Esta mañana, a las 7.00, el Santo Padre Francisco partió en helicóptero desde el helipuerto vaticano para ir a Pietrelcina en la diócesis de Benevento, y a San Giovanni Rotondo, en la diócesis de Manfredonia-Vieste-San Giovanni Rotondo, con motivo del centenario de la aparición de los estigmas permanentes de San Pio da Pietrelcina y del 50 aniversario de la muerte del santo.
A su llegada, alrededor de las 8, en la avenida adyacente al Aula Litúrgica de Piana Romana, el Papa fue recibido por el arzobispo de Benevento, S. E. Mons. Felice Accrocca, y el alcalde de Pietrelcina, el Sr. Domenico Masone.
El Santo Padre se detuvo brevemente en oración en la Capilla de San Francisco ante el olmo de los estigmas. Luego, a las 8.15 a.m., en la avenida adyacente al Aula Litúrgica, el Papa ha encontrado a los fieles.
Después del saludo del arzobispo, el Papa Francisco ha pronunciado su discurso.
Al final, el Santo Padre ha saludado a la Comunidad capuchina y a una representación de los fieles.
Luego, alrededor de las 9, ha despegado de Piana Romana, para trasladarse a San Giovanni Rotondo.
Publicamos el discurso pronunciado por el Papa Francisco durante el encuentro con los fieles:
Discurso del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Me alegra estar en este pueblo, donde Francesco Forgione nació y comenzó su larga y fecunda aventura humana y espiritual. En esta comunidad atemperó su humanidad, aprendió a rezar y reconocer en los pobres la carne del Señor, hasta que creció en el seguimiento de Cristo y pidió ser admitido entre los Frailes Menores Capuchinos, convirtiéndose así en Fray Pío de Pietrelcina. Aquí comenzó a experimentar la maternidad de la Iglesia, de la cual siempre fue un hijo devoto. Amaba la Iglesia, amaba la Iglesia con todos sus problemas, con todos sus líos, con todos nuestros pecados. Porque todos nosotros somos pecadores, nos avergonzamos, pero el Espíritu de Dios nos ha convocado en esta Iglesia que es santa. Y él amaba la Iglesia santa y a sus hijos pecadores, todos. Este era san Pío.Aquí meditó con intensidad el misterio de Dios que nos amó hasta entregarse por nosotros (ver Gal 2:20). Recordando con estima y afecto a este santo discípulo de San Francisco, os saludo a todos vosotros, paisanos suyos, a vuestro párroco y al alcalde junto con el pastor de la diócesis, Mons. Felice Accrocca, a la comunidad de los Capuchinos y a todos los que han querido estar presentes.
Nos encontramos hoy en el mismo terreno donde el Padre Pío estuvo en septiembre de 1911 para “respirar aire más sano” . En aquella época, no había antibióticos y las enfermedades se curaban volviendo al pueblo donde uno había nacido, con la madre, comiendo lo que sienta bien, a respirar aire bueno y a rezar. Así hizo él, como un hombre cualquiera, como un campesino. Esta era su nobleza. Jamás renegó de su país, jamás renegó de sus orígenes, jamás renegó de su familia. En aquella época, efectivamente, residía en su pueblo natal por razones de salud. No fue un momento fácil para él: estaba fuertemente atormentado en su corazón y temía caer en el pecado, sintiéndose asaltado por el demonio. Y eso no da paz, porque se mueve (se pone manos a la obra) Pero ¿vosotros creéis que el demonio existe? ¿No estáis muy convencidos? Diré al obispo que haga unas catequesis… ¿Existe o no el demonio? (responden: “¡Sí!”). Y va, va por todos los sitios, se mete dentro de nosotros, nos mueve, nos atormenta, nos engaña. Y él (el Padre Pío) tenía miedo de que el demonio lo asaltara, lo empujase al pecado. Podía hablar con pocas personas, sea por correspondencia, que en el pueblo: solamente al arcipreste, don Salvatore Pannullo, manifestó "casi todo" su "intento de ver con claridad" (Carta 57, en Epistolario I p.250) porque no entendía, quería aclarar lo que pasaba en su alma. ¡Era un buen hombre!.
