Esta mañana en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico, el Papa Francisco ha recibido en audiencia a las Hermanas Teatinas de la Inmaculada Concepción, que celebran el 400 aniversario de la muerte de su fundadora, la Venerable Orsola Benincasa.
Publicamos a continuación el discurso que el Papa ha dirigido a las religiosas durante el encuentro
Discurso del Santo Padre
¡Queridas hermanas!
Os doy la bienvenida y me alegra hacerlo mientras estáis celebrando el cuarto centenario del regreso a la casa del Padre de vuestra fundadora, la Venerable Orsola Benincasa. Os doy las gracias por todo el bien que hacéis en la Iglesia y allí donde trabajáis para el Reino de Dios: América, África y Europa. Junto a vosotras también saludo a los Padres Teatinos que os acompañan. Vosotras sabéis que nosotros, los Jesuitas, tenemos una historia algo fea con los Teatinos…Reñimos en la época de Pablo IV, hace tanto tiempo. Ahora somos amigos. Estáis particularmente vinculadas con ellos desde que la Madre Orsola, poco antes de morir, confió su trabajo y sus Reglas a los Clérigos Regulares Teatinos por la gran estima que tenía de ellos.
Orsola Benincasa era una mujer contemplativa: esto quiero subrayarlo: la contemplación. Al igual que el profeta Jeremías, ella también se sintió seducida por el Señor y se dejó seducir (véase Jer 20: 7). A lo largo de su vida buscó la plena conformidad con el Cristo crucificado, también gracias a las experiencias místicas. Enamorada de la Eucaristía, hizo de este Sacramento el centro y el alimento de su vida. Arraigada en Cristo y atraída por la luz de la Inmaculada Concepción, os ha dejado un carisma que es inseparablemente cristocéntrico y mariano; y, como testamento, el vivir "sin ninguna otra regla que el amor" ¡ Y esto no es fácil! Partiendo de esta centralidad de Cristo en su vida, comprendió las necesidades de la gente, especialmente de los jóvenes, viviendo para la gloria de Dios y la salvación de las almas.
En esta estructura espiritual, donde Cristo es el único bien supremo, se apoya diariamente vuestra vida de oración. Una oración que, lejos de separaos del mundo y de sus necesidades, os lleva a amar al mundo como lo ama y lo quiere el Señor. De una manera particular, os lleva a dedicaros a la educación y formación de las nuevas generaciones, atentas a su promoción humana y su crecimiento en la fe, sin descuidar por ello vuestra presencia cerca de las personas que sufren, en quienes reconocéis a Jesús crucificado. Por este camino, el Señor os llama a salir de vosotras mismas y a ir a las periferias existenciales, con libertad de corazón. Vosotras mismas encontráis vida dando vida, encontráis esperanza dando esperanza, encontráis vuestra razón de ser en la Iglesia y en el mundo, amando y viviendo siempre según la lógica del don, la lógica del Evangelio.
Os animo a ser, siguiendo el ejemplo de vuestra fundadora, maestras de conocimiento experiencial de Dios. El mundo de hoy en día necesita testigos de la trascendencia, personas que sean sal de la tierra y luz del mundo (Mt 5,13-14), que sean levadura en la masa (ver Mt 13.33). No privéis a los hombres y a las mujeres de hoy de este alimento, tan necesario como el pan material. Junto con las personas en condiciones de pobreza material, hay muchas que han perdido el sentido de la vida, corazones resecos y sedientos de buen pan y agua de vida, que, incluso sin saberlo, esperan encontrar a Jesús. También hay corazones hambrientos y sedientos. Id a saciar ese hambre, esa sed, donde no hay capacidad de saciarse con esa ilusión, la ilusión de las luces que no dan vida, de las luces que no alumbran. Y también, a vosotros como a los discípulos, Jesús os dice hoy: Dadles de beber y de comer (ver Mc 6:37), ese pan que sacia, esa agua que sacia. Si estaréis abiertas al Espíritu, Él os guiará para responder con creatividad al grito de los pobres y de tantos hambrientos y sedientos de Dios. El Espíritu mismo os ayudará a preguntaros: ¿Qué nos piden el Señor y los hermanos? Os ayudará a manteneros despiertas, vigilantes como centinelas del Señor, para que la luz y el calor del amor de Dios lleguen a las personas que encontréis y despierten en ellas la esperanza.
El mundo también necesita vuestro testimonio de vida fraterna en comunidad. No es fácil la vida fraterna, no es fácil. Siempre hay algo por qué reñir, de qué chismorrear. ¿Es verdad? Siempre, siempre. Es muy feo chismorrear en familia. Es feo, pero hay remedio, un medicamento muy bueno para no chismorrear: morderse la lengua. Se hincha, pero no se chismorrea. ¡Probadlo! Por lo tanto espiritualidad de comunión. La espiritualidad de vivir juntas, para que el camino comunitario se convierta en una "peregrinación santa" (ver Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 87). Ahuyentando la crítica, el chisme, los antagonismos, y practicando en cambio la acogida y la atención recíproca, la comunión de bienes materiales, el respeto para con los más débiles (cf. Carta a todas las personas consagradas, 21 de noviembre de 2014, II, 3). Esto es muy importante: preocuparse de los ancianos. Son la memoria de la congregación. No dejarlos allí, en la enfermería, abandonados. No. Id donde están, hacedles hablad –son la memoria- acariciadlos. No os olvidéis de los ancianos. Que resuene siempre en vuestros corazones el testamento de la Fundadora: "Amaos mutuamente". Respetaos mutuamente. Que cada una busque el bien de la otra" ¡Este es un hermoso camino de santidad! Así, encarnareis el mandamiento del amor donde vivís y trabajáis: en las escuelas, en las parroquias, en los hogares de ancianos, en cada lugar donde lleváis con la vida y con la palabra el Evangelio de Cristo. De esta manera, seréis siempre constructoras de la comunión dentro de vuestro Instituto y más allá (ver JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica, Vita Consecrata, 51).
María Inmaculada, a quien veneráis como modelo y patrona, os conceda la gracia de ser mujeres apasionadas de Cristo y de la humanidad; de poneros constantemente en camino para servir a los más necesitados, como ella hizo en la Visitación ver Lc 1:39); de saber estar allí donde es necesaria vuestra presencia como discípulas del Señor y mujeres consagradas (véase Hechos 1: 14).
Por todo ello, os imparto de todo corazón mi bendición. Y vosotras, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.