Esta tarde en la basílica de San Juan de Letrán el Papa Francisco ha presidido la misa de clausura del “Jubileo de los Dominicos” (7 de noviembre de 2015- 21 de enero 2017) cuyo lema ha sido “Enviados a predicar el Evangelio”, con motivo del ochocientos aniversario de la confirmación de la fundación de la Orden de los Predicadores por parte del Papa Honorio III.
Sigue el texto de la homilía:
La Palabra de Dios hoy nos presenta dos escenarios humanos opuestos: de una parte el “carnaval” de la curiosidad mundana; de la otra, la glorificación del Padre mediante las buenas obras. Y nuestra vida se mueve siempre entre estos dos escenarios. Pertenecen a todasa las épocas, como lo demuestran las palabras que San Pablo dirige a Timoteo (Cfr. 2 Tim 4,1-5). Y también Santo Domingo con sus primeros hermanos, hace ochocientos años , se movía entre estos dos escenarios.
Pablo advierte a Timoteo de que deberá anunciar el Evangelio en un contexto en que la gente busca siempre nuevos “maestros”, “cuentos”, doctrinas diversas, ideologías… «Prurientes auribus» (2 Tim 4,3). Es el “carnaval” de la curiosidad mundana, de la seducción. Por eso el Apóstol instruye a su discípulo usando incluso verbos fuertes: “insiste”, “advierte”, “reprocha”, “exhorta”, y luego “vigila”, “soporta los sufrimientos” (vv. 2.5).
Es interesante ver como ya entonces, hace dos milenios, los apóstoles del Evangelio se encontraban ante este escenario, que en nuestros días se ha ensanchado y globalizado a causa de la seducción del relativismo subjetivista. La tendencia a la búsqueda de novedad propia del ser humano encuentra el ambiente ideal en la sociedad del aparentar, del consumo, en la que, a menudo, se reciclan cosas viejas, pero lo importante es hacer que parezcan como nuevas, atractivas, seductivas. También se enmascara la verdad. Nos movemos en la llamada “sociedad liquida”, sin puntos fijos,socavada, carente de referencias sólidas y estables; en la cultura de lo efímero, del usar y tirar.
Frente a este “carnaval” destaca el escenario opuesto, que encontramos en las palabras de Jesús apenas escuchadas: «Glorificasd al Padre que está en los cielos» (Mt 5,16). Y ¿cómo se pasa de la superficialidad pseudo-festiva a la glorificación? ¿Cuál es la fiesta verdadera? Sucede gracias a las buenas obras de aquellos que, haciéndose discípulos de Jesús, se convierten en “sal” y “luz”. «Así debe brillar ante los ojos de los hombres – dice Jesús – la luz que hay en vostros, a fin de que ellos vean vuestras buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo» (Mt 5,16).
En medio del “carnaval” de ayer y hoy, esta es la respuesta de Jesús y de la Iglesia, este es el apoyo sólido en medio del ambiente “liquido”: las buenas obras que hagamos gracias a Cristo y a su Santo Espíritu, y que hacen nacer en el corazón el agradecimiento a Dios Padre, la alabanza, o al menos la maravilla y la pregunta: “¿Por qué?, ¿Por qué esta persona se porta así?: Es decir, la inquietud del mundo ante el testimonio del Evangelio.
Pero para llegar a esta “sacudida” se necesita que la sal no pierda el sabor y la luz no se esconda (Cfr. Mt 5,13-15). Jesús lo dice muy claramente: si la sal pierde su sabor no sirve para nada. ¡Ay de la sal si pierde su sabor! ¡Ay de una Iglesia que pierda el sabor! ¡Ay de un sacerdote, un consagrado, una congregación que pierde su sabor!
Hoy nosotros glorificamos al Padre por la obra que Santo Domingo, lleno de la luz y de la sal de Cristo, realizó hace ochocientos años ; una obra al servicio del Evangelio, predicado con la palabra y con la vida; una obra que, con la gracia del Espíritu Santo, ha hecho que muchos hombres y mujeres hayan sido ayudados a no perderse en medio del “carnaval” de la curiosidad mundana, sino que hayan saboreado el gusto de la sana doctrina, el gusto del Evangelio, y se hayan convertido, a su vez, en luz y sal, artesanos de obras buenas… y en verdaderos hermanos y hermanas que glorifican a Dios y enseñan a glorificar a Dios con las buenas obras de la vida”.