A las 15:45, hoy, Jueves Santo, el Santo Padre Francisco salió de Santa Marta y se dirigió al penitenciario Regina Coeli de Roma.
A su llegada, alrededor de las 16.00, el Papa saludó a los reclusos ingresados en la enfermería. Después presidió la celebración de la Misa en Coena Domini, comienzo del Triduo de Pascua, y dejó como regalo el altar en el que celebró.
Durante el rito, el Santo Padre lavó los pies a 12 reclusos de siete países diferentes: 4 italianos, 2 filipinos, 2 marroquíes, 1 moldavo, 1 colombiano, 1 nigeriano y 1 de Sierra Leona. Ocho de ellos son de religión católica; dos musulmanes; un ortodoxo y un budista.
Por último, antes de regresar al Vaticano, saludó a algunos presidiarios de la Sección VIII.
Sigue el texto de la transcripción de la homilía improvisada por el Papa Francisco después de la proclamación del Santo Evangelio y las palabras al final de su visita:
Homilía del Santo Padre
Jesús termina su discurso diciendo: « Porque os he dado ejemplo, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis». Lavar los pies. Los pies en aquel tiempo eran lavados por los esclavos. Era una tarea de esclavos. La gente recorría las calles, no había asfalto, no había “sampietrini” (ladrillos n.d.r); en aquel tiempo había polvo en el camino y la gente se ensuciaba los pies. Y en la entrada de las casas estaban los esclavos que lavaban los pies. Era un trabajo de esclavos pero era un servicio: un servicio que hacían los esclavos. Jesús quiso hacer este servicio para darnos un ejemplo de cómo nosotros tenemos que servirnos los unos a los otros.
Una vez, cuando estaban en camino, dos de los discípulos que querían hacer carrera, pidieron a Jesús ocupar puestos importantes, uno a su derecha y el otro a la izquierda, (cfr. Mc 10,35-45). Y Jesús los miró con amor -Jesús siempre miraba con amor - y les dijo: «No sabéis lo que pedís». Los jefes de las Naciones – dice Jesús – “dominan las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad” (v.48) Pensemos, en aquella época de los reyes, de los emperadores tan crueles, que se hacían servir por los esclavos…. Pero entre vosotros – dice Jesús - no debe ser así: el que manda, debe servir. Vuestro jefe debe ser vuestro servidor. Jesús revierte la costumbre histórica y cultural de aquella época - también la de hoy-. El que manda para ser un buen jefe, sea donde sea, debe servir. Pienso muchas veces – no en este tiempo porque cada uno está vivo todavía y tiene la oportunidad de cambiar de vida y no podemos juzgar – pero pensemos en la historia: Si tantos reyes, emperadores, jefes de Estado hubieran entendido esta enseñanza de Jesús y en vez de dominar, de ser crueles, de matar gente, hubieran hecho esto: ¡Cuántas guerras se hubieran evitado! El servicio: de verdad hay gente que no facilita esta actitud, gente soberbia, gente odiosa, gente que tal vez nos desea el mal; pero nosotros estamos llamados a servirlos todavía más. Y también hay gente que sufre, que está descartada por la sociedad, al menos por un tiempo, y Jesús va allí para decirles: “Tú eres importante para mí”. Jesús viene a servirnos, y la señal de que Jesús nos sirve hoy aquí, en la cárcel de Regina Coeli, es que ha querido elegir a doce de vosotros, como a los doce apóstoles, para lavarles los pies. Jesús se arriesga por cada uno de nosotros. Jesús no se llama Poncio Pilatos. Jesús no sabe lavarse las manos, sólo sabe arriesgarse. Mirad esta imagen tan bella: Jesús, inclinado entre las espinas, arriesgándose a herirse para sacar a la oveja descarriada.
Hoy yo, que soy pecador como vosotros, pero represento a Jesús, soy embajador de Jesús. Hoy, cuando me incline ante cada uno de vosotros, pensad: “Jesús se ha arriesgado por este hombre, un pecador, para venir a verme y decirme que me ama”. Éste es el servicio, éste es Jesús: No nos abandona nunca, nunca se cansa de perdonar, nos ama tanto. ¡Mirad como se arriesga Jesús!
