DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LAS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO ORGANIZADO
POR EL CENTRO ITALIANO FEMENINO
Sala Clementina
Jueves, 24 de marzo de 2022
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Queridas hermanas, ¡buenos días y bienvenidas! Y buenos días, eminencia [está presente el cardenal E. Menichelli]
Doy las gracias a la presidenta, Renata Natili Micheli, por las palabras con las que ha introducido nuestro encuentro. ¡Es valiente esta chica! ¡Es valiente! Habéis venido a Roma para celebrar vuestro Congreso electivo, cuyo tema va más allá de los plazos asociativos, es un tema amplio, de amplio alcance: “Identidad creacional del hombre y de la mujer en una misión compartida”. Bonito trabajo. Os doy las gracias porque ofrecéis vuestra contribución al diálogo sobre esta temática de la identidad del hombre y de la mujer. Una cuestión muy actual, no solo y no tanto en sentido teórico, sino en sentido existencial, en la vida de las personas; pienso especialmente en los niños y las niñas, los chicos y las chicas que, en su crecimiento, necesitan puntos de referencia, figuras adultas con las que confrontarse. Hombres y mujeres.
Pero sobre todo quiero daros las gracias porque estáis presentes, porque en Italia existe y va adelante esta asociación vuestra de mujeres, que está animada por el Evangelio y quiere dialogar con todos por el bien común de la sociedad. Y esto no se da por descontado. Gracias.
El Centro Italiano Femenino nació en un contexto de defensa de la dignidad y de los derechos de la mujer, en ese periodo tan rico, tan fecundo para Italia que siguió a la Segunda Guerra Mundial. En ese contexto fuertemente polarizado en sentido ideológico, el CIF nace como elección de la responsabilidad, del compromiso para custodiar lo humano. Era la elección por la que hoy llamamos cultura del cuidado, alternativa a la cultura de la explotación y del dominio. Volveré sobre esto.
En la Asamblea Constituyente, Maria Federici Agamben, primera presidenta nacional del CIF, junto con las otras representantes femeninas y transversalmente a los partidos políticos, participó en la redacción de algunos artículos de la Constitución e influyó en la “filosofía” constitucional en torno a los temas de la solidaridad, la subsidiariedad y la laicidad del Estado.
Para vosotras, la participación en la vida política, como subrayaba Pío XII, no responde simplemente a la reivindicación de la plena ciudadanía de las mujeres, no, quiere ser un acto de justicia en relación con la comunidad y una valorización de la política considerada como forma de caridad, la forma más alta, quizá, de la caridad. Un compromiso que se implementa no en el ámbito político, sino en términos de derechos y cultura. El CIF, entonces como ahora, expresa esta visión de la política entendida como un servicio al bien común animado por la caridad. A tal propósito, el Catecismo de la Iglesia católica afirma que la justicia consiste en el realizarse de las «condiciones que permiten a las asociaciones y a cada uno conseguir lo que les es debido según su naturaleza y su vocación» (n. 1928).
Queridas amigas, es evidente que la buena política no puede venir de la cultura del poder entendido como dominio y opresión, sino solo de una cultura del cuidado, cuidado de la persona y de su dignidad y cuidado de nuestra casa común. Lo prueba, lamentablemente de forma negativa, la guerra vergonzosa a la que estamos asistiendo.
Pienso que para aquellas de vosotras que pertenecéis a mi generación sea insoportable ver lo que ha sucedido y está sucediendo en Ucrania. Pero lamentablemente este es el fruto de la vieja lógica de poder que todavía domina la llamada geopolítica. La historia de los últimos setenta años lo demuestra: guerras regionales nunca han faltado; por esto yo he dicho que estábamos en la tercera guerra mundial por partes; un poco por todos lados; hasta llegar a esta, que tiene una dimensión mayor y amenaza al mundo entero. Pero el problema de base es el mismo: se sigue gobernando el mundo como un “tablero de ajedrez”, donde los poderosos estudian los movimientos para extender el predominio en detrimento de los demás.
