DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PROFESORES Y ALUMNOS DE LA LIBRE UNIVERSIDAD MARÍA ASUNTA (LUMSA)
Aula Pablo VI
Jueves, 14 de noviembre de 2019
Queridos hermanos y hermanas:
Me complace celebrar con vosotros el 80º cumpleaños de la Libera Università de Maria Santissima Assunta. Saludo cordialmente al Rector, Prof. Francesco Bonini, y le agradezco sus amables palabras. Saludo a los cardenales y obispos, en particular al cardenal Giovanni Lajolo, Presidente del Consejo de Administración de la Universidad. Saludo a las autoridades académicas, a los profesores, al personal técnico administrativo, a los familiares y amigos de esta Institución. Y os saludo a vosotros, queridos estudiantes, que sois el centro de la actividad académica. ¡Gracias por vuestro alegre recibimiento!
Os habéis reunido hoy para celebrar juntos un hito significativo, podemos decir un hito de madurez en el desarrollo del Ateneo. Nació, hace ochenta años, para responder a una necesidad que entonces era, y hoy sigue siendo, urgente, la de formar educadores y, en particular, educadoras, abriendo el mundo de la alta formación a las mujeres. Al principio se apuntó a preparar docentes para las escuelas medias y secundarias y, a continuación, a ampliar el número de cursos de licenciatura para formar a profesionales en los distintos campos. Una “empresa de servicio”, como quiso vuestra fundadora, la venerable Luigia Tincani, que a su vez se inspiró en Santa Catalina de Siena, mujer indómita y apasionada de la Iglesia.
Hoy deseo poner de nuevo en vuestras manos este compromiso, situándolo en el contexto del cambio de época que estamos viviendo. Nos inspiran dos santos que he tenido la alegría de proclamar en estos últimos años: Pablo VI y John Henry Newman, dos pastores que vivieron la Universidad y propusieron con su compromiso pastoral y cultural, respectivamente, una «conciencia universitaria» (cf. Conciencia universitaria: Notas para los estudiantes, Roma), y «una idea de Universidad» (cf. The Idea of a University, Westminster).
De hecho, el término “universidad” en sí mismo designa una comunidad, pero también una idea de convergencia de saberes, en una búsqueda que aporte verdad y sentido al diálogo entre todos los hombres y mujeres del mundo. Es una tarea elevada, de la que ser consciente y de la que sentirse dignos. A este respecto, os reitero lo que afirme ante vuestros colegas de otra universidad romana: «Debéis comprometeros, también como universidades, en proyectos de compartición y servicio a los últimos, para fomentar en nuestra ciudad de Roma el sentido de pertenencia a una “patria común” […] Trabajando con proyectos, incluso pequeños, que favorecen el encuentro y la solidaridad, recuperaremos juntos un sentido de confianza en la vida» (Discurso a la Universidad de Roma Tre, 17 de febrero de 2017).
La universidad implica, en efecto, no sólo un compromiso formativo sino también educativo, que parte de la persona y llega a la persona. Un compromiso que no puede por menos que calificar a una universidad católica, donde el adjetivo “católica” no introduce una distinción, sino un surplus de ejemplaridad: «se vuelve necesaria una educación que enseñe a pensar críticamente y que ofrezca un camino de maduración en valores» (Exh. ap. Evangelii gaudium, 64), en particular «sobre la dignidad humana y el bien común» (ibid., 65). De ahí la necesidad de renovar la asunción de responsabilidades ante los compromisos que califican a la institución universitaria en esta época en la que se aceleran los procesos de comunicación, de tecnología y de interconexión global.
1) En primer lugar, la responsabilidad de la coherencia, es decir, de la fidelidad y de la comunidad. La comunidad universitaria siempre trabaja por el futuro, pero lo hace con una fuerte conciencia de sus raíces y una percepción realista del presente. Por esta razón, miro con confianza a las nuevas generaciones que se están formando en las universidades. Protagonistas conscientes de ese cambio que surge de la visión y la coherencia, partiendo de una perspectiva comunitaria: en este sentido la calidad y el estilo de las relaciones que se viven en la universidad es fundamental.
2) El resultado es una responsabilidad cultural y, yo diría, misionera ante el mundo. «¿Qué es una universidad? ¿Cuál es su tarea?" ―se preguntaba el Papa Benedicto XVI dirigiéndose a la universidad más antigua de la capital. Y respondía lo siguiente: «Creo que se puede decir que el verdadero e íntimo origen de la universidad radica en el deseo de conocimiento propio del hombre. Quiere saber qué es todo lo que le rodea. Quiere la verdad» (Enseñanzas, IV, 1[2008], 81). No debemos tener miedo de utilizar esta palabra en un espíritu de diálogo sincero. Verdad, libertad, bien: en esta directriz espero que vuestra Universidad pueda ofrecer una formación en la que, transversalmente al conocimiento curricular, haya espacio para la formación integral de la persona.
3) He aquí, pues, la responsabilidad social de la Universidad. Activar circuitos virtuosos de desarrollo integral con las fuerzas vivas de la sociedad. Hace falta el valor de involucrarse. Abrir las sedes ―de Palermo, Taranto y Roma― a las viejas y nuevas pobrezas.
4) Por último, existe una responsabilidad interuniversitaria. Europa ha sido la cuna de las universidades, pero debe encontrar su significado de nuevo. Vuestra universidad debe seguir trabajando en el sistema universitario a todos los niveles y, en particular, con las universidades católicas, para que se cree un clima fecundo de cooperación, intercambio y ayuda mutua en la construcción de proyectos innovadores de enseñanza e investigación, orientados hacia esa caridad intelectual que no permite concesiones a la verdad y que no se conforma con la mediocridad.
A todos vosotros, estudiantes, profesores y jefes de la comunidad universitaria, os animo a abrir vuestros corazones y vuestras mentes. A que no os contentéis ―en primer lugar, los estudiantes― con la partitura habitual, con un pensamiento aparentemente hegemónico, con un mundo en el que la diversidad es un conflicto. Ojalá sintáis la sana ambición de añadir algo original, que también sea concreto y útil. Vosotros los jóvenes, no tengáis miedo de ser exigentes con vuestros maestros, que para ser maestros también deben ser testigos. Y vosotros, maestros, no temáis ser exigentes con vuestros alumnos, para que puedan expresar lo mejor de sí mismos.
Vuelvo a poner en vuestras manos, queridos hermanos y hermanas, el lema de la Universidad: In fide et humanitate. Ese “et“ significa educación integral, en un mundo globalizado y fragmentado, lleno de contradicciones, que requiere tanto trabajo conjunto. Un trabajo serio, creativo y artesanal que pasa por la mente, el corazón, las manos.
María, Asunta al Cielo, siga siendo la referencia y la guía de vuestro camino que hoy se renueva. Os doy las gracias por este encuentro tan agradable y os bendigo de corazón a cada uno de vosotros y a vuestro trabajo. Y vosotros, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.
Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 14 de noviembre de 2019.
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