En aquellos momentos terribles Padre Pío obtuvo linfa vital de la oración constante y de la confianza que supo depositar en el Señor: "Todos los malos fantasmas -así decía- que el diablo me va metiendo en la mente desaparecen cuando me abandono confiado en los brazos de Jesús." ¡Aquí está toda la teología! Tú tienes un problema, estás triste, estás enfermo: abandónate en los brazos de Jesús. Y eso fue lo que hizo él. Amaba a Jesús y se fiaba de Él. Así escribía al Ministro Provincial, aseverando que su corazón se sentía "atraído por una fuerza superior antes de unirse a Él en el sacramento por la mañana." "Y esta hambre y esta sed en lugar de saciarse" después de recibirlo, "aumenta [ba] cada vez más" (Carta 31, en Epistolario I, p. 217). El Padre Pío se sumergió, por lo tanto, en la oración para adherirse cada vez mejor a los designios divinos. A través de la celebración de la santa misa, que constituía el corazón de cada una de sus jornadas y la plenitud de su espiritualidad, alcanzó un elevado nivel de unión con el Señor. Durante este período, recibió de las alturas dones místicos especiales, que precedieron a la manifestación en su carne de los signos de la Pasión de Cristo.
Estimados hermanos y hermanas de Pietrelcina y de la diócesis de Benevento, vosotros contáis con el Padre Pío entre las figuras más bellas y luminosas de vuestro pueblo. Este humilde fraile capuchino asombró al mundo con su vida completamente entregada a la oración y a la escucha paciente de los hermanos, sobre cuyos sufrimientos derramaba como un bálsamo la caridad de Cristo. Imitando su heroico ejemplo y sus virtudes, también vosotros podéis convertiros en instrumentos del amor de Dios, del amor de Jesús por los más débiles. Al mismo tiempo, considerando su fidelidad incondicional a la Iglesia, daréis testimonio de comunión, porque solo la comunión –es decir, estar siempre unidos, en paz entre nosotros, la comunión entre nosotros- edifica y construye. Un pueblo que riñe todos los días no crece, no se construye; asusta a la gente. Es un pueblo enfermo y triste. En cambio, un pueblo donde se busca la paz, donde todos se quieren – más o menos, pero se quieren- donde no se dese el mal a otros, este pueblo, aunque sea pequeño crece, crece, crece, se ensancha y se vuelve fuerte. Por favor, no perdáis tiempo ni fuerzas riñendo entre vosotros. No conduce a ninguna parte. ¡No os hace crecer! ¡No os hace avanzar!. Pensemos en un niño que llora, llora, llora y no quiere moverse de la cuna y llora, llora. Y cuando su madre lo pone en el suelo para que empiece a gatear, llora, llora y se vuelve a la cuna. Os pregunto ¿ese niño podrá andar? No, porque está siempre en la cuna. Si un pueblecito riñe, riñe y riñe, ¿podrá crecer? No. Porque todo el tiempo, todas las fuerzas se usan para reñir. Por favor, paz entre vosotros, comunión entre vosotros. Y si a alguno le entrasen ganas de chismorrear de otro, que se muerda la lengua. Le sentará bien, le sentará bien al alma, porque la lengua se hinchará, pero le sentará bien; también al pueblo. Dad este testimonio de comunión. Espero que este territorio puede sacar una nueva linfa de las enseñanzas de vida del Padre Pío en un momento difícil como el actual, mientras la población disminuye progresivamente y envejece porque muchos jóvenes se ven obligados a ir a otros lugares para buscar trabajo. La migración interna de los jóvenes, un problema. Rezad a la Virgen para que os conceda la gracia de que los jóvenes encuentren trabajo aquí, entre vosotros, cerca de la familia y no estén obligados a irse a buscarlo a otro sitio y el pueblo se venga abajo, abajo, abajo. La población envejece, pero es un tesoro, los viejos son un tesoro. Por favor, no marginéis a los viejos. No hay que marginar a los viejos, no. Los viejos son la sabiduría. Y que los viejos aprendan a hablar con los jóvenes y los jóvenes aprendan a hablar con los viejos. Ellos, los viejos, tienen la sabiduría de un pueblo. Cuando llegué me gustó mucho saludar a uno de 99 años y a una “jovencita” de 97. ¡Maravilloso! Estos son vuestra sabiduría. Hablad con ellos. ¡Que sean los protagonistas del crecimiento de este pueblo. ¡Que la intercesión de vuestro Santo paisano sostenga los propósitos de unir las fuerzas, con el fin de ofrecer sobre todo a las jóvenes generaciones perspectivas concretas para un futuro de esperanza. Que no falte una atención solícita y cargada de ternura – como ya he dicho- hacia los ancianos que son patrimonio de nuestras comunidades. Me gustaría que una vez se diera el Premio Nobel a los ancianos que dan la memoria a la humanidad.
Animo a esta tierra a guardar como un tesoro precioso el testimonio cristiano y sacerdotal de San Pío de Pietrelcina: que sea para cada uno de vosotros un estímulo a vivir plenamente vuestra existencia, en el estilo de las bienaventuranzas y con las obras de misericordia. ¡Que la Virgen María, a quien veneráis con el título de Madonna della Libera, os ayude a caminar con alegría por la senda de la santidad!. Y, por favor, rezad por mí, porque lo necesito. Gracias.