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Las palabras del Papa en la oración del ángelus, 03.09.2017

A mediodía el Santo Padre Francisco se ha asomado a la ventana del estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para rezar el ángelus con  los fieles y peregrinos presentes en la Plaza de San Pedro.

 
Estas han sido las palabras del Papa antes de la oración mariana

Antes  del ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El  pasaje evangélico  de hoy  (Cfr. Mt 16,21-27) es la continuación de aquel del domingo pasado, en el que destacaba  la profesión de fe de Pedro, “roca” sobre la cual Jesús quiere construir su Iglesia. Hoy, en fuerte contraste, Mateo nos muestra la reacción del mismo Pedro cuando Jesús revela a sus discípulos que en Jerusalén deberá sufrir, ser asesinado y resucitar (Cfr. v. 21). Pedro se lleva aparte al Maestro y lo reprende porque esto – le dice – no puede sucederle a Él, al Cristo. Pero Jesús, a su vez, reprende a Pedro con palabras duras: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres» (v. 23). Un momento antes, el apóstol era bendecido por el Padre porque había recibido de Él  esta revelación, era una “piedra” sólida para que Jesús pudiera construir sobre ella su comunidad, e inmediatamente después  se convierte en un obstáculo, una piedra, pero no para construir: una piedra que hace tropezar en el camino del Mesías. ¡Jesús sabe bien que a Pedro y los demás les queda todavía mucho camino por hacer para convertirse en sus apóstoles!

En este punto, el Maestro se dirige a todos aquellos que lo seguían, presentándoles con claridad la vía a seguir: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (v. 24). Siempre, incluso hoy, la tentación es la de querer seguir a un Cristo sin cruz, es más, de enseñar a Dios el camino justo. Como Pedro: “No, no Señor, esto no, no sucederá jamás”. Pero Jesús nos recuerda que su vía es la vía del amor, y no hay verdadero amor sin el sacrificio de sí mismo. Estamos llamados a no dejarnos absorber por la visión de este mundo, sino a ser siempre más conscientes de la necesidad y de la fatiga para nosotros cristianos de caminar a contracorriente y en subida.

Jesús completa su propuesta con palabras que expresan una gran sabiduría siempre valida, porque desafían la mentalidad y los comportamientos egocéntricos. Él exhorta: «Él que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará» (v. 25). En esta paradoja está contenida la regla de oro que Dios ha grabado en la naturaleza humana creada en Cristo: la regla de que sólo el amor da sentido y felicidad a la vida. Gastar los propios talentos, las propias energías y el propio tiempo sólo para salvarse, cuidarse y realizarse a sí mismo, conduce en realidad a perderse, es decir, a una existencia triste y estéril. Si en cambio, vivimos para el Señor y configuramos  nuestra vida sobre el amor, como hizo Jesús, podremos saborear la alegría auténtica, y nuestra vida no será estéril, será fecunda.

En la celebración de la Eucaristía revivimos el misterio de la cruz; no sólo recordamos, sino que cumplimos  el memorial del Sacrificio redentor, en el cual el Hijo de Dios se pierde completamente a Sí mismo para recibirse de nuevo en el Padre y así reencontrarnos  porque estábamos perdidos, junto con todas las criaturas. Cada vez que participamos en la santa misa, el amor de Cristo crucificado y resucitado se comunica a nosotros como alimento y bebida, para que podamos seguirle en el camino de cada día, en el servicio concreto a los hermanos.

María Santísima, que siguió a Jesús hasta el Calvario, nos acompañe también a nosotros y nos ayude a no tener miedo de la cruz, pero con Jesús crucificado, no una cruz sin Jesús;  la cruz con Jesús, es decir la cruz del sufrir por amor a Dios y a los hermanos, porque este sufrimiento, por la gracia de Cristo, es fecundo de resurrección.

 

Después del ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

Mientras renuevo mi cercanía espiritual a las poblaciones de Asia Meridional, que padecen todavía las consecuencias de los aluviones, deseo expresar también mi viva participación en el sufrimiento de los habitantes de Texas y de Louisiana, afectados por un huracán y por lluvias excepcionales, que han causado víctimas, miles de personas desplazadas e ingentes daños materiales. Pido a María Santísima, consoladora de los afligidos, que obtenga del Señor la gracia de consuelo para  estos hermanos nuestros duramente probados.

Saludo a todos vosotros, queridos peregrinos provenientes de Italia y de diversos países. En particular, a los peregrinos de las parroquias de Sarmede, Anzano y la Capilla Mayor de la diócesis de Vittorio Veneto, a los fieles de las Islas Canarias, a la banda de Pontevico, a los confirmados y confirmadas de  de Mariano al Brembo, de Padria y de Prevalle, a los chicos de Chizzola, de Cagliari y de Bellagio. Y quiero daos las gracias a  todos vosotros, que me deseáis un buen viaje. ¡Gracias, gracias!

Os deseo a todos un buen domingo y, por favor no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!