DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DE LA FUNDACIÓN CENTESIMUS ANNUS PRO PONTIFICE
Sala Clementina
Lunes, 5 de junio de 2023
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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
Es bueno celebrar los aniversarios. La Fundación Centesimus Annus existe desde hace treinta años: todo comenzó después de la Encíclica de san Juan Pablo II escrita en el centenario de la histórica Rerum novarum de León XIII. Y vuestro compromiso se ha puesto precisamente en este camino, en esta «tradición»: es decir, el compromiso de estudiar y difundir la doctrina social de la Iglesia, tratando de mostrar que no es sólo teoría, sino que puede convertirse en un estilo de vida virtuoso con el que hacer crecer sociedades dignas del hombre.
La centralidad de la persona, el bien común, la solidaridad y la subsidiariedad, se han transformado en estos treinta años para vosotros en acciones concretas y han contagiado el corazón y las acciones de tantas personas. Doy las gracias a la Fundación y a todos vosotros por el valioso trabajo que habéis realizado; en particular, por lo que se ha realizado en los últimos diez años a través de la recepción y el relanzamiento de las contribuciones que he tratado de dar al desarrollo de la doctrina social.
En la exhortación apostólica Evangelii gaudium he querido poner en guardia sobre el peligro de vivir la economía de modo malsano. «Esa economía mata» (53), decía en 2013, denunciando un modelo económico que produce descartes y que favorece lo que se puede llamar «globalización de la indiferencia». Muchos de vosotros trabajáis en el campo económico: sabéis bien cuánto puede beneficiar a todos un modo de imaginar la realidad que ponga en el centro a la persona, que no disminuya al trabajador y que busque crear el bien para todos.
La Encíclica Laudato si’ ha puesto de relieve el daño debido al paradigma tecnocrático dominante y ha propuesto la lógica de la ecología integral, donde “todo está conectado”, “todo está relacionado” y la cuestión ambiental es inseparable de la cuestión social, van juntas. El cuidado del medio ambiente y la atención a los pobres van juntos o caen juntos. En el fondo, nadie se salva solo y el redescubrimiento de la fraternidad y de la amistad social es decisivo para no caer en un individualismo que hace perder la alegría de vivir. Y también hace perder la vida.
Me alegra que en este Congreso Internacional hayáis elegido como título: “La memoria para construir el futuro: pensar y actuar en términos de comunidad”, citando explícitamente el número 116 de la Encíclica Fratelli tutti. En realidad, esas palabras provienen de un discurso dirigido a los movimientos populares, en 2014. En aquella ocasión dije: «Solidaridad es una palabra que no cae bien siempre; [...] pero es una palabra que expresa mucho más que algunos actos de generosidad esporádicos. Es pensar y actuar en términos de comunidad, de la prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. También es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, la tierra y la vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar los destructores efectos del Imperio del dinero: los desplazamientos forzados, las emigraciones dolorosas, la trata de personas, la droga, la guerra, la violencia [...]. La solidaridad, entendida, en su sentido más hondo, es un modo de hacer historia».
Me viene a la mente —hablé de dinero— un pasaje del Evangelio, cuando Jesús dice que no se puede servir a dos patrones: o tú sirves a Dios, un Señor, o tú sirves —y yo esperaba que dijera: el diablo, pero no dice “el diablo”— dice: “el dinero”. O sirves a Dios o sirves al dinero. Peor que el diablo. Debemos buscar qué quiere decirnos Jesús en esto: hay un mensaje. O sirves a Dios, o eres siervo del dinero. No eres libre.
Hoy, hablando a vosotros y pensando en el título que habéis elegido, quisiera añadir algo que he leído de un gran jurista italiano, Paolo Grossi, que fue también presidente de la Corte Constitucional y que murió el año pasado. Afirmó: «La comunidad es siempre un salvavidas para el débil y da voz también a quien no tiene propia voz» (Grammatiche del diritto, p. 38).
Quizás, para que la comunidad se convierta verdaderamente en un lugar donde el débil y quien no tiene voz pueda sentirse acogido y escuchado, sirve por parte de todos ese ejercicio que podríamos llamar del “hacer espacio”. Cada uno retrata un poco su propio “yo” y esto permite al otro existir. Pero para esto es necesario que el fundamento de la comunidad sea la ética del don y no la del intercambio.
En este sentido, podríamos citar a un poeta milanés, Giampiero Neri, también fallecido recientemente. Afirmaba: «Se dice de algunas personas que, cuando entran en una habitación, la ocupan toda. Debería imaginar que, cuando se van, dejan un gran vacío. En cambio, me siento inclinado a pensar que quienes dejan un gran vacío son las personas humildes, silenciosas, que ocupan sólo el espacio necesario, que se hacen amar».
Queridos hermanos y hermanas, pensar y actuar en términos de comunidad es, por tanto, dar espacio a los demás, es imaginar y trabajar por un futuro donde cada uno pueda encontrar su lugar y tener su espacio en el mundo. Una comunidad que sabe dar voz a los que no tienen voz es lo que todos necesitamos.
El trabajo valioso de la Fundación Centesimus Annus puede ser también éste: contribuir a un pensamiento y a una acción que favorezcan el crecimiento de una comunidad en la que caminar juntos por el camino de la paz. Bendigo a todos vosotros, bendigo a vuestros seres queridos. Y les pido por favor que recen por mí. Gracias.
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