Y así, con estos sentimientos, proseguimos esta ceremonia que es simbólica. Antes de darnos su Cuerpo y su Sangre, Jesús se arriesga por cada uno de nosotros, y se arriesga en el servicio porque nos ama tanto.
En el momento del intercambio de la paz, el Santo Padre ha pronunciado estas palabras:
Y ahora, todos nosotros - estoy seguro de que todos nosotros- tenemos el deseo de estar en paz con todos. Pero en nuestros corazones hay tantos sentimientos entrechocados. Es fácil estar en paz con aquellos que amamos y con los que nos hacen bien; pero no es fácil estar en paz con aquellos que nos han hecho daño, que no nos aman, con quienes estamos enemistados. En silencio, un momento, que cada uno piense en quienes nos quieren y a quienes queremos, y también que cada uno de nosotros piense en los que no nos quieren y también en los que no queremos, y también, -es más-, de quienes querríamos vengarnos. Y pidamos al Señor, en silencio, la gracia de dar a todos, buenos y malos, el don de la paz.
Palabras finales del Santo Padre
Palabras del Santo Padre en respuesta al saludo de la directora de la penitenciaría y de un recluso, al final de la visita a Regina Coeli.
Tu has hablado de una mirada nueva: renovar la mirada ... Esto es bueno, porque a mi edad, por ejemplo, llegan las cataratas y no se puede ver bien la realidad: El año que viene me tendrán que operar. Pero lo mismo pasa con el alma: el trabajo de la vida, el cansancio, los errores, las desilusiones, oscurecen la mirada, la mirada del alma. Y por eso, es verdad lo que dijiste: aprovechar las oportunidades para renovar la mirada. Y como dije en la Plaza de San Pedro [ayer en audiencia general] en muchos pueblecitos, también en mi tierra, cuando se escuchan las campanas de la resurrección del Señor, las madres, las abuelas llevan a sus hijos a lavarse los ojos para que tengan la mirada de la esperanza de Cristo resucitado. Nunca os canséis de renovar vuestra mirada. De operaos de cataratas en el alma, a diario. Para renovar siempre la mirada . Es un buen esfuerzo.
Todos conocéis la botella de vino a la mitad: si miro la mitad vacía, la vida es fea, pero si miro la llena, todavía tengo para beber. La mirada que se abre a la esperanza, la palabra que tú dijiste y también ella [la directora] dijo y ha repetido varias veces. No se puede concebir un penitenciario como este sin esperanza. Aquí, los huéspedes están para aprender o hacer que crezca el "sembrar esperanza”: No hay pena justa, ¡justa! – si no está abierta a la esperanza. Una pena que no esté abierta a la esperanza no es cristiana, ¡no es humana!.
Hay dificultades en la vida, dolores, tristezas: uno piensa en los suyos, piensa en su madre, en su padre, en su mujer, en su marido, en sus hijos ... hace daño esa tristeza. Pero no os dejéis ir: No, no. Yo estoy aquí, pero para reintegrarme, renovado o renovada. Y esto es esperanza. Sembrar esperanza. Siempre, siempre. Vuestra tarea es esta: Ayudar a sembrar la esperanza de la reintegración, y esto nos hará bien a todos. Siempre. Toda pena debe estar abierta al horizonte de la esperanza. Por eso, la pena de muerte no es humana ni cristiana. Toda pena debe estar abierta a la esperanza, a la reintegración, también para aportar la experiencia vivida para el bien de otras personas.
Agua de resurrección, mirada nueva, esperanza: Esto es lo que os deseo. Sé que vosotros, los huéspedes habéis trabajado tanto para preparar esta visita, incluso pintando las paredes: gracias. Para mí es un signo de benevolencia y de bienvenida y os lo agradezco mucho. Estoy cerca de vosotros, rezo por vosotros, y vosotros rezad por mí y no lo olvidéis: el agua que vuelve la mirada nueva y la esperanza.