DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LAS CAPITULARES DE LA ORDEN DEL SANTÍSIMO SALVADOR DE SANTA BRÍGIDA
Y DE LAS HERMANAS MISIONERAS COMBONIANAS
Sala del Consistorio
Sábado, 22 de octubre de 2022
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Queridas hermanas, ¡buenos días y bienvenidas!
Estoy contento de acogeros con ocasión de vuestros Capítulo Generales. No para pelear, no, sino para estar juntas, como hermanas; y doy las gracias a las Superioras Generales por las palabras con las que han presentado el camino realizado y las líneas operativas para el futuro; y les deseo todo bien por el servicio al que han sido llamadas por la confianza por las hermanas. ¡Adelante! Expreso el reconocimiento de la Iglesia por vuestro testimonio y por la obra apostólica desplegada en los países donde estáis presentes.
Cada Capítulo General constituye un momento de gracia para la Familia religiosa que lo celebra. Se trata de un tiempo de docilidad y de apertura al Espíritu Santo, para comprender cuáles son las prioridades de la misión que Dios os encomienda por el bien de la Iglesia y del mundo. Además, es ocasión para empezar de nuevo desde Cristo, que da sentido y plenitud a todo recorrido eclesial (cf. Gaudete et exsultate, 20). Él, el Señor, es el punto de partida de la renovación interior y comunitaria. No hay renovación si no está el Señor, partimos de Él y volvemos a Él. Por esto, en el primer lugar para nosotros está siempre la vida espiritual, la relación personal con el Señor Jesús. Si falta la vida espiritual, estáis acabadas, no hay salida.
“La actualidad de nuestro carisma en la óptica de las Madres Fundadoras. El triple amor: la Orden, la Iglesia y el mundo”: este es el tema que vosotras, Hermanas de la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida, habéis elegido para vuestra asamblea capitular. Este os llama al espíritu de los orígenes, para que podáis traducir el carisma de fundación en decisiones apostólicas adherentes a las situaciones contemporáneas que cambian. Por lo tanto, fieles a la peculiar vocación monástica que distingue la familia brigidina, estáis llamadas a confirmar el primado de Dios en la existencia de cada una de vosotras y de vuestras comunidades.
Os exhorto a dedicaros especialmente a la oración de adoración: esto es importante. Hoy se ha perdido un poco el sentido de la oración de adoración, perder el tiempo adorando. Esta oración no se hace a menudo: yo os pido que la hagáis. Adorar, para sumergiros en el amor divino y donarlo a manos llenas a quienes encontráis en vuestro camino. Es hermoso adorar en silencio ante el Santísimo Sacramento, estar en la consoladora presencia de Jesús y ahí obtener el impulso apostólico para ser instrumentos de bondad, de ternura y de acogida en la comunidad, en la Iglesia y en el mundo. La acogida, uno de los aspectos característicos de vuestra misión, será más fecunda en la medida en que la oración de contemplación os haga salir de vosotras mismas y focalizar vuestra vida en Jesucristo, dejando que sea Él quien haga las cosas en vosotras, que Él actúe en vosotras. Este movimiento interior hará posible un servicio al prójimo que no sea filantropía o asistencialismo, sino apertura al otro, proximidad, compartir; en una palabra: caridad. La dimensión caritativa, como fruto del crecimiento espiritual, requiere ser vivida sobre todo en los detalles cotidianos de la vida comunitaria. Como en familia, es ahí que se ve el amor, en el cuidar las unas de las otras, dando espacio a los pequeños gestos de atención y preocupación, custodiando el corazón y midiendo las palabras. Y sobre esto quisiera subrayar, no solo para vosotras sino para todos, la medida de las palabras. Muchas veces nosotros estamos preparados para hablar, y del hablar pasamos al hablar mal. Hay comunidades donde se “despellejan” la una a la otra con la lengua. Es una gran virtud no hablar mal de otra, ¡nunca, nunca! El chismorreo es una peste de la vida consagrada. No solo con las mujeres, también con los hombres. Es una peste. Porque es como una carcoma que destruye poco a poco la coexistencia y la fuerza de la vida comunitaria. Estad atentas al chismorreo. “Pero, Padre, no es fácil… no sé cómo hacer…”. Yo conozco un buen remedio para esto. Lo ofrezco a vosotras, si queréis. Un buen remedio: morderse la lengua; sabéis, ¡la lengua se hinchará y no podrás hablar! Por favor, esto destruye la vida comunitaria y la vida religiosa: nada de chismorreo. Si tú tienes algo con otra, o lo dices a la cara o lo dices a la superiora, pero no a las otras. Perdonadme, pero para mí esto es un gran mal de la vida comunitaria, tanto de las mujeres como de los hombres, es lo mismo.
