A mediodía el Santo Padre Francisco se ha asomado a la ventana del estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para rezar el ángelus con los fieles y peregrinos presentes en la Plaza de San Pedro.
Estas han sido las palabras del Papa antes de la oración mariana
Antes del ángelus
Queridos hermanos y hermanas,
La liturgia de este domingo nos propone la parábola de los labradores a quienes el propietario arrienda la viña que había plantado y luego se va. (cf. Mt 21.33 a 43). Así pone a prueba la lealtad de estos labradores: les confía la viña para que la protejan, hagan que fructifique y den la cosecha a su dueño. Una vez llegado el tiempo de la vendimia, el dueño envía a sus siervos a recoger los frutos. Pero los labradores asumen una actitud posesiva: no se consideran simples administradores, sino propietarios, y se niegan a entregar la cosecha. Maltratan a los siervos y llegan a matarlos. El dueño se muestra paciente con ellos: envía a otros siervos, más numerosos que los primeros, pero el resultado es el mismo. Al final, con su paciencia, decide mandar a su propio hijo; pero esos labradores, prisioneros de su comportamiento posesivo, también matan al hijo pensando que así tendrían su herencia.
Este relato ilustra de forma alegórica los reproches de los Profetas sobre la historia de Israel. Es una historia que nos pertenece: se habla de la alianza que Dios quiso establecer con la humanidad y a la cual llamó ha llamado a participar también a nosotros. Sin embargo, esta historia de alianza, como cualquier historia de amor, tiene momentos positivos, pero también está marcada por traiciones y rechazos. Para que entendamos cómo Dios Padre responde al rechazo de su amor y de su propuesta de alianza, el pasaje evangélico pone en los labios del dueño de la viña una pregunta: «Cuando vuelva el dueño, ¿qué hará con esos labradores?» (v. 40). Esta pregunta evidencia que la desilusión de Dios por el comportamiento malvado de los hombres no es la última palabra. He aquí la gran novedad del cristianismo: un Dios que, aunque decepcionado por nuestros errores y nuestros pecados, no rompe su palabra, no se detiene y sobre todo no se venga.
Hermanos y hermanas, ¡Dios no se venga! Dios ama, no se venga, nos espera para perdonarnos, para abrazarnos. A través de las “piedras desechadas”- y Cristo es la primera piedra que los constructores han desechado- a través de situaciones de debilidad y de pecado, Dios sigue haciendo circular el «vino nuevo» de su viña, es decir, la misericordia; éste es el vino nuevo de la viña del Señor: la misericordia. Sólo hay un impedimento ante la voluntad tenaz y tierna de Dios: nuestra arrogancia y nuestra presunción, que a veces se convierte también en violencia. Frente a estas actitudes y donde no se producen frutos, la Palabra de Dios conserva toda su fuerza de reprensión y admonición: «Se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos » (vs. 43)
La urgencia de responder con frutos de bien a la llamada del Señor, que nos llama a convertirnos en su viña, nos ayuda a comprender qué hay de nuevo y de original en la fe cristiana. No es sólo la suma de preceptos y normas morales, sino ante todo una propuesta de amor que Dios, por medio de Jesús, hizo y sigue haciendo a la humanidad. Es una invitación a entrar en esta historia de amor, convirtiéndonos en una viña vivaz y abierta, rica de frutos y de esperanza para todos. Una viña cerrada puede asilvestrarse y producir uvas silvestres. Estamos llamados a salir de la viña para ponernos al servicio de los hermanos que no están con nosotros, para despertarnos y animarnos los unos a los otro, para recordarnos que debemos ser la viña del Señor en cualquier ambiente, incluso en los más lejanos e incómodos.
Queridos hermanos y hermanas, invoquemos la intercesión de María Santísima para que nos ayude a ser, en todas partes, especialmente en las periferias de la sociedad, la viña que el Señor ha plantado para el bien de todos y a llevar el vino nuevo de la misericordia del Señor.
Después del ángelus
Queridos hermanos y hermanas,
Ayer en Milán fue proclamado beato el padre Arsenio de Trigolo ( en el siglo Giuseppe Migliavacca), sacerdote de la Orden de los Frailes Menores Capuchinos y fundador de las Hermanas de María Santísima Consoladora. Alabemos al Señor por este humilde discípulo suyo, que aún en la adversidad y las pruebas, -y tuvo tantas-, nunca perdió la esperanza.
Saludo con afecto a todos vosotros peregrinos, sobre todo a las familias y a los grupos parroquiales, provenientes de Italia y de diversas partes del mundo. En particular: a los fieles de Australia, de Francia y de Eslovaquia, así como a los de Polonia que se unen espiritualmente a los compatriotas que hoy celebran el Día del Papa.
Saludo con afecto a vosotros, grupo del Santuario de la Virgen de Fátima de Città della Pieve, acompañados por el Cardenal Gualtiero Bassetti: Queridos hermanos y hermanas, os animo a que continúen con alegría vuestro camino de fe, bajo la mirada atenta y tierna de nuestra mamá celestial: Ella es nuestro refugio y nuestra esperanza. ¡Id adelante!
Saludo a los fieles de Grumo Appula, a los Scout de Gloriosa Ionica, al coro parroquial de Siror (Trento) y a los confirmandos de San Teodoro en Cerdeña.
A todos os deseo un buen domingo. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y ¡hasta pronto!