Esta mañana, a las 11,45 en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a los participantes en la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso cuyo tema es: El papel de la mujer en la educación a la fraternidad universal
Publicamos a continuación el discurso que el Santo Padre ha pronunciado en el curso de la audiencia:
Discurso del Santo Padre
Os acojo con alegría y agradezco al cardenal Jean-Louis Tauran el saludo que me ha dirigido en vuestro nombre. Nos encontramos al final de vuestra asamblea plenaria, durante la cual habéis abordado El papel de la mujer en la educación a la fraternidad universal. No ha faltado, ciertamente, un debate muy enriquecedor sobre este tema, que es de importancia primordial para el progreso de la humanidad hacia la fraternidad y la paz, un camino que no es en absoluto descontado y lineal, sino jalonado de dificultades y obstáculos.
Desgraciadamente hoy vemos cómo la figura de la mujer como educadora a la fraternidad universal esté ofuscada y con frecuencia no reconocida, a causa de tantos males que aquejan a este mundo y que, en particular, afectan a las mujeres en su dignidad y en su papel. Las mujeres, e incluso los niños, se encuentran , efectivamente, entre las víctimas más frecuentes de una violencia ciega. Cuando el odio y la violencia se imponen, destrozan las familias y la sociedad, impidiendo a la mujer desempeñar, en comunión de intenciones y de acción con el hombre, su misión educativa con serenidad y eficacia.
Reflexionando sobre el tema que habéis abordado, quiero centrarme especialmente en tres aspectos: valorizar el papel de la mujer, educar a la fraternidad y dialogar.
1. Valorizar el papel de la mujer . En la compleja sociedad actual, caracterizada por la pluralidad y la globalización, hay necesidad de un mayor reconocimiento de la capacidad de la mujer para educar a la fraternidad universal. Cuando las mujeres tienen la oportunidad de transmitir plenamente sus dones a toda la comunidad, la misma modalidad en que la sociedad se comprende y se organiza, resulta transformada positivamente y consigue reflejar mejor la unidad sustancial de la familia humana. Este es el presupuesto más válido para la consolidación de una auténtica fraternidad. Por lo tanto, es un proceso beneficioso la creciente presencia de la mujer en la vida social, económica y política a nivel local, nacional e internacional, así como en el eclesial. Las mujeres tienen pleno derecho a participar activamente en todos los ámbitos y este derecho debe ser afirmado y protegido, también a través de los instrumentos jurídicos cuando sea necesario.
Se trata de ampliar los espacios para una presencia femenina más fuerte. Hay tantas mujeres que, en las tareas llevadas a cabo en la vida cotidiana, con dedicación y conciencia, a veces con valor heroico, han desarrollado y hacen buen uso de su genio, de sus rasgos valiosos en las más variadas, específicas y cualificadas competencias unidos a la experiencia real de ser madres y formadoras.
2. Educar a la fraternidad. Las mujeres, como educadoras, tienen una vocación particular, capaz de hacer que nazcan y crezcan nuevas formas de acogida y estima mutua. La figura femenina siempre ha estado en el centro de la educación familiar, no exclusivamente como madre. La aportación de las mujeres en la educación tiene un valor incalculable. Y la educación comporta una riqueza de implicaciones tanto para la propia mujer, por su forma de ser, como por sus relaciones, por su forma de considerar la vida humana y la vida en general.
En última instancia, todos - hombres y mujeres - están llamados a contribuir a la educación a la fraternidad universal que es, pues, en último término, educación para la paz en la complementariedad de las diferentes sensibilidades y funciones. Así, las mujeres, íntimamente vinculadas con el misterio de la vida, pueden hacer mucho para promover el espíritu de fraternidad, con su atención por la defensa de la vida y su convicción de que el amor es la única fuerza que puede hacer que el mundo sea habitable para todos.
De hecho, las mujeres son a menudo las únicas que acompañan a los demás, especialmente a aquellos que son los más débiles en la familia y en la sociedad, a las víctimas de los conflictos y a cuantos se enfrentan a los retos de cada día. Gracias a su contribución, la educación a la fraternidad - por su naturaleza inclusiva y generadora de lazos - puede superar la cultura del descarte.
3. Diálogo. Es evidente como la educación a la fraternidad universal, que significa también aprender a construir lazos de amistad y respeto, sea importante en el campo del diálogo interreligioso. Las mujeres se comprometen, a menudo más que los hombres, a nivel de "diálogo de vida" , en el ámbito interreligioso, y así contribuyen a una mejor comprensión de los desafíos característicos de una realidad multicultural. Pero las mujeres pueden entrar con pleno derecho también en los intercambios a nivel de la experiencia religiosa, así como a nivel teológico. Muchas mujeres están muy bien preparadas para enfrentar los encuentros de diálogo interreligioso de más alto nivel y no sólo de parte católica. Esto significa que la contribución de las mujeres no debe limitarse a los argumentos "femeninos" o a los encuentros solamente para mujeres. El diálogo es un camino que la mujer y el hombre tienen que recorrer juntos. Hoy más que nunca, es necesario que las mujeres estén presentes.
La mujer, que posee características peculiares, puede dar una contribución importante al diálogo con su capacidad de escuchar,de acoger y de abrirse generosamente a los demás.
Os doy las gracias a todos, miembros, consultores y colaboradores del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, porque desempeñáis un valioso servicio. Espero que sigáis tejiendo la delicada tela del diálogo con todos los buscadores de Dios y de los hombres de buena voluntad. Invoco sobre vosotros la abundancia de las bendiciones del Señor, y os pido, por favor, que recéis por mí.