXXIX Meeting por la amistad entre los pueblos (Rimini, 19 al 25 de agosto de 2018) , 19.08.2018

Con motivo de la 39ª edición del Meeting por la Amistad entre los Pueblos, que se ha inaugurado hoy en Rimini sobre el tema "Las fuerzas que mueven la historia son las mismas que hacen feliz al hombre", el Santo Padre Francisco ha enviado al obispo Mons. Francesco Lambiasi, a través del cardenal Secretario de Estado Pietro Parolin, el mensaje que publicamos a continuación:


Mensaje
A Su Excelencia Reverendísima
Mons. Francesco Lambiasi
Obispo de Rimini

Excelencia Reverendísima

También este año, el Santo Padre Francisco desea enviar, a través de Usted, un cordial saludo a los organizadores, a los voluntarios y a los participantes en el  XXXIX Meeting por la amistad entre los pueblos, un saludo al que uno a mis mejores deseos personales para el éxito del evento.

El título del Meeting, "Las fuerzas que mueven la historia son las mismas que hacen feliz al hombre", resume la expresión de Don Giussani y se refiere a ese momento crucial en la sociedad alrededor del 68, cuyos efectos no se han agotado  cincuenta años después, tanto que el Papa Francisco afirma que " hoy no vivimos una época de cambio sino un cambio de época " (Discurso a la V Conferencia Nacional de la Iglesia Italiana, Florencia, 10 de noviembre de 2015).

La ruptura con el pasado se convirtió en el imperativo categórico de una generación que puso sus esperanzas en una revolución de las estructuras capaz de asegurar una mayor autenticidad de vida. Muchos creyentes cedieron al encanto de esta perspectiva e hicieron de la fe un moralismo que, dando por sentada la Gracia, confiaba en los esfuerzos de la realización práctica de un mundo mejor.

Por esto , es significativo que, en ese contexto, para un hombre joven, completamente dedicado a la búsqueda de las "fuerzas que dominan la historia", Don Giussani dijo: "Las fuerzas que mueven la historia son las mismas que hacen feliz al hombre" (Vita di don Giussani, BUR 2014, página 412). Con estas palabras, lo desafiaba a  verificar cuales eran las fuerzas que cambian la historia, subiendo el listón  con el que medir su intento revolucionario.

¿Qué  ha sido de aquel intento? ¿Qué queda de ese deseo de cambiar todo? Este no es el lugar para un balance histórico, pero podemos encontrar algunos síntomas que surgen de la situación actual de Occidente. Se vuelve a erigir muros en lugar de construir puentes. Se tiende  a estar cerrados, en lugar de abiertos a quien es diferente de nosotros. Crece más la indiferencia que el deseo de tomar la iniciativa para un cambio. Prevalece una sensación de miedo sobre la confianza en el futuro. Y nos preguntamos si en este medio siglo el mundo se haya vuelto más habitable.

Esta pregunta también nos concierne a los cristianos, que hemos atravesado la temporada del '68 y que ahora estamos llamados a reflexionar, junto con muchos otros protagonistas, y a preguntarnos: ¿Qué hemos aprendido? ¿Qué podemos atesorar?

Desde siempre  la tentación del hombre ha sido pensar que su inteligencia y su capacidad sean los principios que gobiernan el mundo; una pretensión que se realiza de dos maneras: "Una es la fascinación del gnosticismo, donde el sujeto [...] queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos. La  otra es el neopelagianismo [...] de quienes, en el fondo, solo confían en sus propias fuerzas"(Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, 94).Pero entonces, ¿el cristiano que quiere evitar estas dos tentaciones tiene que renunciar necesariamente al deseo de cambio? No, no se trata de retirarse del mundo para no arriesgarse a cometer errores y preservar una especie de pureza incontaminada, porque "la fe auténtica [...] siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo" (ibid., 183). Para mover la historia, como reza el título del Meeting.

Muchos se preguntarán: ¿es posible? El cristiano no puede dejar de soñar que el mundo cambiará para mejor. Es razonable soñar con ello, porque en la raíz de esta certeza está la profunda convicción de que Cristo es el comienzo del nuevo mundo, que el Papa Francisco resume con estas palabras: "Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable. [...] En medio de la oscuridad, siempre comienza a brotar algo nuevo" (ibid., 276).

