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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA ASOCIACIÓN CATÓLICA DE TRABAJADORES DE LA SALUD (ACOS)

Sala Clementina
Viernes, 17 de mayo de 2019

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¡Queridos hermanos y hermanas!

Os saludo a todos, miembros de la Asociación Católica de Trabajadores de la Salud, en particular a vuestro presidente, a quien agradezco sus palabras ―¡ha dicho que me quiere, que me queréis: me hace bien! Y saludo también al consultor eclesiástico. Me alegra encontraros y compartir con vosotros el intento de defender y promover la vida, a partir de aquellos que están más indefensos o que necesitan asistencia porque están enfermos, ancianos o marginados, o porque se asoman a la existencia y piden que se les reciba y se les cuide. A todos ellos, de diferentes maneras, brindáis un servicio insustituible cada vez que, como trabajadores de la salud, les prestáis la atención que necesitan o la cercanía que los sostiene en su fragilidad.

El recuerdo del 40 aniversario de la fundación de ACOS nos impulsa a agradecer al Señor por lo que habéis recibido de la Asociación y porque os ha permitido trabajar en este tiempo para mejorar el sistema sanitario y las condiciones de trabajo de todos los trabajadores de la salud, así como la condición de los enfermos y sus familias, que son los primeros destinatarios de vuestros esfuerzos.

En las últimas décadas, el sistema de asistencia y de atención ha cambiado radicalmente, y con ello también ha cambiado la forma de entender la medicina y la relación con el paciente. La tecnología ha alcanzado metas sensacionales e inesperadas y ha allanado el camino para nuevas técnicas de diagnóstico y tratamiento, planteando, sin embargo, problemas éticos cada vez más fuertes. De hecho, muchos creen que cualquier posibilidad ofrecida por la técnica sea de por sí moralmente factible, pero, en realidad, cualquier práctica médica o intervención sobre el ser humano debe evaluarse cuidadosamente para saber si realmente respeta la vida y la dignidad humanas. La práctica de la objeción de conciencia ―hoy se pone en tela de juicio― en los casos extremos donde la integridad de la vida humana esté en peligro se basa, pues, en la necesidad personal de no actuar de manera diferente a la propia convicción ética, pero también representa una señal para el ambiente sanitario, en el que uno se encuentra, así como para los pacientes y sus familias.

La elección de la objeción, sin embargo, cuando sea necesaria, debe hacerse con respeto, para que no se convierta en motivo de desprecio o de orgullo lo que debe hacerse con humildad, para no generar en quien os observa un igual desprecio, que impediría la comprensión de los verdaderos motivos que os empujan. Es bueno, en cambio, buscar siempre el diálogo, especialmente con aquellos que tienen posturas diferentes, escuchando su punto de vista y tratando de transmitir el vuestro, no como alguien que sube a una cátedra, sino como el que busca el verdadero bien de las personas. Hacerse compañero de viaje de quienes nos rodean, especialmente de los últimos, de los más olvidados, de los excluidos: esta es la mejor manera de comprender a fondo y con verdad las diferentes situaciones y el bien moral que lleva aparejado.

Esta es también la manera de dar el mejor testimonio del Evangelio, que proyecta sobre la persona la luz poderosa que el Señor Jesús continúa proyectando sobre cada ser humano. La humanidad de Cristo es precisamente el tesoro inagotable y la escuela más grande, de la cual aprender continuamente. Con sus gestos y sus palabras, nos hizo sentir el toque y la voz de Dios y nos enseñó que cada individuo, sobre todo el último, no es un número, sino una persona, única e irrepetible. Precisamente el esfuerzo por tratar a los enfermos como personas, y no como números, se debe llevar a cabo en nuestro tiempo y teniendo en cuenta la forma que el sistema de salud ha adquirido gradualmente. Su transformación en empresa que ha puesto en primer plano las necesidades de reducción de costos y de racionalización del servicio, ha cambiado fundamentalmente el enfoque de la enfermedad y del paciente mismo, dando una preferencia a la eficiencia que no pocas veces ha dejado en segundo lugar la atención a la persona, que necesita ser entendida, escuchada y acompañada, tanto como necesita un diagnóstico correcto y un tratamiento efectivo.

