A las 12,00 el Santo Padre Francisco se ha asomado a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para rezar el ángelus con los fieles y peregrinos presentes en la Plaza de San Pedro.
Estas han sido las palabras del Papa antes de la oración mariana.
Antes del ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy comenzamos el camino de Adviento, que culminará en la Navidad. El Adviento es el tiempo que se nos da para acoger al Señor que viene a nuestro encuentro, también para verificar nuestro deseo de Dios, para mirar hacia adelante y prepararnos para el regreso de Cristo. Él regresará a nosotros en la fiesta de Navidad, cuando haremos memoria de su venida histórica en la humildad de la condición humana; pero Él viene dentro de nosotros cada vez que estamos dispuestos a recibirlo, y vendrá de nuevo al final de los tiempos «para juzgar a los vivos y a los muertos». Por eso debemos estar siempre alerta y esperar al Señor con la esperanza de encontrarlo. La liturgia de hoy nos habla precisamente del sugestivo tema de la vigilia y de la espera.
En el Evangelio (Mc 13,33-37) Jesús nos exhorta a estar atentos y a vigilar para estar listos para recibirlo en el momento del regreso. Nos dice: «Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento [...] No sea que llegue de improviso y estéis durmiendo, ». (vv. 33-36).
La persona que está atenta es la que, en el ruido del mundo, no se deja llevar por la distracción o la superficialidad, sino que vive de modo pleno y consciente, con una preocupación dirigida en primer lugar a los demás. Con esta actitud nos damos cuenta de las lágrimas y las necesidades del prójimo, y podemos percibir también sus capacidades y sus cualidades humanas y espirituales. La persona mira después al mundo, tratando de contrarrestar la indiferencia y la crueldad que hay en él y alegrándose de los tesoros de belleza que también existen y que deben ser custodiados. Se trata de tener una mirada de comprensión para reconocer tanto las miserias y las pobrezas de los individuos y de la sociedad, como para reconocer la riqueza escondida en las pequeñas cosas de cada día, precisamente allí donde el Señor nos ha colocado.
La persona vigilante es la que acoge la invitación a velar, es decir, a no dejarse abrumar por el sueño del desánimo, la falta de esperanza, la desilusión; y al mismo tiempo rechaza la llamada de tantas vanidades de las que está el mundo lleno y detrás de las cuales, a veces, se sacrifican tiempo y serenidad personal y familiar. Es la experiencia dolorosa del pueblo de Israel, narrada por el profeta Isaías: Dios parecía haber dejado vagar a su pueblo, lejos de sus caminos (cf. 63.17), pero esto era el resultado de la infidelidad del mismo pueblo (cf. 64,4b). También nosotros nos encontramos a menudo en esta situación de infidelidad a la llamada del Señor: Él nos muestra el camino bueno, el camino de la fe, el camino del amor, pero nosotros buscamos la felicidad en otra parte.
Estar atentos y vigilantes son los presupuestos para no seguir "vagando alejados de los caminos del Señor", perdidos en nuestros pecados y nuestras infidelidades; estar atentos y alerta, son las condiciones para permitir a Dios irrumpir en nuestras vidas, para restituirle significado y valor con su presencia llena de bondad y de ternura. María Santísima, modelo de espera de Dios e ícono de vigilancia, nos guíe hacia su Hijo Jesús, reavivando nuestro amor por él.
Después del ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Esta noche he regresado del viaje apostólico a Myanmar y Bangladesh. Doy las gracias a todos los que me han acompañado con la oración, y los invito a unirse a mi acción de gracias al Señor, que me ha concedido encontrar a esos pueblos, en particular a las comunidades católicas, y a ser edificado por su testimonio. Está grabado en mí el recuerdo de tantos rostros sometidos a duras pruebas por la vida, pero nobles y sonrientes. Los llevo a todos en mi corazón y en la oración. Muchas gracias al pueblo de Myanmar y al pueblo de Bangladesh.
En mi oración recuerdo en modo particular al pueblo de Honduras, para que pueda superar en modo pacífico la difícil situación actual.
Dirijo mi saludo a vosotros romanos y peregrinos, aquí presentes. En particular, saludo a los fieles de Bratislava (Eslovaquia) y Ludwigshafen, en Alemania.
Saludo al grupo de Pregaziol (Treviso) y a los confirmandos de Mestrino (Padua); así como a la comunidad rumana que vive en Italia y que hoy celebra la fiesta nacional de Rumania.
Os deseo a todos un buen domingo y un buen camino de Adviento. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!