Hoy, Solemnidad de la Epifanía, el Santo Padre se asomó a mediodía a la ventana de su estudio para rezar el ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro. Siguen las palabras pronunciadas por el Papa.
“Hoy, celebramos la Epifanía del Señor, es decir, la manifestación de Jesús que resplandece como luz para todas las gentes. El símbolo de esta luz que brilla en el mundo y quiere iluminar la vida de cada uno es la estrella, que guío a los Magos a Belén. Ellos, dice el Evangelio, vieron «su estrella en Oriente» (Mt 2,2) y decidieron seguirla: decidieron dejarse guiar por la estrella de Jesús.
También en nuestra vida existen diversas estrellas, luces que brillan y orientan. Depende de nosotros elegir a cuál de ellas seguir. Por ejemplo, hay luces intermitentes, que van y vienen, como las pequeñas satisfacciones de la vida: a pesar de ser buenas, no son suficientes, porque duran poco y no nos dan la paz que buscamos. Luego, están los focos cegadores del dinero y del éxito, que prometen todo y enseguida: seducen, pero con su fuerza ciegan y hacen pasar de los sueños de gloria a la oscuridad más densa. Los Magos, en cambio, invitan a seguir una luz estable, una luz suave, que no se apaga, porque no es de este mundo: viene del cielo y resplandece. ¿Dónde? En el corazón.
Esta luz verdadera es la luz del Señor, o mejor dicho, es el Señor mismo. Él es nuestra luz: una luz que no ciega, sino que acompaña y da una alegría única. Esta luz es para todos y llama a cada uno: así podemos escuchar, como si estuviera dirigida a nosotros, la invitación del profeta Isaías: ¡Levántate, resplandece, porque llega tu luz» (60,1). Así decía Isaías, profetizando esta alegría de hoy en Jerusalén: “Levántate, revístete de luz”. Al inicio de cada día podemos acoger esta invitación: ¡levántate, revístete de luz, sigue hoy, entre tantas estrellas fugaces del mundo, la estrella luminosa de Jesús! Siguiéndola, estaremos alegres, como los Magos, que «cuando vieron la estrella se llenaron de alegría» (Mt 2,10); porque donde esta Dios hay alegría. Quien ha encontrado a Jesús ha experimentado el milagro de la luz que rasga las tiniebla y conoce esta luz que ilumina y esclarece. Quisiera, con mucho respeto, invitar a todos a no tener miedo de esta luz y a abrirse al Señor. Sobre todo quisiera decir a quien ha perdido la fuerza de buscar, al que está cansado, a quien, abrumado por la oscuridad de la vida, ha apagado el deseo: “¡Levántate, ánimo, la luz de Jesús sabe vencer las tinieblas más oscuras; levántate, ánimo!”.
Y ¿cómo encontrar esta luz divina? Sigamos el ejemplo de los Magos, que el Evangelio describe siempre en movimiento. Quien desea la luz, de hecho, sale de sí mismo y busca: no se queda en sitios cerrados, esperando detenido para ver que sucede a su alrededor, sino que pone en juego su propia vida; sale de sí. La vida cristiana es un camino continuo, hecho de esperanza, hecho de búsqueda; un camino que, como el de los Magos, continua incluso cuando la estrella desaparece momentáneamente de la vista. En este camino hay también amenazas que se deben evitar: las habladurías superficiales y mundanas, que frenan el paso; los caprichos paralizadores del egoísmo; los agujeros del pesimismo, que entorpecen la esperanza. Estos obstáculos bloquearon a los escribas, de quienes habla el Evangelio de hoy. Ellos sabían dónde estaba la luz, pero no se movieron. Cuando Herodes les preguntó: “¿Dónde nacerá el Mesías?”, ellos sabían dónde: “En Belén”, pero no se movieron. Sus saberes eran vanos: sabían tantas cosas, pero sin utilidad, todo fútil. No basta saber que Dios ha nacido, si no se hace con él Navidad en nuestro corazón. Dios ha nacido, sí, pero ¿haa nacido en tú corazón? ¿Ha nacido en mí corazón? ¿Ha nacido en nuestro corazón? Y así lo encontraremos, como los Magos, con María y José en el establo.
Los Magos lo hicieron: encontraron al Niño, «se arrodillaron y adoraron» (v. 11). No lo vieron solamente, no dijeron solo una oración de circunstancias y se fueron, no: lo adoraron; entraron en una comunión personal de amor con Jesús. Luego le regalaron oro, incienso y mirra, es decir, sus bienes más preciosos. Aprendamos de los Magos a no dedicar a Jesús solo los retazos de tiempo y algún pensamiento de vez en cuando, de lo contrario no tendremos su luz. Como los Magos, pongámonos en camino, revistámonos de luz siguiendo la estrella de Jesús, y adoremos al Señor con todo nuestro ser”.