La curación, entre otras cosas, pasa no solo por el cuerpo sino también por el espíritu, por la capacidad de recuperar la confianza y de reaccionar; por lo tanto, el paciente no puede ser tratado como una máquina, ni el sistema de salud, público o privado, puede ser concebido como una cadena de montaje. Las personas nunca son iguales, deben ser comprendidas y cuidadas una por una, como hace Dios: Dios hace así. Obviamente, esto requiere un compromiso considerable por parte de los profesionales de la salud, que a menudo no es lo suficientemente comprendido y apreciado.

La atención que prestáis a los enfermos, tan exigente y absorbente, requiere que también os atiendan a vosotros. De hecho, en un entorno donde el paciente se convierte en un número, vosotros también corréis el riesgo de serlo y de “quemaros” por los turnos de trabajo demasiado duros, por el estrés de las emergencias o por el impacto emocional. Por lo tanto, es importante que los profesionales de la salud tengan garantías adecuadas en su trabajo, reciban el reconocimiento adecuado por las tareas que realizan y puedan usar las herramientas adecuadas para estar siempre motivados y capacitados.

El objetivo de la formación es un objetivo que vuestra asociación siempre ha perseguido, y os invito a llevarlo adelante con determinación, en un momento en que a menudo perdemos de vista los valores más básicos de respeto y protección de la vida de todos. Que la formación que proponéis no sea solamente comparación, estudio y actualización, sino que ponga también un acento especial en la espiritualidad, de modo que se redescubra y se aprecie esta dimensión fundamental de la persona, a menudo descuidada en nuestro tiempo, pero tan importante, especialmente para aquellos que viven la enfermedad o está cerca de los que sufren.

También os aliento, hermanos y hermanas, a valorizar siempre la experiencia asociativa, enfrentando con nuevo entusiasmo los desafíos que os esperan en los ámbitos que juntos hemos considerado. Una buena sinergia entre las sedes regionales garantizará que las fuerzas de los individuos y de los diversos grupos locales no permanezcan aisladas, sino que se coordinen y se multipliquen.

Para mantener siempre vivo vuestro espíritu, os exhorto a ser fieles a la oración y a nutriros de la Palabra de Dios: siempre con el Evangelio en el bolsillo, al alcance de la mano: cinco minutos, se lee, para que entre en nosotros la Palabra de Dios. Que os inspire el ejemplo de constancia y dedicación de los santos: muchos de ellos han servido con amor y desinterés a los enfermos especialmente a los más abandonados. Respecto al Evangelio en el bolsillo, he leído el relato de un misionero―quizás lo conozcáis, es verdad― de una persona, creo de Amazonas, indígena, que llevaba siempre el Evangelio en el bolsillo. Era analfabeto, no sabía leer, pero llevaba el Evangelio en el bolsillo, todo deshilachado, de tantos años que lo llevaba, Y una vez el misionero le preguntó “¿Por qué llevas el Evangelio si no sabes leer?” “Es verdad, yo no sé leer, pero Dios sabe hablar”. Esa certeza de que en ese libro, está la Palabra de Dios, que nos habla, siempre. Siempre con el Evangelio en el bolsillo.

Queridos amigos, os acompaño con mi oración en esta preciosa tarea de testimoniar. Os encomiendo al Inmaculado Corazón de María, al cual está consagrada vuestra Asociación. Ese corazón que de forma tan límpida ha practicado la acogida y la caridad siga siendo un refugio para nosotros en nuestro trabajo y un modelo de servicio con nuestros hermanos y hermana. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí, y seguid adelante. ¡Gracias!


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 17 de mayo de 2019.

 



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