Hemos visto esta "fuerza vital" en acción en muchas situaciones a lo largo de la historia. ¿Cómo no recordar ese otro cambio de época que marcó el mundo?  De ello habló el Santo Padre con el episcopado europeo el año pasado: " En el ocaso de la antigua civilización, cuando las glorias de Roma se convertían en esas ruinas que todavía hoy podemos admirar en la ciudad; mientras nuevos pueblos presionaban a lo largo de las fronteras del antiguo Imperio, un joven se hizo eco de la voz del Salmista: «¿Quién es el hombre que quiere la vida y desea ver días felices?» Al proponer esta cuestión en el Prólogo de la Regla, san Benito [...]no se preocupa de la condición social, ni de la riqueza, ni del poder. Él mira la naturaleza común de cada ser humano, que, cualquiera que sea su condición, anhela profundamente la vida y  desea días felices. "(Discurso sobre  Europa, 28 de octubre de 2017).
¿Quién salvará hoy este deseo que vive, aunque confuso, en el corazón del hombre? Solo algo que esté a la altura de su anhelo infinito. De hecho, si el deseo no encuentra un objeto adecuado, permanece bloqueado y ninguna promesa, ninguna iniciativa podrá moverlo. Desde este punto de vista, "es perfectamente concebible que la era moderna, iniciada con un flujo de actividad humana tan excepcional y prometedor, termine en la pasividad más letal y estéril que la historia haya conocido" (H. Arendt, Vita activa. La condizione umana  Milán 1994, 239-240).

Ningún esfuerzo, ninguna revolución puede satisfacer al corazón humano. Solo Dios, que nos creó con un deseo infinito, puede llenarlo con su presencia infinita; para esto se hizo hombre: para que los hombres puedan encontrar a Aquel que salva y cumple el deseo de días felices, como recuerda un pasaje del Documento de Aparecida (29 de junio de 2007), fruto de la V Conferencia del episcopado del continente latinoamericano y del Caribe. El Santo Padre, agradeciendo la exposición dedicada al gran Santuario Mariano de Aparecida, ofrece este paso como contribución a la profundización del tema del Meeting: " El acontecimiento de Cristo es, por lo tanto, el inicio de ese sujeto nuevo que surge en la historia y al que llamamos discípulo: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” "(Deus caritas est, 1). [...]La naturaleza misma del cristianismo consiste, por lo tanto, en reconocer la presencia de Jesucristo y seguirlo. Ésa fue la hermosa experiencia de aquellos primeros discípulos que, encontrando a Jesús, quedaron fascinados y llenos de estupor ante la excepcionalidad de quien les hablaba, ante el modo cómo los trataba, correspondiendo al hambre y sed de vida que había en sus corazones. El evangelista Juan nos ha dejado plasmado el impacto que produjo la persona de Jesús en los dos primeros discípulos que lo encontraron, Juan y Andrés. Todo comienza con una pregunta: “¿qué buscan?” (Jn 1, 38). A esa pregunta siguió la invitación a vivir una experiencia: “vengan y lo verán” (Jn 1, 39). Esta narración permanecerá en la historia como síntesis única del método cristiano. (Doc. Aparecida, 243-244).

El Santo Padre desea que el Meeting de este año sea, para todos aquellos que participan, una oportunidad para profundizar o aceptar la invitación del Señor Jesús: "Venid y veréis ". Esta es la fuerza que, mientras libera al hombre de la esclavitud de los "falsos infinitos", que prometen la felicidad sin poder asegurarla, lo convierte en  nuevo protagonista de la escena mundial, llamado a hacer de la historia el lugar donde se encuentran los hijos de Dios con su padre y los hermanos entre ellos.

Mientras asegura sus oraciones para que estéis a la altura de este emocionante desafío, el Papa Francisco pide que se rece por él y por el Encuentro Mundial de las Familias que tendrá lugar en Dublín los días 25 y 26 de agosto.

Uno  mi deseo personal, acompañado por la oración, y aprovecho la circunstancia para enviarle mis saludos.

Cardenal Pietro Parolin
Secretario de Estado