“Música e Iglesia: Culto y cultura cincuenta años después de la Musicam Sacram” es el nombre del Congreso Internacional de Música Sacra organizado por el Consejo Pontificio de la Cultura a cuyos participantes ha recibido esta mañana en audiencia el Santo Padre en la Sala Clementina.
Entre los promotores del evento, que ha tenido lugar en Roma del 2 al 4 de marzo, están también la Congregación para la Educación Católica, en colaboración con el Instituto Pontificio de Música Sacra y el Pontificio Instituto litúrgico del Ateneo de San Anselmo. A todos ellos, junto con el cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio para la Cultura, dio las gracias el Papa manifestando el deseo de que la experiencia de estos días de reflexión conjunta sobre la música sacra y en especial sobre sus aspectos culturales y artísticos, sea fructuosa para la comunidad eclesial.
El congreso, medio siglo después de la Instrucción Musicam sacram, ha explorado desde una perspectiva interdisciplinaria y ecuménica, la relación actual entre la música sacra y la cultura contemporánea, entre el repertorio musical adoptado y utilizado por la comunidad cristiana y las tendencias musicales prevalentes .De gran importancia ha sido también la reflexión sobre la educación estética y musical, tanto del clero y los religiosos como los laicos comprometidos en la vida pastoral, y más directamente en los coros (scholae cantorum).
En el discurso que les dirigió, Francisco recordó que el primer documento emanado por el Concilio Vaticano II fue precisamente la Constitución sobre la Liturgia Sacrosanctum Concilium. “Los Padres Conciliares –dijo- notaban la dificultad de los fieles para participar en una liturgia de la que ya no comprendían totalmente el lenguaje, las palabras y los signos. Para concretar las líneas fundamentales trazadas en la Constitución, se emanaron las Instrucciones, entre las cuales, por supuesto, la concerniente a la música sacra. Desde entonces, aunque no haya habido nuevos documentos del Magisterio sobre el tema, ha habido, en cambio, varias intervenciones papales importantes que han guiado la reflexión y el compromiso pastoral”.
El Papa subrayó la actualidad de dicha Instrucción cuando dice que "la acción litúrgica reviste una forma más noble cuando los oficios divinos se celebran solemnemente con canto y en ellos intervienen ministros sagrados y el pueblo participa activamente.. De esta forma, efectivamente, la celebración adquiere una expresión más alegre, el misterio de la sagrada Liturgia, y su naturaleza jerárquica y comunitaria, se manifiestan con más claridad, la unidad de los corazones se vuelve más profunda con la unidad de las voces”.
Varias veces el Documento, siguiendo las indicaciones conciliares pone de relieve la importancia de la participación de la entera asamblea de los fieles, definida como "plena, consciente y activa ", y señala muy claramente que la "verdadera solemnidad de la acción litúrgica no depende tanto de la forma más rica del canto y de la suntuosidad de las ceremonias, sino del modo digno y religioso de la celebración. “Se trata, pues, en primer lugar –señaló el Satno Padre- de participar intensamente en el misterio de Dios, en la "Teofanía" que se cumple en cada celebración eucarística, en que el Señor se hace presente en medio de su pueblo, llamado a participar verdaderamente en la salvación actuada por Cristo muerto y resucitado. La participación activa y consciente consiste, por lo tanto, en ser capaz de entrar profundamente en este misterio, en saberlo contemplar, adorar y acoger, en percibir su sentido, en particular gracias al silencio religioso y a la musicalidad del lenguaje con que el Señor nos habla”.
La misión que la Iglesia está llamada a perseguir en este ámbito tiene así dos vertientes.”Por una parte –explicó el Pontífice- salvaguardar y promover el rico y variado patrimonio heredado del pasado y utilizarlo con equilibrio en la actualidad evitando el riesgo de una visión nostálgica o "arqueológica". Por la otra, asegurar que la música sacra y el canto litúrgico estén totalmente "inculturados" en los lenguajes artísticos y musicales de la actualidad; esto es que sepan encarnar y traducir la palabra de Dios en cantos, sonidos y armonías que hagan vibrar los corazones de nuestros contemporáneos, creando también un clima emocional adecuado, que predisponga a la fe y suscite la acogida y la plena participación en el misterio que se celebra.”
“Ciertamente, el encuentro con la modernidad y la introducción de las lenguas habladas en la Liturgia ha planteado muchos problemas de lenguajes, formas y géneros –prosiguió- A veces han predominado la mediocridad, la superficialidad y la banalidad, en detrimento de la belleza y la intensidad de las celebraciones litúrgicas. Por eso los diversos protagonistas de este ámbito, músicos y compositores, directores y cantantes de coros, animadores de la liturgia, pueden aportar una contribución inestimable, sobre todo cualitativa, a la renovación de la música sacra y del canto litúrgico. Para que sea así es necesario promover una formación musical adecuada, también en los que se preparan para el sacerdocio, en diálogo con las corrientes musicales de nuestra época, con las diversas instancias culturales y con actitud ecuménica”.
Francisco terminó encomendando a los participantes en el congreso a la Virgen María que “en el Magnificat cantó la santidad misericordiosa de Dios”. “Os animo –concluyó- a no perder de vista este objetivo tan importante: ayudar a la asamblea litúrgica y al Pueblo de Dios a percibir y a participar, con todos los sentidos, físicos y espirituales, en el misterio de Dios. La música sacra y el canto litúrgico tienen la misión de darnos el sentido de la gloria de Dios y de su belleza, de su santidad que nos envuelve como una ‘nube luminosa’”.