DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA SESIÓN PLENARIA
DE LA COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL
Jueves, 28 de noviembre de 2024
___________________________________________
Eminencia, queridos hermanos y hermanas:
Nos acercamos ya a la apertura de la Puerta Santa del Jubileo y acabamos de concluir la XVI Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos. Partiendo de estos dos acontecimientos, quisiera dirigirles dos puntos de reflexión: el primero es volver a poner a Cristo en el centro, el segundo es desarrollar una teología de la sinodalidad.
Volver a poner a Cristo en el centro. El Jubileo nos invita a redescubrir el rostro de Cristo y a centrarnos en Él. Y durante este Año Santo, tendremos la oportunidad de celebrar los 1700 años del primer gran Concilio Ecuménico, que se celebró en Nicea. Creo que iré ahí. Este Concilio constituye un cimiento en el camino de la Iglesia y de la humanidad entera, porque la fe en Jesús, Hijo de Dios hecho carne por nosotros los hombres y por nuestra salvación, ha sido formulada y profesada como una luz que ilumina el significado de la realidad y el destino de toda la historia. De esta manera es como la Iglesia ha respondido a la exhortación del apóstol Pedro: «Glorifiquen en sus corazones a Cristo, el Señor. Estén siempre dispuestos a defenderse delante de cualquiera que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen» (1 P 3,15).
Esta solicitud, dirigida a todos los cristianos, se puede aplicar de modo especial al ministerio que los teólogos están llamados a desempeñar como un servicio al Pueblo de Dios: favorecer el encuentro con Cristo, profundizar el significado de su misterio, para así poder comprender mejor “cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad y conocer el amor de Cristo, que supera todo conocimiento” (cf. Ef 3,18-19).
El Concilio de Nicea, afirmando que el Hijo es de la misma sustancia del Padre, manifiesta algo esencial: en Jesús podemos conocer el rostro de Dios y, al mismo tiempo, el rostro del hombre, descubriéndonos hijos en el Hijo y hermanos entre nosotros. Una fraternidad que está fundamentada en Cristo, que se vuelve para nosotros una tarea ética esencial. En este sentido, es importante el hecho de que hayan dedicado gran parte de esta Plenaria a trabajar en un documento que pretende ilustrar el significado actual de la fe profesada en Nicea. Dicho documento será muy valioso, en el transcurso del año jubilar, para nutrir y profundizar la fe de los creyentes y, a partir de la figura de Jesús, ofrecer perspectivas y reflexiones útiles para un nuevo paradigma cultural y social, inspirado precisamente en la humanidad de Cristo.
En efecto, en un mundo actualmente complejo y frecuentemente polarizado, marcado trágicamente por conflictos y violencia, el amor de Dios que se revela en Cristo y se nos da en el Espíritu se convierte en una llamada para todos. Se trata de una exhortación a aprender a caminar en la fraternidad y a ser constructores de justicia y de paz. Sólo de este modo podemos esparcir semillas de esperanza allí donde vivimos.
Volver a poner a Cristo en el centro significa reavivar esta esperanza y la teología está llamada a esta tarea, llevando a cabo un trabajo constante y sabio, en el diálogo con todos los demás saberes.
Y llegamos a la segunda clave de reflexión: desarrollar una teología de la sinodalidad. La Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos ha dedicado un punto del Documento final a la tarea de la teología, en el contexto de los «carismas, vocaciones y ministerios para la misión»; y ha externado este deseo afirmando: «La Asamblea invita a las instituciones teológicas a continuar la investigación dirigida a clarificar y profundizar el significado de la sinodalidad» (n. 67). Esta fue la visión que tuvo san Pablo VI al final del Concilio, cuando creó la Secretaría del Sínodo de los Obispos. En casi 60 años, esta teología sinodal se ha ido desarrollando, poco a poco, y hoy podemos decir que ya está madura. Y hoy no podemos pensar en una pastoral sin esta dimensión de la sinodalidad.
Por eso, además de la centralidad de Cristo, quisiera invitarlos a tener presente la dimensión eclesiológica, para un desarrollo óptimo sobre la finalidad misionera de la sinodalidad y la participación de todo el Pueblo de Dios en su variedad de culturas y tradiciones. Yo diría que ha llegado el momento de dar un paso valiente: desarrollar una teología de la sinodalidad, una reflexión teológica que ayude, que anime y acompañe el proceso sinodal, en pro de una nueva etapa misionera, más creativa y audaz, que esté inspirada en el kerygma e involucre a todos los miembros de la Iglesia.
Concluyo con un deseo: que puedan ser como el apóstol Juan que, en su confianza de discípulo amado, ha reclinado la cabeza sobre el corazón de Jesús (cf. Jn 13,25). Como lo he recordado en la Encíclica Dilexit nos, el Sagrado Corazón de Jesús «es el principio unificador de la realidad, porque “Cristo es el corazón del mundo; su Pascua de muerte y resurrección es el centro de la historia, que gracias a él es historia de salvación”» (n. 31). Permaneciendo, por así decirlo, apoyada en el Corazón de Jesús, la teología de ustedes surgirá de la Fuente y dará frutos en la Iglesia y en el mundo.
Y algo que es fundamental para crear una teología fecunda es no perder el sentido del humor. Por favor, esto nos ayuda mucho. El Espíritu Santo es quien nos ayuda en esta dimensión de la alegría y del buen humor.
Hermanas y hermanos, les doy las gracias por su servicio. Los acompaño con mi bendición. Y les pido, por favor, que recen por mí. A favor, no en contra. Gracias.
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana