Acoger a los refugiados, como obra de misericordia, es para los cristianos una forma tangible de vivir el Año Santo. Lo escribe el arzobispo Rino Fisichella, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, en un artículo donde explica el significado de la decisión del Papa Francisco de celebrar el Jueves Santo con los refugiados de un centro de acogida para los solicitantes de asilo.
“Millones de refugiados están mostrando al mundo los verdaderos rasgos de un nuevo éxodo que mueve masas de desesperados sin hogar ni patria -escribe el arzobispo- Huyen, sin querer hacerlo, bajo la presión de la violencia gratuita, de la guerra inútil y de las dentelladas del hambre, hacia metas que a menudo son el producto de la imaginación más que de la realidad. Sin embargo, especialmente los países ricos de Occidente, permanecen indiferentes a un drama impresionante por su duración y por el número de personas involucradas... En su llamamiento del pasado 6 de septiembre poco antes del Jubileo de la Misericordia, el Papa durante el ángelus dominical pidió que ante esta tragedia cada parroquia, cada comunidad religiosa, cada monasterio, cada santuario de Europa alojase a una familia, empezando por su diócesis de Roma. Un pequeño gesto concreto para llamar la atención sobre un drama internacional. Se puso en marcha un movimiento que ha llevado a expresar tanta solidaridad,en silencio. Pero el tiempo pasa y el aldabonazo inicial, por desgracia, parece haber disminuido, mientras que los problemas persisten y se intensifican. Los primeros meses del Año Santo de la Misericordia han sido testigos de una gran afluencia de personas de todo el mundo, una clara señal de que los cristianos viven este momento como una oportunidad para sentir la cercanía, la ternura y el perdón de Dios”.
“Entre las siete obras de misericordia corporales está,con su valor de provocación actual, la de la hospitalidad -recuerda monseñor Fisichella- Así, acoger a los refugiados se convierte para los cristianos en una expresión tangible para vivir el Jubileo de la Misericordia. Este año, el Papa Francisco suele dar un viernes al mes un testimonio concreto de estas obras. En diciembre abrió la Puerta Santa del albergue "Don Luigi di Liegro" que cobija a las personas sin techo y sirve comida todos los días. En enero, se acercó a los ancianos y algunos pacientes en estado vegetativo, para que la gente entienda que la "cultura del descarte" tiene poco que ver con la visión cristiana de la vida. En febrero visitó una comunidad terapéutica para jóvenes drogodependientes para infundirles esperanza en el futuro. El próximo Jueves Santo, Francisco irá a Castelnuovo di Porto para estar con los jóvenes refugiados del Centro de Acogida de los solicitantes de asilo”.
“La visita estará acompañada por la celebración del rito del lavatorio de los pies. El Papa se inclinará ante doce refugiados y les lavará los pies como signo de servicio y de atención a su condición. En la última audiencia jubilar del sábado, Francisco comentó el gesto del lavatorio de los pies, diciendo: "Al lavar los pies de los apóstoles, Jesús quiso revelar cómo actúa Dios con nosotros y dar ejemplo de su “mandamiento nuevo”, de amarnos los unos a los otros como El nos ha amado, es decir, dando su vida por nosotros." Y especificó: "El amor es el servicio concreto que nos hacemos unos a otros. El amor no son palabras, son obras y servicio”.
“A la luz de estas consideraciones se comprende el valor simbólico que Francisco quiere imprimir a su visita al Cara di Castelnuovo di Porto, y su inclinarse para lavar los pies de los refugiados. Nos quiere decir – subraya el prelado- que es necesario prestar la debida atención a los más débiles de este momento histórico; que todos estamos llamados a restituirles su dignidad sin recurrir a subterfugios. Nos hace mirar hacia la Pascua con los ojos de los que hacen de su fe una vida vivida al servicio de los que llevan grabadas en su rostro las marcas del sufrimiento y de la violencia. Muchos de estos jóvenes no son católicos. El signo de Francisco, por lo tanto, se vuelve aún más elocuente. Señala la senda del respeto como el camino privilegiado para la paz. El respeto, en su valor semántico, significa darse cuenta de que hay otra persona a mi lado. Una persona que camina conmigo, que sufre conmigo, que se alegra conmigo. Una persona en la que, un día, podré apoyarme, para encontrar sostén. Lavando los pies de los refugiados, Francisco pide respeto para cada uno de ellos”.