DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DEL COMITÉ PONTIFICIO DE CIENCIAS HISTÓRICAS
Sala del Consistorio
Sábado, 28 de mayo de 2022
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¡Queridos miembros del Pontificio Comité de Ciencias históricas!
Me alegra daros la bienvenida con ocasión de vuestra sesión plenaria. Doy las gracias al presidente, padre Ardura, por sus corteses palabras y saludo a cada uno de vosotros, agradecido por vuestro generoso servicio a la Santa Sede. Es una contribución valiosa también por la forma en la que la desarrolláis: dialogando y colaborando con los historiadores y con las instituciones académicas, que desean estudiar no solamente la historia de la Iglesia, sino más ampliamente la historia de la humanidad en su relación con el cristianismo a lo largo de dos milenios.
Hace cien años, el 6 de febrero de 1922, Pío XI, Papa bibliotecario y diplomático, dio a la Iglesia y la sociedad civil una orientación decisiva a través de una señal ciertamente sorprendente para la época. Justo después de la elección, el Papa Ratti quiso inaugurar su pontificando asomándose a la logia externa de la Basílica Vaticana, es vez de a la interna, como habían hecho sus tres predecesores. Dicen que fueron necesario casi 40 minutos para abrir esa ventana, que el tiempo había oxidado porque no se usaba nunca. Con ese gesto Pío XI nos invitaba a asomarnos al mundo y a ponernos a la escucha y al servicio de la sociedad de nuestro tiempo.
La adhesión a la realidad firmemente documentada permanece indispensable para el historiador, sin escapes idealistas hacia un pasado supuestamente consolador. El historiador del cristianismo debería estar atento a captar la riqueza de las diferentes realidades en las cuales, a través de los siglos, el Evangelio se ha encarnado y sigue encarnándose, regalando obras maestras que revelan la acción fecunda del Espíritu Santo en la historia. La historia de la Iglesia es lugar de encuentro y de debate en el que se desarrolla el diálogo entre Dios y la humanidad; y a ella está predispuesto quien sabe unir el pensamiento con la concreción. Viene a la mente el gran historiador Cesare Baronio: en el frontal de la campana de la chimenea dejó escrito: Baronius coquus perpetuus. Erudito de admirable doctrina así como hombre de gran virtud, seguía considerándose el cocinero de la comunidad, el encargo que en su juventud le había confiado san Felipe Neri. No pocas veces, personalidades ilustres, que acudían a él para recibir consejos, lo encontraban con el delantal de trabajo, ocupado lavando los tazones (cf. A. Capecelatro, Vida de S. Felipe Neri, Nápoles 1879, vol. I, p. 416). Por lo tanto, teoría y praxis —unidas— conducen a la verdad.
Vuestro Comité, querido por el venerable Pío XII para estar al servicio del Papa, de la Santa Sede y de las Iglesias locales, es sin duda necesario para promover el estudio de la historia, indispensable al laboratorio de la paz, como camino de diálogo y de búsqueda de soluciones concretas y pacíficas para resolver los desacuerdos, y para conocer más a fondo las personas y la sociedad. Espero que los históricos contribuyan con sus investigaciones, con sus análisis de las dinámicas que marcan los acontecimientos humanos, al valiente inicio de procesos de confrontación en la historia concreta de los pueblos y estados.
La actual situación en Europa oriental no os consiente, por el momento, encontrar a algunos de vuestros interlocutores habituales en el ámbito de congreso que, desde hace décadas, os ven colaborar tanto con la Academia Rusa de las Ciencias de Moscú, como con los historiadores del patriarcado ortodoxo de Moscú. Pero estoy seguro de que sabréis aprovechar las ocasiones adecuadas para retomar e intensificar este trabajo común, que será una contribución valiosa dirigida a favorecer la paz.
Si la historia está a menudo impregnada de hechos bélicos, de conflictos, el estudio de la historia me hace pensar en la construcción de puentes, que hace posibles relaciones fecundas entre las personas, entre creyentes y no creyentes, entre cristianos de diferentes confesiones. Vuestra experiencia está llena de lecciones. La necesitamos, porque es portadora de la memoria histórica necesaria para captar lo que está en juego a la hora de hacer la historia de la Iglesia y de la humanidad: la de ofrecer una apertura hacia la reconciliación de los hermanos, la sanación de las heridas, la reintegración de los enemigos de ayer en el concierto de las naciones, como supieron hacer los padres fundadores de la Europa unida después de la Segunda Guerra Mundial.
Actualmente, vuestro Comité está formado por miembros procedentes de 14 países y tres continentes. Me alegra que esta diversidad exprese una dinámica multicultural, internacional y multidisciplinar. Vuestra participación, el próximo mes de agosto, en el XXIII Congreso del Comité Internacional de Ciencias Históricas en Poznan, con una mesa redonda sobre el tema “La Santa Sede y las Revoluciones de los siglos XIX y XX”, será una oportunidad más para realizar la misión que se os encomienda, como servicio a la búsqueda de la verdad a través de la metodología propia de las ciencias históricas.
Vuestro programa de conferencias y editorial, vuestros estudios históricos e historiográficos, así como, para la mayoría de vosotros, la docencia universitaria, constituyen el campo de actividad en el que desarrolláis vuestro trabajo. Os animo a llevarlo adelante, en el ámbito y con la metodología que os corresponde, siempre abiertos al horizonte de la historia de la salvación. Este horizonte es como la atmósfera en la que los asuntos humanos, por así decirlo, “respiran”, toman luz, revelando un sentido más amplio: el que viene de Cristo, «que es Señor de su Iglesia y Señor de la historia del hombre en virtud del misterio de la Redención» (Juan Pablo II, Enc. Redemptor hominis, 4 marzo 1979, 22).
A vosotros y a vuestros seres queridos imparto de corazón mi bendición. Y os pido, por favor, que recéis por mí. Gracias.
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