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Las palabras del Papa en la oración del ángelus, 16.07.2017

A mediodía el Santo Padre Francisco se ha asomado a la ventana del estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para rezar el ángelus con  los fieles y peregrinos presentes en la Plaza de San Pedro.


Estas han sido las palabras del Papa antes de la oración mariana

Antes  del ángelus

Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!

Jesús cuando hablaba usaba un lenguaje sencillo, e utilizaba también imágenes que eran ejemplos de la vida cotidiana, para que pudieran entenderlo todos. Por eso lo escuchaban con gusto y apreciaban su mensaje, que llegaba enseguida a  los corazones. Y no era ese lenguaje difícil de entender, ese que usaban los doctores de la ley de aquel tiempo, que no se entendía, sino que estaba lleno de rigidez, y  alejaba a la gente. Y con este lenguaje Jesús hacía comprender el misterio del Reino de Dios: no era una teología complicada. Y un ejemplo nos  lo presenta el Evangelio de hoy: la parábola del sembrador.

El sembrador es Jesús. Notamos que, con esta imagen, se presenta como uno que no se impone sino que se propone; no nos atrae conquistándonos, sino entregándose: arroja  la semilla. Esparce con paciencia y generosidad su Palabra, que no es una jaula o una trampa, sino una semilla que puede dar frutos. ¿ Y cómo puede dar frutos? Si la recibimos.

Por eso la parábola tiene que ver sobre todo con nosotros: De hecho, habla más del terreno que del sembrador. Jesús hace, por  decirlo así, una “radiografía espiritual” de nuestro corazón, que es el terreno donde  cae la semilla de la Palabra. Nuestro corazón, como un terreno, puede ser bueno, y entonces  la Palabra da fruto -y mucho- ; pero también puede ser duro, impermeable. Esto sucede cuando escuchamos  la Palabra, pero  nos rebota, como en  una carretera: no entra. 

Entre el terreno bueno y la carretera, el asfalto - si nosotros echamos semillas en los "ladrillos" no crece nada ;  hay, sin embargo, dos terrenos intermedios, que en varias medidas, podemos llevar dentro . El primero, dice Jesús,   es el  pedregoso. Tratemos de imaginarlo: un terreno pedregoso es un terreno «con poca tierra» (cf. v. 5), por lo cual la semilla germina pero no logra echar raíces profundas. Así es el corazón superficial, que recibe al Señor, quiere rezar, amar y dar testimonio, pero  no persevera, se cansa y no “despega” nunca. Es un corazón sin espesor, donde las rocas de la pereza prevalecen sobre la tierra buena, donde el amor es inconstante y pasajero. Pero quien recibe al Señor sólo cuando le apetece, no da fruto.

Luego está el último terreno, el espinoso, lleno de zarzas que sofocan las plantas buenas. ¿Qué representan estos espinos? «Las preocupaciones mundanas y la seducción de las riquezas» (v. 22), así dice Jesús explícitamente. Los espinos son los vicios que se oponen a Dios, que asfixian Su presencia: ante todo los ídolos de la riqueza mundana, el vivir con avidez para sí mismo, para el tener  y para el poder. Si cultivamos estos espinos, asfixiamos el crecimiento de Dios en nosotros. Cada uno puede reconocer sus pequeños o grandes espinos, los vicios que habitan en su corazón, los arbustos más o menos arraigados que no le gustan a Dios e impiden tener un corazón limpio. Es necesario arrancarlos, de lo contrario la Palabra no dará fruto, la semilla no crecerá

Queridos hermanos y hermanas, Jesús nos invita hoy a mirarnos por dentro : a dar gracias por nuestro terreno bueno, y a trabajar en los terrenos que todavía no lo son. Preguntémonos si nuestro corazón está abierto para recibir con fe la semilla de la Palabra de Dios. Preguntémonos si nuestras piedras de la pereza son todavía muchas y grandes; identifiquemos y llamemos por nombre los espinos de los vicios. Encontremos el valor para sanear el terreno, un buen saneamiento de nuestro corazón, llevándole al Señor en la Confesión y en la oración nuestras piedras y nuestros espinos. Si lo hacemos,  Jesús, el Buen Sembrador, será feliz de realizar un trabajo adicional: purificar nuestro corazón, quitando las piedras y los espinos que asfixian su Palabra.

¡Que la Madre de Dios, a quien recordamos hoy bajo el título de Bienaventurada Virgen del Monte Carmelo, insuperable en la acogida de la Palabra de Dios y en su puesta en práctica (cf. Lc 8,21), nos ayude a purificar el corazón y a custodiar en él la presencia del Señor!.

Después del ángelus

Queridos hermanos y hermanas,

Os saludo cordialmente a todos , fieles de Roma y peregrinos de varias partes del mundo, a las familias, a los grupos parroquiales y a las asociaciones.

Saludo, en particular, a las hermanas Hijas de la Virgen de los Dolores,  a cincuenta años de la aprobación pontificia de su Instituto; a las Hermanas Franciscanas de San José, que celebran los 150 años de su fundación, a los directivos y a los huéspedes de la “Domus Croata” de Roma en el 30 aniversario de su fundación.

Me gustaría saludar especialmente a las monjas y frailes carmelitas el día de su fiesta. Espero que sigan con decisión el camino de la contemplación.

Un saludo especial a la comunidad católica venezolana mientras renuevo la oración por vuestro amado país.

Y deseo a todos un buen domingo.  Por favor no os olvidéis de  rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!