Vosotras, hermanas misioneras combonianas, en el centro de vuestro trabajo de estos días habéis puesto el tema “Transformadas por nuestro carisma, discípulas misioneras hacia las periferias existenciales”. En la escucha del Espíritu Santo, os proponéis encontrar caminos nuevos de evangelización y de proximidad. Esta es una palabra clave: proximidad, porque es el estilo de Dios. En el Deuteronomio Dios dice a Israel: “Ves, ¿qué pueblo tiene a sus dioses tan cerca, así próximos como yo contigo?”. El estilo de Dios es proximidad, misericordia y ternura. Y vosotras estáis buscando caminos nuevos de evangelización y de proximidad, con el fin de realizar vuestro carisma, que os pone al servicio de la misión ad gentes, con una mirada preferencial para los más frágiles. En esta entrega misionera, os animo a imitar el ardor apostólico de san Daniel Comboni, que hace 150 años, animado por el amor de Dios y de la pasión por el Evangelio, advirtió la llamada a dar vida a vuestro Instituto pensando en los más pobres y abandonados de Sudán, víctimas de la esclavitud. Cuando veo África: está este obispo: comboniano; está este otro que es un bueno: comboniano; esta religiosa: comboniana. ¡Vosotros dais vida a la misión! Gracias, gracias por lo que hacéis.
Imitando la compasión y la ternura —proximidad, compasión, ternura, el estilo de Dios— de vuestro Fundador, sabréis poneros al servicio de las víctimas de las esclavitudes modernas, que como llagas sociales siguen lamentablemente estando presentes a gran escala, en todo el mundo. Estas esclavizan en la prostitución, en la trata de personas, en el trabajo forzoso, en la venta de órganos, en el consumo de droga, en el trabajo de los niños vergonzosamente explotados, en los migrantes víctimas de intereses escondidos. Vosotros estáis ahí. No se supera el problema de estas esclavitudes sin eliminar las causas más profundas, entre las cuales están la pobreza, la desigualdad, la discriminación. Frente, es más, en medio de estas realidades —en medio de la realidad—, vosotras os proponéis ofrecer la respuesta cristiana, que no está en la constatación resignada, sino en la caridad que, animada por la confianza en la Providencia, sabe amar el propio tiempo y, con humildad, da testimonio del Evangelio. Haciendo esto, sois conscientes de ir contracorriente, chocando con la cultura del individualismo y de la indiferencia, que genera soledades y provoca el descarte de tantas vidas.
Queridas hermanas brigidinas, queridas hermanas combonianas, hoy se celebra la memoria litúrgica de San Juan Pablo II. Él fue un hombre de Dios porque rezaba mucho, encontraba el tiempo de rezar incluso inmerso en los numerosos y gravosos compromisos de su ministerio. Testimoniaba así de forma concreta que la primera tarea de un cristiano, de un consagrado, de un sacerdote y de un obispo es rezar —la primera tarea es rezar—, y que no hay que descuidar la oración personal por ninguna razón. Es lo más importante. Otro aspecto de la vida y del testimonio de este santo Pontífice era la cercanía al pueblo de Dios, que se expresaba buscando el contacto con la gente y viajando a todos los continentes para estar cerca de todos, de los grandes y los pequeños, de los sanos y los enfermos, de los cercanos y los alejados. Inspiraos en él os hará bien para mirar la realidad con los ojos del Señor Jesús; y os ayudará a caminar en la alegría, dóciles al Espíritu Santo, y a hacer de vuestros carismas una profecía encarnada.
Queridas hermanas, pido al Espíritu Santo que os conceda sus dones en abundancia, para que podáis traducir en la vida de vuestras comunidades las elecciones y las decisiones derivadas de vuestros trabajos capitulares. Que el Espíritu os dé la fuerza para afrontar los desafíos, presentes y futuros, y constancia en vuestro servicio eclesial. Que la Virgen María os proteja, os ayude y sea la guía segura del camino de vuestros Institutos religiosos, para llevar a cabo todo proyecto de bien. ¡Os doy las gracias por vuestra visita! Os bendigo de corazón a vosotras y a todas las hermanas de ambas congregaciones en todas las partes del mundo. Y os pido por favor que recéis por mí, ¡porque este trabajo no es fácil!
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