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Palabras del Santo Padre en el ángelus dominical, 01.01.2017

Una vez acabada la santa misa en la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios, el Papa Francisco se asomó, como todos los domingos, a la ventana de su estudio para rezar el ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.

Siguen las palabras pronunciadas por el Papa Francisco

En los días pasados hemos mirado con veneración al Hijo de Dios, nacido en Belén; hoy, Solemnidad de María Santísima Madre de Dios, dirigimos nuestros ojos a la Madre, pero observando tanto a uno como a otra en su estrecha relación. Esta relación no se agota en el hecho de haber generado y de haber sido generado; Jesús «nació de mujer» (Gal 4,4) para una misión de salvación y su madre no está excluida de esa misión, al contrario, está asociada profundamente. María es consciente de ello, por lo tanto no se limita solo a considerar su relación maternal con Jesús, sino que permanece abierta y atenta a todos los acontecimientos que suceden a su alrededor: conserva y medita, observa y profundiza, como nos recuerda el Evangelio de hoy (Cfr. Lc 2,19). Ha ya dicho su “si” y ha dado su disponibilidad para involucrarse en la realización del plan de salvación de Dios, que «dispersó a los soberbios de corazón, derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes, colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías» (Lc 1,51-53). Ahora, silenciosa y atenta, trata de comprender que cosa Dios quiere de ella cada día.

La visita de los pastores le brinda la oportunidad de captar algún elemento de la voluntad de Dios que se manifiesta en la presencia de estas personas humildes y pobres. El evangelista Lucas nos narra la visita de los pastores a la gruta con una sucesión incesante de verbos que expresan movimiento. Dice así:  fueron sin esperar, encontraron al Niño con María y José, lo vieron, y contaron lo que de Él les habían dicho, y finalmente glorificaron a Dios (Cfr. Lc 2,16-20). María sigue atentamente esta visita, qué dicen los pastores, qué  les ha sucedido, porque ya entrevé allí  el movimiento de la salvación que surge de la obra de Jesús, y se adapta, preparada a cualquier petición del Señor. Dios no solo pide a María que sea la madre de su Hijo unigénito, sino también que coopere con el Hijo y por el Hijo en el plan de salvación, para que en ella, humilde sierva, se cumplan las grandes obras de la misericordia divina.

Y entonces, mientras los pastores, contemplan la imagen del Niño en brazos a su Madre, sentimos crecer en nuestro corazón una inmensa gratitud hacia Aquella que trajo al mundo al Salvador. Por esto, en el primer día del nuevo año, le decimos:

¡Gracias, oh Santa Madre del Hijo de Dios, Jesús, Santa Madre de Dios!

Gracias por tú humildad que ha atraído la mirada de Dios;

gracias por la fe con que has acogido su Palabra;

gracias por la valentía con la cual has dicho “heme aquí”,

olvidada de ti, fascinada por el Amor Santo,

hecha toda una con su esperanza.

¡Gracias, oh Santa Madre de Dios!

reza por nosotros, peregrinos en el tiempo;

ayúdanos a caminar por la senda de la paz.

Amén.