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Audiencia general: El Evangelio de la Misericordia, 06.04.2016

Después de reflexionar en las catequesis de la audiencia general de los miércoles sobre la misericordia de Dios en el Antiguo Testamento, el Papa ha comenzado esta mañana en la Plaza de San Pedro su reflexión sobre cómo en Jesús alcanzó su plenitud. “Jesús -dijo- hace visible, un amor abierto a todos, sin límites. Un amor puro, gratuito y absoluto que llega a su punto culminante en el sacrificio de la cruz. El Evangelio es efectivamente el "Evangelio de la Misericordia", porque Jesús es la misericordia”.

Los cuatro evangelios atestiguan que Jesús, antes de comenzar su ministerio quiso recibir el bautismo de san Juan Bautista, un evento que imprime “una orientación decisiva a toda la misión de Cristo, que se presentó al mundo en el esplendor del templo y podía haberlo hecho, no se anunció al son de trompetas... ni vino en veste de juez”. Después de treinta años de vida escondida en Nazaret, Jesús fue al río Jordán, con tanta gente de su pueblo, y se puso en fila con los pecadores, para ser bautizado. Por lo tanto, “desde el comienzo de su ministerio, se manifestó como el Mesías que asume la condición humana, movido por la solidaridad y la compasión”.

En la sinagoga de Nazaret Jesús reafirmó que todo lo que haría sería cumplir ese programa inicial de llevar consuelo, salud y perdón a los que acudían a El :”Llevar a todos el amor de Dios que salva -explicó el Papa- El Hijo enviado por el Padre es realmente el comienzo del tiempo de misericordia para toda la humanidad”. Los que estaban presentes en la orilla del Jordán no entendieron de inmediato el alcance del gesto de Jesús, solo el Padre que declara: "Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. “De esa forma -subrayó Francisco- el Padre confirma el camino que el Hijo ha emprendido como Mesías, mientras desciende sobre él en forma de paloma, el Espíritu Santo. Así el corazón de Jesús late, por decirlo así, al unísono con el corazón del Padre y del Espíritu, mostrando a todos los hombres que la salvación es el fruto de la misericordia de Dios”.

En la Cruz contemplamos todavía con más claridad ese misterio de amor. En ella el inocente muere por nosotros, los pecadores, mientras suplica al Padre: “Perdónalos, porque no saben lo que hacen". “En la cruz Jesús presenta a la misericordia de Dios el pecado del mundo, y con él todos nuestros pecados son borrados... Nada ni nadie está excluido de esta oración sacrificial de Jesús -reiteró el Santo Padre- Esto significa que no debemos tener miedo a reconocernos y confesarnos pecadores porque cada pecado ha sido llevado a la Cruz por el Hijo. Y cuando lo confesamos arrepentido, confiándonos a Él, estamos seguros de ser perdonados. El sacramento de la Reconciliación actualiza para cada uno de nosotros el poder del perdón que brota de la Cruz y renueva en nuestras vidas la gracia de la misericordia que Jesús adquirió para nosotros. No debemos temer nuestras miserias: el poder del amor del Crucificado no conoce obstáculos y nunca se acaba.Y esta misericordia borra nuestras miserias”.

En este Año Jubilar, concluyó, “pidamos a Dios la gracia de experimentar la potencia del Evangelio: el Evangelio de la misericordia que transforma, que hace entrar en el corazón de Dios, que nos hace capaces de perdonar y mirar al mundo, con más bondad. Si acogemos el Evangelio de Cristo crucificado y resucitado, toda nuestra vida estará determinada por la fuerza de su amor que renueva”.