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Audiencia del Santo Padre a los participantes en la Plenaria del Consejo Pontificio para el Dialogo Interreligioso, 09.06.2017

Esta mañana,  a las 11,45 en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco ha  recibido en audiencia a los participantes en la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso cuyo tema es: El papel de la mujer en la educación a la fraternidad universal

                Publicamos a continuación el discurso que el Santo Padre ha pronunciado en el curso de la audiencia:

Discurso del Santo Padre

    Os acojo con alegría y agradezco  al cardenal Jean-Louis Tauran el saludo que me ha dirigido en vuestro nombre. Nos encontramos al final de vuestra asamblea plenaria, durante la cual habéis abordado  El papel de la mujer en la educación a la fraternidad universal.  No ha faltado, ciertamente, un debate muy enriquecedor sobre este tema, que es de importancia  primordial para el progreso de la humanidad  hacia la fraternidad y la paz, un camino que no es en absoluto descontado y lineal, sino jalonado de dificultades y obstáculos.

    Desgraciadamente hoy vemos cómo la figura de la mujer como  educadora a la fraternidad universal esté ofuscada y con frecuencia no reconocida, a causa de tantos males que aquejan a este mundo y que, en particular, afectan a las mujeres en su dignidad y en su papel. Las mujeres, e incluso los  niños, se encuentran , efectivamente, entre las víctimas más frecuentes de una violencia ciega. Cuando el odio y la violencia se imponen,  destrozan  las familias y la sociedad, impidiendo a la mujer  desempeñar, en  comunión de intenciones y de acción con el hombre, su misión educativa con serenidad y eficacia.

    Reflexionando sobre el tema que habéis abordado, quiero centrarme especialmente en tres aspectos: valorizar el papel de la mujer, educar a la fraternidad y dialogar.

    1. Valorizar el papel de la mujer . En la compleja sociedad actual, caracterizada por la pluralidad y la globalización, hay necesidad de un mayor reconocimiento de la capacidad de la mujer para educar a la fraternidad  universal. Cuando las mujeres tienen la oportunidad de transmitir plenamente sus dones a toda la comunidad,  la misma modalidad  en que la sociedad se comprende  y se organiza, resulta transformada positivamente y consigue reflejar mejor la unidad sustancial de la familia humana. Este es el presupuesto más válido para la consolidación de una auténtica fraternidad. Por lo tanto, es un proceso beneficioso la creciente presencia de la mujer en la vida social, económica y política a nivel local, nacional e internacional, así como en el eclesial. Las mujeres tienen pleno derecho a participar activamente en todos los ámbitos y este derecho debe ser afirmado y protegido,  también a través de los instrumentos jurídicos cuando sea necesario.


    Se trata de  ampliar los espacios para una presencia femenina más fuerte. Hay tantas mujeres que,  en las tareas llevadas a cabo en la vida cotidiana, con dedicación y conciencia, a veces con valor heroico, han desarrollado y hacen buen uso de  su genio, de sus rasgos valiosos en las más variadas, específicas y cualificadas competencias unidos a la experiencia real de ser madres y formadoras.

    2. Educar a la fraternidad. Las mujeres, como educadoras, tienen una vocación particular, capaz de hacer  que nazcan  y crezcan nuevas formas de acogida y estima mutua. La figura femenina siempre ha estado en el centro de la educación familiar, no exclusivamente como madre. La aportación de las mujeres en la educación tiene un valor incalculable. Y la educación comporta  una riqueza de implicaciones tanto para la propia mujer, por su forma de ser, como por sus relaciones, por su forma de considerar la vida humana y la vida en general.


    En última instancia, todos - hombres y mujeres - están llamados a contribuir a la educación a la fraternidad  universal que es,  pues, en último término, educación para la paz en la complementariedad de las diferentes sensibilidades y funciones. Así,  las mujeres, íntimamente vinculadas con el misterio de la vida, pueden hacer mucho para promover el espíritu de fraternidad, con su atención  por la defensa de la vida y su convicción de que el amor es la única fuerza que puede hacer que el mundo sea habitable para todos.
De hecho, las mujeres son  a menudo las  únicas que acompañan a los demás, especialmente  a aquellos que son los más débiles en la familia y en la sociedad, a las víctimas de los conflictos y a cuantos  se enfrentan a los retos de cada día. Gracias a su contribución, la educación a la fraternidad - por su naturaleza  inclusiva y generadora de lazos - puede superar la cultura del descarte.


    3. Diálogo. Es evidente como la educación a la fraternidad universal, que significa también aprender a construir lazos de amistad y respeto, sea importante en el campo del diálogo interreligioso. Las mujeres se comprometen, a menudo más que los hombres, a nivel de "diálogo de vida" , en el ámbito  interreligioso, y así contribuyen a una mejor comprensión de los  desafíos característicos de una realidad multicultural. Pero las mujeres pueden entrar con pleno derecho también  en los intercambios  a nivel de la experiencia religiosa, así como a nivel teológico. Muchas mujeres están muy bien preparadas para enfrentar los encuentros  de diálogo interreligioso  de más alto nivel y no sólo de parte católica. Esto significa que la contribución de las mujeres no debe limitarse a los argumentos "femeninos" o a  los encuentros solamente para mujeres. El diálogo es un camino que la mujer y el hombre tienen que recorrer  juntos. Hoy más que nunca, es necesario que las mujeres estén presentes.


      La mujer, que posee características peculiares, puede dar una  contribución importante  al diálogo con su capacidad de escuchar,de acoger  y de abrirse generosamente a los demás.

    Os doy  las gracias a todos, miembros, consultores y colaboradores del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, porque desempeñáis  un valioso servicio. Espero que  sigáis tejiendo la delicada tela del diálogo con todos los buscadores de Dios y de los hombres de buena voluntad. Invoco sobre vosotros la abundancia de las bendiciones del Señor, y os pido, por favor, que recéis por mí.