El Papa ha recibido esta mañana en la Sala Clementina a los 250 participantes en el congreso de los abades benedictinos reunidos en Roma para reflexionar sobre el carisma monástico recibido de san Benito y su fidelidad a él en un mundo que cambia. Un argumento que reviste un significado especial en el contexto del Jubileo de la Misericordia porque, como afirmó Francisco, “si es solamente en la contemplación de Jesucristo donde se percibe el rostro de la misericordia del Padre, la vida monástica constituye un camino maestro de hacer esa experiencia contemplativa y traducirla en testimonio personal y comunitario”.
El mundo de hoy demuestra claramente la necesidad de una misericordia que es el corazón de la vida cristiana y “lo que, en definitiva, manifiesta la autenticidad y la credibilidad del mensaje del que la Iglesia es depositaria y proclama. Y en este tiempo y en esta Iglesia llamada a apostar cada vez sobre lo esencial –destacó el Pontífice- los monjes y las monjas custodian por vocación un don peculiar y una responsabilidad especial: la de mantener vivos los oasis del espíritu para que los pastores y fieles puedan beber en los manantiales de la misericordia divina”.
Con la gracia de Dios e intentando vivir misericordiosamente en sus comunidades los monjes y monjas anuncian la fraternidad evangélica desde todos los monasterios esparcidos en cada ángulo del planeta y lo hacen con un silencio laborioso y elocuente que “deja hablar a Dios en la vida ensordecedora y distraída del mundo”.
Por eso, aunque vivan separados del mundo su clausura “no es estéril, al contrario, es una riqueza y no un impedimento para la comunión”, su trabajo, en armonía con la oración los hace “partícipes de la obra creativa de Dios y solidarios con los pobres que no pueden vivir sin trabajar”. Su hospitalidad los acerca a los “más perdidos y alejados, a los que se encuentran en una condición de grave pobreza humana y espiritual” y su compromiso en la formación de la juventud es altamente apreciado. “Ojalá los estudiantes de vuestras escuelas –dijo Francisco- a través del estudio y de vuestro testimonio de vida sean también expertos del humanismo que se desprende de la Regla Benedictina. Y vuestra vida contemplativa es también un canal privilegiado para alimentar la comunión con los hermanos de las Iglesias Orientales”.
“Vuestro servicio a la Iglesia es inapreciable”, concluyó, manifestando el deseo de que el congreso refuerce la Federación para que esté cada vez más al servicio de la comunión y de la cooperación entre los monasterios y animando a los benedictinos a no desalentarse si los miembros de sus comunidades disminuyen o envejecen. “Al contrario –subrayó- conservad el celo de vuestro testimonio, incluso en los países que hoy son más difíciles, con la fidelidad al carisma y el valor de fundar nuevas comunidades”.