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Las palabras del Papa en la oración del ángelus, 13.08.2017

El Santo Padre Francisco se ha asomado a las 12.00 ventana del estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para rezar el ángelus con  los fieles y peregrinos presentes en la Plaza de San Pedro.

 
Estas han sido las palabras del Papa antes de la oración mariana:

Antes  del ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, la página del Evangelio (Mt 14,22-33) describe el episodio de Jesús que, después de haber rezado  toda la noche en la orilla del lago de Galilea, se dirige hacia la barca de sus discípulos, caminando sobre las aguas. La barca se encontraba en medio del lago, bloqueada por un fuerte viento contrario. Cuando ven venir a Jesús caminando sobre las aguas, los discípulos lo confunden con un fantasma y se aterrorizan. Pero Él los tranquiliza: «¡Ánimo, soy yo, no temáis!» (v. 27). Pedro, con su ímpetu habitual , le dice: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua»; y Jesús lo llama «Ven» (vv. 28-29). Pedro, bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero a causa del viento se agitó y comenzó a hundirse. Entonces gritó: «Señor, sálvame». Y Jesús le tendió la mano y lo sostuvo (vv. 30-31).

Esta narración del Evangelio contiene un rico simbolismo y nos hace reflexionar sobre nuestra fe, sea como individuos, sea como comunidad, también la fe de todos los que estamos hoy, aquí en la Plaza. La comunidad eclesial, esta comunidad eclesial, ¿tiene fe? ¿Cómo es la fe de cada uno de nosotros y la fe de nuestra comunidad? La barca es la vida de cada uno de nosotros pero es también la vida de la Iglesia; el viento contrario representa las dificultades y las pruebas. La invocación de Pedro: «Señor, mándame ir a tu encuentro» y su grito: «Señor, sálvame» se asemejan tanto a nuestro deseo de sentir la cercanía del Señor, pero también al miedo y la angustia que acompañan los momentos más duros de nuestra vida y de nuestras comunidades, marcadas por fragilidades interiores y por dificultades exteriores.

A Pedro, en ese momento, no le bastó la palabra segura de Jesús, que era como la cuerda tendida a la cual sujetarse para afrontar las aguas hostiles y turbulentas. Es lo que nos puede suceder también a nosotros. Cuando no nos sujetamos a la palabra del Señor y   para tener seguridad, para tener más seguridad se consultan horóscopos y adivinos, empezamos  a hundirnos. Quiere decir que la fe no es tan fuerte. El Evangelio de hoy nos recuerda que la fe en el Señor y en su palabra no nos abren un camino donde todo es fácil y tranquilo; no nos ahorran las tempestades de la vida. La fe nos da la seguridad de una Presencia, la presencia de Jesús que nos impulsa a superar las tormentas existenciales, la certeza de una mano que nos aferra para ayudarnos a afrontar las dificultades, indicándonos el camino incluso cuando esta oscuro. La fe, en resumen, no es una escapatoria de  los problemas de la vida, pero nos sostiene en el camino y le da un sentido.

Este episodio es una imagen maravillosa de la realidad de la Iglesia de todos los tiempos: una barca que, a lo largo de la travesía, debe afrontar también vientos contrarios y tempestades, que amenazan con hundirla. Lo que la salva no es el coraje y las cualidades de sus hombres: la garantía contra el naufragio es la fe en Cristo y en su palabra. Esta es la garantía: la fe en Jesús y en su palabra. En  esta barca estamos seguros, no obstante nuestras miserias y debilidades, sobre todo cuando nos ponemos de rodillas y adoramos al Señor, como los discípulos que, al final, «se postraron ante Él, diciendo: “Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios”» (v. 33). ¡Qué bello es decir a Jesús esta palabra: “¡Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios!”.¿La decimos  todos juntos.?:“¡Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios!”.

La Virgen María nos ayude a permanecer firmes en la fe para resistir a las tormentas de la vida, a quedarnos en la barca de la Iglesia rechazando la tentación de subirnos  en los botes fascinantes pero inseguros de las ideologías, de las modas y de los eslóganes.

 

Después del Ángelus:

Queridos hermanos y hermanas,

Os saludo con afecto a todos vosotros, romanos y peregrinos presentes: familias, parroquias, asociaciones y fieles.

También hoy tengo la alegría de saludar algunos grupos de jóvenes: Los scout de Treviso y Vicenza, los participantes en el congreso nacional de la Juventud Franciscana. Saludo, además, a las Hermanas de María Santísima de los Dolores de Nápoles y al grupo de peregrinos que ha recorrido a pie la Vía Francígena desde Siena a Roma.

Deseo a todos un buen domingo y un buen almuerzo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Hasta pronto!