DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA GENERAL Y CONFERENCIA
DE LA EUROPEAN PARENTS' ASSOCIATION (EPA)
Sala del Consistorio
Sábado, 11 de noviembre de 2023
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¡Queridos amigos, buenos días!
Me alegra encontraros con ocasión de vuestra asamblea, para la cual deseo los mejores frutos, y esto me ofrece la oportunidad de compartir con vosotros algunas reflexiones sobre la vocación y la misión de los padres.
Convertirse en padres es una de las alegrías más grandes de la vida. Suscita nuevas energías, impulso y entusiasmo en las parejas. Pero inmediatamente se enfrentan a tareas educativas para las que a menudo no se está preparado. Por ejemplo: cuidar con amor a los hijos al mismo tiempo estimularles para madurar y a hacerse autónomos; ayudarles a adquirir sanas costumbres y buenos estilos de vida, en el respeto de su personalidad y de sus dones, sin imponer nuestras expectativas; ayudarles a afrontar serenamente el recorrido escolar. Y aún: transmitirles una formación positiva a la afectividad y a la sexualidad; defenderles de las amenazadas como el acoso escolar, alcohol, tabaco, pornografía, videojuegos violentos, azar, droga, etc.
Por esto son muy importantes las redes de apoyo para los padres, como vuestras asociaciones. A través del compartir de experiencias y de caminos formativos, estas ayudan a los padres a estar más preparados y sobre todo a no sentirse solos y desanimados.
La misión educativa de los padres ciertamente no se ve hoy favorecida por el contexto cultural, al menos en Europa. De hecho, está marcada por el subjetivismo ético y el materialismo práctico. La dignidad de la persona humana está siempre afirmada, pero a veces de hecho no respetada. Los padres se dan cuenta rápidamente que sus hijos están inmersos en esta atmósfera cultural. Lo que ellos “respiran”, lo que absorben en los medios de comunicación está a menudo en contraste con lo que hasta hace pocas décadas era considerado “normal” pero que ahora ya no parece serlo. Por esto los padres se encuentran cada día teniendo que demostrar a sus hijos la bondad y la sensatez de elecciones y valores que no se pueden ya dar por descontadas, como por ejemplo el valor mismo del matrimonio y de la familia, o la elección de acoger a los hijos como don de Dios. Y esto no es fácil, ¡porque se trata de realidades que se transmiten solo con el testimonio de la vida!
Ante estas dificultades, que pueden resultar desalentadoras, debemos apoyarnos mutuamente para encender en los padres una “pasión” por la educación. Educar es humanizar, es hacer al hombre plenamente hombre. Es verdad, la cultura ha cambiado, pero las exigencias del corazón humano conservan un núcleo inmutable que antes o después sale también en los hijos. Siempre hay que empezar desde ahí. Dios mismo ha inscrito en nuestra naturaleza las exigencias irreprimibles de amor, de verdad, de belleza, de relacionalidad y de donación, de apertura al tú del otro y de apertura al Tú trascendente. Estas exigencias del corazón son poderosos aliados de todo educador. Haciéndoles emerger, aprendiendo a escuchar, incluso nuestros hijos no tendrán dificultad en ver el bien, el valor de las propuestas educativas de sus padres.
La tarea educativa puede considerarse exitosa cuando los niños descubren la positividad fundamental de su existencia, de su estar en el mundo y cuando, fortalecidos por esta convicción, afrontan la confianza y valentía la aventura de la vida, convencidos de que también ellos tienen una misión que cumplir, una misión en la que encontrarán su realización y felicidad.
Todo esto, queridos amigos, presupone el descubrimiento del gran amor de Dios por nosotros. Quien descubre que en la raíz del proprio ser está el amor de Dios Padre reconoce también que la vida es buena, que nacer es un bien y que amar es un bien. Dios mismo ha hecho de mí un don bueno y yo mismo soy un don para mis seres queridos y para el mundo, y cada uno puede decir esto. Esta certeza ayuda a no vivir movidos solamente por una desalentadora tendencia “al ahorro”, en la continua preocupación de preservarme, de no implicarme demasiado, de no ensuciarme las manos. Están estas trampas… La vida sin embargo se abre a toda su riqueza y belleza cuando es gastada, cuando se “pierde” por los otros y así se encuentra verdaderamente, como Jesús nos ha enseñado. La vida se abre a toda su riqueza cuando se da, cuando se dona. Esta es la gran tarea educativa de los padres: formar personas libres y generosas que han conocido el amor de Dios y que donan a manos llenas lo que saben que han recibido como don. Es un poco – digamos así – la transmisión de la gratuidad, que no es fácil transmitir.
Y aquí están también las raíces de una sociedad sana. Por eso es importante que se reconozca a todos los niveles el rol social de los padres. Educar un hijo es una verdadera obra social, porque significa formarlo en la relacionalidad, en el respeto de los otros, en la cooperación en vista de un objetivo común, formarlo en la responsabilidad, el sentido del deber, el valor del sacrificio por el bien común. ¡Bonito trabajo este! Todos los valores que hacen de un joven, de una joven, una persona fiable y leal, capaz de dar su contribución al trabajo, a la convivencia civil, a la solidaridad. De lo contrario, los niños crecen como “islas”, desconectados de los demás, incapaces de una visión común, acostumbrados a considerar sus propios deseos como valores absolutos: hijos caprichosos, ¡pero esto suele ocurrir cuando los padres son caprichosos! Y así la sociedad se deconstruye, se empobrece y se vuelve cada vez más débil e inhumana.
Por eso es necesario tutelar el derecho de los padres a criar y educar a los hijos con libertad, sin estar obligados en ningún ámbito, particularmente en el escolar, a tener que aceptar programas educativos que estén en contraste con sus convicciones y sus valores. Este es un desafío muy grande en este momento.
La Iglesia es madre, la Iglesia camina al lado de los padres y de las familias para sostenerles en su labor educativa. La Iglesia somos nosotros. En estos años estamos llevando adelante un “Pacto educativo global”, para consolidar el compromiso común con todas las instituciones que se ocupan de los jóvenes. Y al mismo tiempo también un “Pacto para la familia”, entre actores culturales, académicos, institucionales y pastorales, para poner en el centro a la familia y sus relaciones: hombre-mujer, padres-hijos, vínculos fraternos. El intento es el de superar algunas “fracturas” que actualmente debilitan los procesos educativos: la fractura entre la educación y la trascendencia, la fractura entre la educación y la trascendencia, la fractura en las relaciones interpersonales, la fractura que aleja la sociedad de la familia creando desigualdades y nuevas pobrezas.
Queridos amigos, os animo a ir adelante con esperanza en vuestro compromiso – también con valentía, es necesaria valentía hoy -, encontrando siempre inspiración y apoyo en los testimonios evangélicos de los santos padres María y José. Os bendigo de corazón. Y, como siempre, tenéis que pagar la entrada, ¡y rezar por el Papa! ¡Lo necesito! Gracias.
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L'Osservatore Romano, Edición semanal en lengua española, Año LX, número 46, Viernes, 17 de noviembre de 2023, p. 3.
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