Al final de la santa misa celebrada en la BasílicaVaticana el domingo de Pentecostés, el Papa Francisco se asomó a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para rezar el Regina Coeli con los fieles reunidos en la plaza de San Pedro para la habitual cita dominical.
Estas han sido las palabras del Santo Padre durante la oración mariana del tiempo de Pascua:
Antes del Regina Coeli
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la fiesta de hoy de Pentecostés culmina el tiempo de Pascua, centrado en la muerte y resurrección de Jesús. Esta solemnidad nos hace recordar y revivir la efusión del Espíritu Santo sobre los apóstoles y los otros discípulos reunidos en oración con la Virgen María en el Cenáculo (cf. Hechos 2: 1-11). Ese día comenzó la historia de la santidad cristiana, porque el Espíritu Santo es la fuente de la santidad, que no es el privilegio de unos pocos, sino la vocación de todos.
Por el Bautismo, en efecto, todos estamos llamados a participar en la misma vida divina de Cristo y, con la Confirmación, a convertirnos en sus testigos en el mundo. "El Espíritu Santo derrama santidad por todas partes en el santo pueblo fiel de Dios" (Exhortación Apostólica Gaudete et exsultate, 6). " Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente. " (Const. Dogm. Lumen Gentium, 9).
Ya por medio de los antiguos profetas, el Señor había anunciado su diseño al pueblo. Ezequiel: "Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas. [...] Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios "(36: 27-28). El profeta Joel: "Derramaré mi espíritu en toda carne. Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán [...] Hasta en los siervos y en las siervas derramaré mi espíritu en aquellos días. [...] Todo el que invoque el nombre del Señor será salvo "(3.1-2.5). Y todas estas profecías se hacen realidad en Jesucristo, "mediador y garante de la efusión permanente del Espíritu" (Misal Romano, Prefacio después de la Ascensión). Y hoy es la fiesta de la efusión del Espíritu.
Desde aquel día de Pentecostés, y hasta el fin de los tiempo, esta santidad, cuya plenitud es Cristo, se da a todos los que se abren al Espíritu Santo y se esfuerzan por serle dóciles. Es el Espíritu que nos hace experimentar una alegría plena. Al entrar en nosotros, el Espíritu Santo vence la aridez abre los corazones a la esperanza y estimula y fomenta la maduración interna en la relación con Dios y con el prójimo. Esto es lo que San Pablo nos dice: "El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí" (Gal 5,22). Todo esto hace el Espíritu en nosotros. Es por eso que hoy celebramos esta riqueza que el Padre nos da.
Pidamos a la Virgen María que también hoy la Iglesia obtenga un renovado Pentecostés, una juventud renovada que nos dé la alegría de vivir y testimoniar el Evangelio e "infunda en nosotros un intenso anhelo de ser santos para la mayor gloria de Dios" (Gaudete et Exsultate , 177).
Después del Regina Coeli
Queridos hermanos y hermanas,
Pentecostés nos lleva con el corazón a Jerusalén. Ayer por la tarde me uní espiritualmente a la vigilia de oración por la paz que se celebró en esa ciudad, santa para los judíos, los cristianos y los musulmanes. Y hoy seguimos invocando al Espíritu Santo para que suscite voluntad y gestos de diálogo y de reconciliación en la Tierra Santa y en todo el Oriente Medio.
Deseo dirigir un pensamiento particular al querido Venezuela. Pido que el Espíritu Santo dé a todo el pueblo venezolano- todo, gobernantes, pueblo- la sabiduría para encontrar el camino de la paz y de la unidad. También rezo por los detenidos que murieron ayer.
El evento de Pentecostés marca el origen de la misión universal de la Iglesia. Por esta razón se publica hoy el Mensaje para la próxima Jornada Misionera Mundial. Y también me complace recordar que ayer se celebraron los 175 años del nacimiento de la Obra de Infancia Misionera, cuyos protagonistas son los niños, con la oración y con los pequeños gestos cotidianos de amor y de servicio. Doy las gracias y animo a todos los niños que participan a difundir el Evangelio en el mundo. ¡Gracias!
Dirijo un cordial saludo a vosotros, los peregrinos llegados de Italia y de varios países. En particular a los alumnos del Colegio Irabia-Izaga de Pamplona, al grupo del Colegio São Tomás de Lisboa y a los fieles de Neuss (Alemania).
Saludo a la Schola cantorum de Vallo della Lucania, a los fieles de Agnone y a los de San Valentino en Abruzzo Citeriore, a los chicos que van a recibir la confirmación de San Cataldo, a la Cooperativa social “Giovani Amici” de Terrassa Padovana y al colegio “Caterina di Santa Rosa” de Roma, que celebra hoy sus 150 años.
Queridos hermanos y hermanas,
Me complace anunciar que el 29 de junio, celebraré un consistorio para nombrar a 14 nuevos cardenales. Su procedencia expresa la universalidad de la Iglesia que sigue anunciando el amor misericordioso de Dios a todos los hombres de la tierra.
La inserción de los nuevos cardenales en la diócesis de Roma, además, manifiesta el vínculo indivisible que hay entre la sede de Pedro y las Iglesias particulares en todo el mundo.
Estos son los nombres de los nuevos cardenales: Su Beatitud Louis Raphaël I Sako, Patriarca de Babilonia de los Caldeos, S.E. Mons. Luis Ladaria, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, S.E. Mons. Angelo de Donatis, Vicario General de Roma, S.E. Mons. Giovanni Angelo Becciu, Sustituto para los Asuntos Generales de la Secretaria de Estado y Delegado Especial ante la Soberana Orden de Malta, S.E. Mons Konrad Krajewski, Limosnero Apostólico, S.E. Mons. Joseph Coutts, arzobispo de Karachi, S.E. Mons. António dos Santos Marto, obispo de Leiria-Fátima, S.E. Mons. Pedro Barreto, arzobispo de Huancayo, S.E. Mons. Desiré Tsarahazana, arzobispo de Toamasina, S.E. Mons. Giuseppe Petrocchi, arzobispo de L’Aquila, S.E. Mons. Thomas Aquinas Manyo, arzobispo de Osaka.
Junto a ellos uniré a los miembros del Colegio Cardenalicio: un arzobispo, un obispo y un religioso que se han distinguido por su servicio a la Iglesia: S.E. Mons. Sergio Obeso Rivera, arzobispo emérito de Xalapa, S.E. Mons. Toribio Ticona Porco, prelado emérito de Corocoro, R.P. Aquilino Bocos Merino, Claretiano.