Audiencia a los participantes en la asamblea de la “Reunión de las Obras para la Ayuda de las Iglesias Orientales” (ROACO), 22.06.2017
Esta mañana, a las 11,45, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a los participantes en la Asamblea de la Reunión de las Obras para la Ayuda de las Iglesias Orientales (ROACO) llegados a Roma con motivo de su 90a Sesión Plenaria.
Publicamos a continuación el discurso que el Santo Padre ha pronunciado en el curso del encuentro:
Discurso del Santo Padre
Os doy una cordial bienvenida y doy las gracias al cardenal Sandri por su saludo en nombre de todos vosotros, reunidos en Roma para la 90ª Sesión Plenaria de la ROACO. Renuevo mi agradecimiento por el trabajo y el esfuerzo constante de caridad y solidaridad que garantizáis desde 1968 a las Iglesias, orientales y latinas, de los territorios confiados a la competencia de la Congregación para las Iglesias Orientales: vosotros sostenéis las actividades pastorales, educativas y de asistencia y salís al encuentro de sus necesidades urgentes, gracias también a la labor de los representantes pontificios, que tengo el placer de saludar. A través del Padre Custodio saludo y bendigo a los Frailes Franciscanos de la Custodia, que han empezado a celebrar el octavo centenario de su presencia en Tierra Santa.
La Congregación para las Iglesias Orientales está celebrando, en cambio, su centenario ; un largo tiempo durante el cual ha asistido a los Sumos Pontífices - que eran prefectos hasta 1967 - en su solicitud por todas las Iglesias. Han sido décadas que han visto una sucesión de acontecimientos dramáticos: las Iglesias orientales se han visto a menudo arrolladas por terribles oleadas de persecuciones y tribulaciones , tanto en Europa Oriental como en el Medio Oriente. Las fuertes migraciones han debilitado su presencia en los territorios donde habían florecido durante siglos. Ahora, gracias a Dios, algunas de ellos han recobrado la libertad después del período doloroso de los regímenes totalitarios, pero otras, especialmente en Siria, Irak y Egipto, ven que sus hijos sufren a causa de la perdurante guerra y de la violencia insensata perpetrada por el terrorismo fundamentalista.
Todos estos acontecimientos nos han hecho atravesar por la experiencia de la cruz de Jesús: ella es causa de turbación y sufrimiento, pero al mismo tiempo es fuente de salvación. Como tuve ocasión de decir al día siguiente de mi elección como Obispo de Roma: "Cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor: " (Homilía en la misa celebrada con los cardenales electores: Enseñanzas, 1 [2013], 3).
Por esto me alegra que hayáis podido reflexionar, junto con algunos representantes de las Iglesias, sobre la realidad importante de la formación inicial de los seminaristas y la permanente de los sacerdotes. Somos conscientes, efectivamente, de la elección radical expresada por muchos de ellos y del heroísmo de su testimonio de entrega al lado de sus comunidades, a menudo sometidas a duras pruebas. Pero también somos conscientes de las tentaciones que se pueden encontrar, como la búsqueda de un estatus social reconocido al consagrado en ciertas áreas geográficas, o de un modo de ejercer el papel de guía siguiendo criterios de afirmación humana o según los patrones de la cultura y del ambiente.
El esfuerzo que la Congregación y las agencias deben seguir cumpliendo es sostener los proyectos e iniciativas que edifican con autenticidad el ser Iglesia. Es fundamental alimentar siempre el estilo de proximidad evangélica: en los obispos, para que lo vivan con sus presbíteros, para que éstos hagan sentir la caricia de Dios a los fieles confiados a ellos. Pero custodiando todos la gracia de ser discípulos del Señor, a partir de los primeros, que aprenden a hacerse últimos con los últimos. El seminarista y el joven sacerdote sentirán así la alegría de ser colaboradores de la salvación ofrecida por el Señor, que se inclina como Buen Samaritano para derramar en las heridas de los corazones y de las historias humanas el aceite del consuelo y el vino de la esperanza evangélica.
Sintámonos piedras vivas unidas con Cristo, que es la piedra angular. Las Iglesias orientales custodian tantas veneradas memorias, iglesias, monasterios, lugares de santos y santas: hay que custodiarlos y conservarlos, también gracias a vuestra ayuda, favoreciendo así la peregrinación a las raíces de la fe. Pero cuando no se pueden reparar o mantener las estructuras, hay que seguir siendo templo vivo del Señor, recordando que la "arcilla" de nuestra vida creyente ha sido moldeada por las manos del “alfarero”, el Señor, que ha infundido en ella su Espíritu vivificador . Y no hay que olvidar que en Oriente, incluso en nuestros días, los cristianos – no importa que sean católicos, ortodoxos o protestante - derraman su sangre como sello de su testimonio. ¡Que los fieles orientales, cuando sean obligados a emigrar, puedan ser acogidos en los lugares adonde llegan, y puedan continuar viviendo según su propia tradición eclesial!. De esta forma vuestra labor, queridos representantes de los organismos, será un puente entre Oriente y Occidente, tanto en los países de origen como en aquellos de los que provenís.
Os encomiendo a la intercesión de la Santísima Madre de Dios, y os aseguro que os acompaño con mis oraciones. Os bendigo de corazón, así como a vuestras comunidades y vuestro servicio. Y os pido,por favor, que recéis por mí. ¡Gracias!
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