A mediodía el Santo Padre se asomó a la ventana de su estudio para rezar el ángelus con miles de fieles reunidos en la Plaza de San Pedro. El tema de su reflexión fue el capítulo 15 del Evangelio de Lucas, considerado el “capítulo de la misericordia”, que recoge las tres parábolas con que Jesús responde a las murmuraciones de los escribas y de los fariseos porque frecuentaba a los pecadores y comía con ellos. En la primera parábola, la de la oveja descarriada, el Señor es el pastor que deja sus noventa y nueve ovejas para salir en búsqueda de la extraviada. En la segunda, se le compara con una mujer que ha perdido una moneda y la busca hasta que la encuentra. En la tercera, la del hijo pródigo, Dios es el padre que sale al encuentro del hijo que se había alejado.
Un elemento común de las tres es el que expresan los verbos: regocijarse, celebrar. El pastor llama a amigos y vecinos y les dice: "Alégraos conmigo, porque encontré la oveja que se había perdido"; la mujer llama a las amigas y a las vecinas diciendo: "Alégraos conmigo, porque encontré la moneda que se me había perdido"; el padre dice al otro hijo: “Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado".En las primeras dos parábolas el acento recae en una alegría tan incontenible que es necesario compartirla con “amigos y vecinos”. En la tercera, en la fiesta que parte del corazón del padre misericordioso y se extiende a toda su casa.
“¡Esta fiesta de Dios por aquellos que regresan a Él arrepentidos se entona muy bien con el Año Jubilar que estamos viviendo, como dice el mismo término “Jubileo”! Es decir, júbilo”, exclamó Francisco, para explicar después que con esas tres parábolas, Jesús nos presenta el rostro verdadero de Dios, un Padre de brazos abiertos, que trata a los pecadores con ternura y compasión. “La parábola que más conmueve, - a todos - porque manifiesta el infinito amor de Dios, es la del padre que …abraza al hijo reencontrado. Y lo que impresiona no es tanto la triste historia de un joven que precipita en la degradación sino sus palabras decisivas: “Me levantaré e iré a la casa de mi padre”.
“El camino de regreso a casa es el camino de la esperanza y de la vida nueva –observó el Santo Padre- Dios espera siempre nuestro reanudar el viaje, nos espera con paciencia, nos mira cuando estamos lejos, nos sale al encuentro, nos abraza, nos besa, nos perdona. ¡Así es Dios! ¡Así es nuestro Padre! Y su perdón borra el pasado y nos regenera en el amor. Olvida el pasado: ésta es la debilidad de Dios. Cuando nos abraza y nos perdona, pierde la memoria… Olvida el pasado. Cuando nosotros, pecadores, nos convertimos y nos hacemos encontrar por Dios, no nos esperan reproches y durezas, porque Dios salva, nos vuelve a recibir en casa con alegría y lo celebra”.
“Y os pregunto –añadió -:¿Se os ha ocurrido que cada vez que nos acercamos al confesionario, hay alegría y fiesta en el cielo? ¿Lo habiáis pensado? ¡Es hermoso! .. .Y nos infunde gran esperanza porque no hay pecado en el que hayamos caído del cual, con la gracia de Dios, no podemos renacer; no hay una persona irrecuperable: ¡nadie es irrecuperable! Porque Dios no deja jamás de querer nuestro bien, ¡aun cuando pecamos!”,