Los nuevos embajadores ante la Santa Sede de Estonia (Väino Reinart), Malawi (Michael Barth Kamphambe Nkhoma), Namibia (Andreas B. D. Guibeb), Seychelles (Thomas Selby Pillay),Tailandia (Nopadol Gunavibool) y Zambia (Muyeba Shichapwa Chikonde), presentaron esta mañana al Papa Francisco en la Sala Clementina sus cartas credenciales. En el breve discurso que les dirigió, el Santo Padre habló ante todo de la necesidad de hacer frente al fenómeno migratorio con sabiduría, compasión y solidaridad y se refirió a la diplomacia como un camino privilegiado para amplificar y transmitir el grito de los afligidos por la tragedia de la violencia y la persecución.
“Vuestra presencia hoy aquí – dijo- es un fuerte recordatorio de que, a pesar de que nuestras nacionalidades, culturas y religiones puedan ser diferentes, estamos unidos por una humanidad común y por la misión compartida de cuidar de la sociedad y de la creación . Esta tarea se ha vuelto especialmente urgente dado que en el mundo son tantas las personas que están sufriendo conflictos y guerras, migraciones, desplazamientos forzados e incertidumbres causadas por las dificultades económicas. Estos problemas requieren no sólo que reflexionemos y discutamos sobre ellos sino también que expresemos signos concretos de solidaridad con nuestros hermanos y hermanas que atraviesan por grandes necesidades”.
Pero para que esa tarea solidaria sea eficaz los esfuerzos deben apuntar a “la búsqueda de la paz, en la que todo derecho natural individual y todo desarrollo humano integral puedan ser ejercidos y garantizados”. Y ello requiere una colaboración eficaz y coordinada que inste a los miembros de las diversas comunidades a “convertirse ellos mismos en artesanos de la paz, promotores de justicia social y defensores del respeto verdadero de nuestra casa común”. El Papa constató que esa tarea se hace siempre más difícil porque el mundo cada vez está más fragmentado y polarizado. “Muchas personas tienden a aislarse frente a la dureza de la realidad -observó- Tienen miedo del terrorismo y de que la creciente afluencia de migrantes cambie radicalmente su cultura, su estabilidad económica y su estilo de vida. Estos temores, que entendemos y que no podemos dejar de lado a la ligera, deben ser abordados, sin embargo, con sabiduría y compasión, de modo que los derechos y las necesidades de todos sean respetados y sostenidos”.
Francisco subrayó que era necesario mantener con firmeza la resolución de dar a conocer a mundo la situación crítica de tantos seres humanos que viven la tragedia de la violencia y de la migración forzada “para que a través de la nuestra se escuche su voz, demasiado débil e incapaz de hacer resonar su grito”. En este sentido el camino de la diplomacia “nos ayuda a amplificar y transmitir este grito a través de la búsqueda de soluciones a las muchas causas subyacentes del conflicto actual”. De esa búsqueda forman parte los esfuerzos encaminados a “privar de las armas a quienes usan la violencia, así como a poner fin al flagelo de la trata de personas y del tráfico de drogas que a menudo acompañan a este mal”.
“Si nuestras iniciativas en nombre de la paz deberían ayudar a las poblaciones a permanecer en su patria, la situación actual nos llama a asistir a los migrantes y a cuantos los atienden -prosiguió el Santo Padre- No debemos permitir que malentendidos y temores hagan que flaquee nuestra determinación. Al contrario, estamos llamados a construir una cultura de diálogo que nos permita reconocer al otro como un interlocutor válido; que nos permita mirar al extranjero, al emigrante, al que pertenece a otra cultura como sujeto digno de ser escuchado, considerado y apreciado. Promoveremos así una integración que respete la identidad de los migrantes y preserve la cultura de la comunidad que los acoge, enriqueciendo al mismo tiempo a unos y a otros. Esto es esencial. Si prevalecen la incomprensión y el miedo, algo de nosotros mismos se daña, nuestras culturas, la historia y las tradiciones se debilitan, y la misma paz está en peligro. Cuando, por el contrario, favorecemos el diálogo y la solidaridad, tanto a nivel individual como colectivo, experimentamos lo mejor de la humanidad y aseguramos una paz duradera para todos, de acuerdo con el plan del Creador”.
El Pontífice terminó su discurso expresando, a través de los embajadores, su saludo fraterno a los pastores y fieles de las comunidades católicas presentes en sus respectivas naciones. “Los animo a ser siempre mensajeros de la esperanza y la paz -dijo- Pienso, sobre todo en aquellos cristianos y en aquellas comunidades que son numéricamente una minoría y sufren persecución por su fe: les renuevo mi apoyo en la oración y mi solidaridad. Por su parte, la Santa Sede se siente honrada de poder fortalecer con cada uno de vosotros y con las naciones que representáis un diálogo abierto y respetuoso y una colaboración constructiva”.