DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A UNA DELEGACIÓN ECUMÉNICA DE LA IGLESIA LUTERANA DE FINLANDIA
Viernes, 17 de enero de 2020
Queridos hermanos y hermanas:
Os doy mi cordial bienvenida con las palabras de san Pablo: «Gracia a vosotros y paz de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo» (Rom 1,7). Agradezco al obispo Teemu sus palabras, una hermosa invitación a la comprensión mutua en medio de las tantas incomprensiones de hoy. Vuestra peregrinación ecuménica con motivo de la fiesta de san Enrique os ha traído a Roma también este año. Juntos estáis —y todos lo estamos— en camino en la comunión de fe, para animarnos y fortalecernos mutuamente, en el seguimiento de Cristo.
El domingo pasado celebramos el Bautismo de Jesús, recordando nuestro propio bautismo. El cristiano es una persona que puede dar gracias por su bautismo; y esta gratitud nos une en la comunidad de todos los bautizados. El “bautismo para el perdón de los pecados”, que confesamos en el Credo niceno-constantinopolitano, es también una clara llamada a la santidad.
El Informe del Grupo de Diálogo Católico-Luterano para Suecia y Finlandia, titulado La justificación en la vida de la Iglesia, afirma con razón: «Los que ya están bautizados, junto con sus hermanos y hermanas, pueden desarrollar sus oportunidades para la santidad, que proviene de la justificación común en Cristo. Como miembros del único y mismo cuerpo místico de Cristo, los cristianos están unidos entre sí y deben soportar los unos las cargas de los otros. Ya que Cristo vino a redimir al mundo entero, también la Iglesia y cada uno de los cristianos, tanto laicos como ordenados, tienen como misión dar testimonio de la Buena Nueva en su vida cotidiana» (nº 203).
La hospitalidad también forma parte del testimonio común de la fe en la vida cotidiana. La Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que comienza mañana, nos muestra esta virtud ecuménica y sobre todo nos la recomienda. «Nos trataron con una humanidad poco común» (Hch 28,2), se lee en el libro de los Hechos de los Apóstoles refiriéndose a los habitantes de la isla de Malta, que acogieron al apóstol con hospitalidad junto a cientos de náufragos.
Como cristianos bautizados, creemos que Cristo quiere encontrarnos precisamente en aquellas personas que han naufragado en la vida, ya sea literalmente como en sentido figurado. El que brinda hospitalidad no se hace más pobre, sino más rico. Quien da, recibe a su vez. Efectivamente, la humanidad que mostramos a los demás nos hace misteriosamente partícipes de la bondad de Dios que se hizo hombre.
Queridos amigos finlandeses, como mensajeros de humanidad, como destinatarios de la bondad de Dios encarnado, estamos juntos en camino en la comunidad de todos los bautizados. Los cristianos son aquellos que pueden dar gracias por su bautismo. Esta gratitud une y ensancha nuestros corazones, los abre a nuestro prójimo, que no es un adversario sino nuestro querido hermano, nuestra querida hermana. La comunidad de todos los bautizados no es un mero “estar los unos al lado de los otros”, y ciertamente no es un “estar los unos contra los otros”, sino que quiere convertirse cada vez más profundamente en un “estar juntos”.
El ecumenismo espiritual y el diálogo ecuménico sirvan para profundizar este “estar juntos”. Que este “estar juntos” siga creciendo, desarrollándose y dando frutos en Finlandia. Para que esto suceda, le pido a Dios que os conceda en abundancia su gracia y su bendición. Por favor, rezad vosotros también por mí. ¡Gracias!
Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 17 de enero de 2020.
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