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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DE LA COMISIÓN INTERNACIONAL ANGLICANO-CATÓLICA ROMANA (ARCIC)

Viernes, 13 de mayo de 2022

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Queridos hermanos y hermanas:

Les doy la bienvenida y me complace encontrarles. Gracias por los calurosos saludos que me han dirigido los Copresidentes en nombre de todos.

Algunas palabras del apóstol Pablo a los filipenses, citadas por el Papa Pablo VI y el arzobispo Michael Ramsey en su Declaración conjunta de hace casi sesenta años, han acompañado el diálogo que ustedes mantienen desde el principio: «Olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante,  corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús» (Flp  3, 13-14). A lo largo de tres fases, su Comisión de Diálogo se ha esforzado precisamente por dejar atrás lo que compromete nuestra comunión y aumentar los lazos que unen a católicos y anglicanos. Ha sido un camino, a veces rápido, a veces lento y difícil. Pero, insisto, ha sido, es y será un camino. Esto es muy importante.

Camino es la primera palabra sobre la que me gustaría reflexionar con ustedes. Se menciona en su último documento, titulado: «Caminando juntos en el camino». Se trata, como nos recordaba el Apóstol de las Gentes, de avanzar, dejando atrás las cosas que dividen, tanto en el pasado como en el presente, y manteniendo juntos la mirada fija en Jesús y en la meta que Él desea y nos señala, la de la unidad visible entre nosotros. Es una unidad que hay que aceptar con humildad, como una gracia del Espíritu, y llevar adelante nuestro camino, apoyándonos unos a otros.

El diálogo ecuménico es un camino: es mucho más que hablar juntos. No, es hacer: hacer, no sólo hablar. Haciendo. Se trata de conocerse en persona y no sólo en los libros, de compartir logros y cansancios, de ensuciarse las manos para ayudar juntos a los hermanos y hermanas heridos que yacen desechados en el camino del mundo, de contemplar con una mirada y custodiar con el mismo empeño la creación que nos rodea, de animarse mutuamente en los afanes de la marcha. Esto es lo que significa caminar. Como sabéis, la Iglesia católica se ha embarcado en un proceso sinodal: para que este camino común sea tal, no puede faltar la contribución de la Comunión anglicana. Sentimos que son valiosos compañeros de viaje.

Siguiendo con el tema de la concreción del camino, me gustaría encomendar a sus oraciones un hito importante. El arzobispo Justin Welby y el moderador de la Iglesia de Escocia, dos queridos hermanos, serán mis compañeros de viaje cuando, dentro de unas semanas, podamos por fin viajar a Sudán del Sur. Un viaje aplazado por las dificultades del país. Pero mi hermano Justin envía primero a su esposa a hacer el trabajo de preparación y caridad. Y este es el buen trabajo que hace, como pareja, con su mujer: se lo agradezco mucho. Será una peregrinación ecuménica de paz. Recemos para que inspire a los cristianos de Sudán del Sur y del mundo a ser promotores de la reconciliación, tejedores de la concordia, capaces de decir no a la perversa e inútil espiral de la violencia y las armas. Recuerdo que este camino comenzó hace años con un retiro espiritual realizado aquí, en el Vaticano, con los líderes de Sudán del Sur y también con Justin y el moderador de la Iglesia de Escocia. Un viaje ecuménico con los políticos de Sudán del Sur.

Una segunda palabra que me gustaría compartir con ustedes: don. Si el camino muestra la vía, el don revela el alma del ecumenismo. El alma del ecumenismo no puede ser así [muestra un puño cerrado], debe ser así [muestra una mano abierta]: el don. Toda búsqueda de una comunión más profunda sólo puede ser, de hecho, un intercambio de dones, en el que cada uno asimila como propio lo que Dios ha sembrado en el otro. Esta preocupación también ha estado en el centro de los trabajos más recientes de su Comisión. Gracias.

La cuestión que se plantea es: ¿cuál es la actitud adecuada para que el intercambio de dones no se reduzca a una especie de acto formal y circunstancial? ¿Cuál es el camino correcto? Hablar con franqueza de cuestiones eclesiológicas y éticas, enfrentarse a lo que nos resulta incómodo, es arriesgado, podría aumentar las distancias en lugar de favorecer el encuentro. Pensamos, en cambio, que esto requiere, como condiciones fundamentales, la humildad y la verdad. Así es como se empieza, admitiendo con humildad y honestidad las propias luchas. Este es el primer paso: no preocuparse por parecer bellos y confiados ante nuestro hermano, presentándonos ante él como soñamos ser, sino mostrarle con el corazón abierto cómo somos realmente, y también mostrarle nuestras limitaciones.

Los pecados que llevaron a nuestras divisiones históricas sólo pueden ser superados con humildad y verdad, comenzando a sentir dolor por las heridas de los demás y sintiendo la necesidad de dar y recibir el perdón (cf. Carta Encíclica Ut unum sint, 34). Esto exige coraje, pero es el espíritu del don, porque todo verdadero don conlleva una renuncia, requiere transparencia y coraje, y sabe estar abierto al perdón. Sólo así los diferentes intercambios de dones y experiencias ayudarán a superar las debidas formalidades y a tocar los corazones. Sólo así se podrá sintonizar con el Espíritu Santo, el don de Dios, el que se entrega a nosotros para recomponer la armonía, porque Él mismo es la armonía, que reconcilia la diversidad en la unidad. Me viene a la mente una frase del Tratado de san Basilio sobre el Espíritu Santo: «Ipse harmonia est», Él es la armonía. El Espíritu Santo es el que hace el «desorden», pensemos en la mañana de Pentecostés, pero luego es el que hace la armonía.

Los dones del Espíritu nunca son para uso exclusivo de quienes los reciben. Son bendiciones para todo el pueblo de Dios: la gracia que recibimos también está destinada a los demás —no es para uso privado— y la gracia que reciben los demás es necesaria para nosotros. En el intercambio de dones aprendemos así que no podemos bastarnos a nosotros mismos sin la gracia concedida a los demás. Que el Espíritu Santo, dador de dones, inspire la continuación de su obra; que cada uno de nosotros experimente la alegría y el consuelo de su gracia. Les agradezco todo lo que hacen y les pido, por favor, que recen por mí, lo necesito.

Y antes de terminar, me gustaría tomar una cita que hizo el obispo sobre una frase mía: «La unidad es superior al conflicto». El conflicto nos apaga. No debemos caer en la esclavitud del conflicto. Por eso el camino de la unidad es superior al del conflicto. En cambio, la crisis es buena: hay que distinguir entre crisis y conflicto. Nosotros, en nuestro diálogo, debemos entrar en crisis, y eso es bueno, porque la crisis es abierta, te ayuda a superarte. Pero no hay que caer en el conflicto, que te lleva a guerras y divisiones. Esto me vino a la mente cuando hizo la cita. Gracias. Y gracias a ustedes.

Y ahora les invito, si están de acuerdo, a rezar juntos, porque hablar sin rezar no sirve de nada. Recemos el Padre Nuestro, cada uno en su propia lengua.

Padre nuestro...

[Bendición]



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