La verdadera respuesta, por tanto, no son otras armas, otras sanciones. Me dio vergüenza cuando leí que no sé, un grupo de estados se han comprometido a gastar el dos por ciento, creo, o el dos por mil del PIB en compra de armas, como respuesta a lo que está pasando ahora. ¡La locura! La verdadera respuesta, como he dicho, no son otras armas, otras sanciones, otras alianzas político-militares, sino otro enfoque, una forma diferente de gobernar el mundo globalizado —no enseñando los dientes, como ahora—, una forma diferente de establecer las relaciones internacionales. El modelo del cuidado ya se está realizado, gracias a Dios, pero lamentablemente todavía está sometido al del poder económico-tecnocrático-militar.
¿Por qué he querido hacer con vosotras esta reflexión? Porque vosotras sois una asociación de mujeres, y las mujeres son las protagonistas de este cambio de rumbo, de esta conversión. Siempre y cuando no sean homologadas por el sistema de poder vigente. Siempre que mantengan la propia identidad de mujeres. Al respecto quisiera retomar un pasaje del Mensaje de san Pablo vi a las mujeres, al finalizar el Vaticano II. Dice así: «Pero llega la hora, ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud, la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzado hasta ahora. Por eso, en este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda, las mujeres llenas del espíritu del Evangelio pueden ayudar tanto a que la humanidad no decaiga» (nn. 3-4). Es impresionante la fuerza profética de esta expresión. De hecho, las mujeres, adquiriendo poder en la sociedad, pueden cambiar el sistema. Vosotras podéis cambiar el sistema, las mujeres pueden cambiar el sistema si logran, por así decir, convertir el poder de la lógica del dominio a la del servicio, a la del cuidado. Hay una conversión que hacer: el poder con la lógica del dominio, convertirlo en poder con la lógica del servicio, con la lógica del cuidado.
Y he querido hablar de esto con vosotras para recordarme a mí mismo y a todos, empezando por nosotros cristianos, que este cambio de mentalidad nos concierne a todos y depende de cada uno. Es la escuela de Jesús, que nos ha enseñado que el Reino de Dios se desarrolla siempre a partir de la pequeña semilla. Es la escuela de Gandhi, que ha guiado a un pueblo a la libertad sobre el camino de la no violencia. Es la escuela de los santos y las santas de toda época, que hacen crecer la humanidad con el testimonio de una vida dedicada al servicio a Dios y al prójimo. Pero es también —diría, sobre todo— la escuela de innumerables mujeres que han cultivado y custodiado la vida; de mujeres que han curado la fragilidad, que han curado las heridas, que han curado las llagas humanas y sociales; de mujeres que han dedicado mente y corazón a la educación de las nuevas generaciones.
Es grande la fuerza de la mujer. ¡Es grande! Hay un dicho —más que un dicho es una reflexión—: si un hombre más bien joven se queda viudo, es difícil que se las arregle solo. El hombre no puede tolerar una soledad tan grande. Si una mujer enviuda, se las arregla: lleva adelante la familia, lleva adelante todo. Explicad vosotras la diferencia, ¿dónde está? El genio femenino: este es el genio femenino. Este ejemplo ilumina bastante esta realidad.
La cultura del cuidado, de la acogida, la cultura del hacerse prójimo. Vosotras la vivís tomándola del Evangelio. Lo habéis aprendido en la Iglesia, madre y maestra, y formándoos en cultivar antes que nada en vosotras mismas la vida espiritual, a tener cuidado las unas de las otras, en la amistad, en la atención recíproca, especialmente en los momentos de dificultad, rezando las unas por las otras, no chismorreando las unas de las otras, no, ¡eso no está bien! Pero vosotras no lo hacéis, estoy seguro.
Queridas amigas, por todo esto os doy las gracias y os animo a seguir adelante. Como otras asociaciones católicas históricas, también la vuestra ha cambiado con el cambio de la sociedad italiana. Por eso, también es bueno “aligerarse” de estructuras que se han vuelto insostenibles, para dedicarse mejor a la formación y a la animación cultural y social. Que os acompañe siempre la Virgen María, que mañana contemplaremos en la Anunciación. Os bendigo de corazón a vosotras aquí presentes y a todas las socias, especialmente a las más frágiles. Y también vosotras, por favor, rezad por mí. ¡Gracias!
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