A mediodía, como cada domingo, el Papa se asomó a la ventana de su estudio para rezar el ángelus con los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro y meditar sobre los textos litúrgicos de hoy. Esta vez fue la párabola del “buen samaritano”, narrada en el evangelio de san Lucas. Una parábola que indica un estilo de vida, cuyo baricentro, señaló Francisco, no somos nosotros mismos, sino los demás, con sus dificultades, que encontramos en nuestro camino y que nos interpelan. “Y cuando los demás no nos interpelan algo allí no funciona; algo en aquel corazón no es cristiano”.
Jesús se sirve de esta parábola en el diálogo con un doctor de la Ley, a propósito del dúplice mandamiento que permite entrar en la vida eterna: amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a sí mismo “Sí – replica el doctor de la Ley – pero dime, ¿quién es mi prójimo?” .“También nosotros podemos plantearnos esta pregunta: ¿Quién es mi prójimo? ¿A quién debo amar como a mí mismo? ¿A mis parientes? ¿A mis amigos? ¿A mis compatriotas? ¿A los de mi misma religión?... ¿Quién es mi prójimo?”, dijo el Obispo de Roma.
La respuesta de Cristo es el relato del buen samaritano, el de un hombre que en el camino de Jerusalén a Jericó, es asaltado por ladrones golpeado y abandonado. A su lado pasan primero un sacerdote y después un levita que, preocupados por sus quehaceres, pasan de largo sin ayudarle. Después llega un samaritano, natural de una región, Samaria, cuyos habitantes eran despreciados por los judíos porque no observaban la religión verdadera. Y el samaritano se conmueve viendo al herido, lo cura y lo lleva a una posada y al día siguiente paga también su estancia hasta que se recupere y dice al posadero que se encargue de cuidarlo en su nombre. Llegados a este punto Jesús se dirige al doctor de la Ley y le pregunta: “¿Cuál de los tres – el sacerdote, el levita o el samaritano – te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?”. “El que tuvo compasión de él”, responde el doctor de la ley.
“De este modo Jesús cambia completamente la perspectiva inicial del Doctor de la Ley –explicó Francisco- no debo catalogar a los demás para decidir quién es mi prójimo y quién no lo es. Depende de mí ser o no ser prójimo … de la persona que encuentro y que necesita ayuda, incluso si es extraña o incluso hostil.. Y Jesús concluye: “Ve, y has tu lo mismo” Y lo repite a cada uno de nosotros:… Hazte prójimo del hermano y de la hermana que ves en dificultad… Hacer obras buenas, no decir sólo palabras que se lleva el viento.. Hacer. Y mediante las obras buenas, que hacemos con amor y con alegría por el prójimo, nuestra fe germina y da fruto. Preguntémonos. ¿Nuestra fe es fecunda? ¿Nuestra fe produce obras buenas? ¿O es más bien estéril, y por tanto está más muerta que viva? ¿Me hago prójimo o simplemente paso de lado? ¿Soy de aquellos que seleccionan a la gente según su propio gusto?”.
“Está bien hacernos estas preguntas y hacérnoslas frecuentemente, porque al final seremos juzgados por las obras de misericordia –recordó el Santo Padre- El Señor podrá decirnos: Pero tú, ¿te acuerdas aquella vez, por el camino de Jerusalén a Jericó? Aquel hombre medio muerto era yo. ¿Te acuerdas? Aquel niño hambriento era yo. ¿Te acuerdas? Aquel emigrante que tantos quieren echar era yo. Aquellos abuelos solos, abandonados en las casas para ancianos, eran yo. Aquel enfermo solo en el hospital, al que nadie va a saludar, era yo”.
“Que la Virgen María –terminó- nos ayude a caminar por la vía del amor, amor generoso hacia los demás, la vía del buen samaritano. Que nos ayude a vivir el mandamiento principal que Cristo nos ha dejado. Este es el camino para entrar en la vida eterna”.