Ciudad del Vaticano, 3 de julio de 2016.- En el ángelus dominical el Santo Padre habló de la necesidad de invocar a Dios, señor de la mies, para que envíe obreros a su siega, como se lee en el evangelio de san Lucas. “Los obreros de los que habla Jesús – destacó- son los misioneros del Reino de Dios que él mismo llamaba y mandaba “de dos en dos delante de él en cada ciudad y lugar adonde iba a ir. Su tarea es anunciar un mensaje de salvación dirigido a todos”.
Pero no solamente son misioneros los que van lejos; lo somos “también nosotros, misioneros cristianos, que decimos una palabra buena de salvación. Ese es el don que nos da Jesús con el Espíritu Santo. Este anuncio es decir: “El Reino de Dios está cerca de vosotros porque Jesús nos ha acercado a Dios. Dios se ha hecho uno de nosotros; en Jesús reina entre nosotros y su amor misericordioso derrota al pecado y a la miseria humana” explicó Francisco a los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro.
Y la buena noticia que los “obreros” deben llevar a todos es un mensaje de esperanza y consuelo, de paz y de caridad al igual que Jesús que cuando mandaba a los discípulos a las aldeas les decía: “Antes decid: Paz a esta casa… curad a los enfermos que haya”. “Todo esto significa que el Reino de Dios se construye día a día y da ya, en esta tierra, sus frutos de conversión, de purificación, de amor y de consuelo entre los hombres”.
Refiriéndose al espíritu con que los discípulos deben desempeñar esta misión, el Santo Padre recordó que ya el evangelio advierte de que deben ser conscientes de la realidad difícil y a veces hostil que les espera. “Jesús no ahorra palabras en este sentido cuando dice: “Os envío como corderos en medio de lobos –subrayó- La hostilidad está siempre en el inicio de las persecuciones contra los cristianos porque Jesús sabe que la misión está obstaculizada por la obra del maligno. Por eso, el obrero del evangelio se esforzará en ser libre de condicionamientos humanos de cualquier tipo, sin llevar bolsa, ni alforja, ni sandalias, como recomendaba Jesús, para confiar solamente en la potencia de la Cruz de Cristo. Esto significa abandonar cualquier motivo de vanidad personal, de carrerismo o sed de poder y hacerse humildemente instrumentos de la salvación obrada por el sacrificio de Jesús”.
“La del cristiano en el mundo es una misión…destinada a todos –reiteró el Pontífice- es una misión de servicio,ninguno excluido; requiere tanta generosidad y sobre todo tener la mirada y el corazón dirigidos a las alturas para invocar la ayuda del Señor. Hay mucha necesidad de cristianos que testimonien con alegría el evangelio en la vida de cada día. Los discípulos enviados por Jesús regresaron llenos de alegría. Cuando hacemos así nuestro corazón se llena de alegría. Y esto hace que piense –observó- en cuanto se alegra la Iglesia cuando sus hijos reciben la Buena Noticia gracias a la entrega de tantos hombres y mujeres que día tras día anuncian el Evangelio: sacerdotes – esos buenos párrocos que todos conocemos- religiosas, consagradas, misioneras, misioneros… Y me pregunto ¿cuántos de vosotros jóvenes que ahora estáis aquí en la Plaza sienten la llamada del Señor para seguirlo? No tengáis miedo. Sed valientes y llevad a los demás esta antorcha del celo apostólico que nos pasaron estos discípulos ejemplares”.
Francisco terminó su breve meditación pidiendo la intercesión de la Virgen María para que no faltasen en la Iglesia “corazones generosos que trabajen para llevar a todos el amor y la ternura del Padre celeste”.