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Las palabras del Papa en la oración del Ángelus, 08.07.2018

El Papa Francisco se ha asomado esta mañana a mediodía a  la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para rezar el Ángelus con los fieles reunidos en la plaza de San Pedro para la habitual cita dominical.

Estas han sido las palabras del Santo Padre al presentar la oración mariana:

Antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La página del Evangelio de hoy (ver Marcos 6: 1-6) nos  presenta a Jesús que regresa a Nazaret y el sábado comienza a enseñar en la sinagoga. Desde que se fue y empezó a predicar por los pueblos y aldeas cercanas, nunca había puesto pie en su tierra natal. Ha vuelto. Por lo tanto, todo el pueblo había ido a escuchar a este paisano, cuya fama de sabio maestro y poderoso sanador  se extendía ya por toda  Galilea y fuera de ella. Pero lo que podía perfilarse como un éxito, se convirtió en un rechazo clamoroso hasta el punto de que Jesús no pudo hacer  allí ningún prodigio, sino solo unas pocas curaciones (véase el versículo 5). La dinámica de ese día es reconstruida en detalle por el evangelista Marcos: la gente de Nazaret primero escucha y se queda asombrada; luego se pregunta perpleja: "¿De dónde le viene esto?", ¿esta sabiduría? y al final se escandaliza, reconociendo en él al carpintero, al hijo de María, a quien han visto crecer (versículos 2-3). Por lo tanto, Jesús concluye con la expresión que se ha convertido en proverbial: "Un profeta sólo en su patria carece de prestigio" (v. 4).

Nos preguntamos: ¿Por qué los paisanos de Jesús pasan de la maravilla a la incredulidad? Comparan el origen humilde de Jesús con sus capacidades actuales: es carpintero, no ha estudiado y, sin embargo, predica mejor que los escribas y hace milagros. Y en lugar de abrirse a la realidad, se escandalizan. Según los habitantes de Nazaret, ¡Dios es demasiado grande para rebajarse a hablar a través de un hombre tan simple! Es el escándalo de la encarnación: el evento desconcertante de un Dios hecho carne, que piensa con  mente de hombre, trabaja y actúa con manos de hombre, ama con un corazón de hombre, un Dios que trabaja, come y duerme como uno de nosotros. El Hijo de Dios da la vuelta a  cualquier esquema humano: no son los discípulos los que lavan los pies del Señor, sino el Señor el que lava los pies a los discípulos (véase Jn 13, 1-20). Esta es causa de escándalo e incredulidad no solo en aquella época, en todas las edades, incluso en nuestros días.

La inversión que hace Jesús compromete a sus discípulos de ayer y de hoy a una verificación personal y comunitaria. También en nuestros días puede suceder que alimentemos prejuicios que nos impiden captar la realidad. Pero el Señor nos invita a asumir una actitud de escucha humilde y de espera, porque la gracia de Dios se nos suele presentar de una manera sorprendente, que no corresponde a nuestras expectativas. Pensemos juntos, por ejemplo en la Madre Teresa de Calcuta. Esa monjita pequeña,- a la que nadie daba importancia-  que iba por las calles para llevarse a los moribundos para que tuvieran una muerte digna. ¡Esa monjita con la  oración y su obra hizo  maravillas! La pequeñez de una mujer revolucionó la obra caritativa en la Iglesia. Es un ejemplo de nuestros días. Dios no se ajusta a los prejuicios. Debemos esforzarnos por abrir el corazón y la mente, para acoger la realidad divina que nos sale al encuentro. Se trata de tener fe: la falta de fe es un obstáculo para la gracia de Dios. Muchos bautizados viven como si Cristo no existiera: los gestos y signos de fe se repiten, pero no corresponden a una verdadera adhesión a la persona de Jesús y a su Evangelio. Cada cristiano - todos nosotros, cada uno de nosotros - está llamado a profundizar en esta pertenencia fundamental, tratando de dar testimonio de ella con una forma de vida coherente, cuyo hilo conductor sea siempre la caridad.

Pidamos al Señor, por intercesión de la Virgen María, que derrita la dureza de los corazones y la estrechez de las mentes, para que estemos abiertos a su gracia, a su verdad y a su misión de bondad y misericordia que está destinada a todos, sin excepción.

Después del Ángelus

¡Queridos hermanos y hermanas!

Ayer, en Bari, con los Patriarcas de las Iglesias de Oriente Medio y sus representantes vivimos una jornada especial de oración y reflexión por la paz en esa región. Doy gracias a Dios por este encuentro, que ha sido un signo elocuente de la unidad de los cristianos, y en el que  ha participado  con entusiasmo el pueblo de Dios. Una vez más, doy las gracias a los Hermanos Jefes de las Iglesias y a aquellos que los han representado; para mí han sido verdaderamente edificantes su actitud y sus testimonios. Doy las gracias al arzobispo de Bari, hermano humilde y servidor, a los colaboradores y a todos los fieles que nos han acompañado y apoyado con la oración y la presencia gozosa.

Hoy es el "Domingo del Mar", dedicado a la gente de mar y los pescadores. Rezo por ellos y por sus familias, así como también por los capellanes y voluntarios del Apostolado del Mar. Un recuerdo especial para quienes viven en situaciones de trabajo indigno en el mar; así como para aquellos que se esfuerzan por liberar los mares de la contaminación.

¡Un saludo cordial a todos vosotros, romanos y peregrinos! Saludo a los fieles que han llegado de Polonia con un pensamiento especial para los participantes en la gran peregrinación anual de la familia de Radio María al Santuario de Częstochowa. Saludo a los monaguillos de Filipinas con sus familias; a los jóvenes de Padua, al grupo de estudiantes y profesores de Brescia y a los scouts de Pont-Saint-Martin, en el Valle de Aosta. Y veo banderas brasileñas ... Saludo a los brasileños y ¡valor! ¡Otra vez será! Os deseo a todos un buen domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta pronto.