DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS SACERDOTES DE LA DIÓCESIS DE CRÉTEIL (FRANCIA)
Sala Clementina
Lunes, 1 de octubre de 2018
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Os recibo con alegría el primer día de este tiempo fuerte y fraternal que vuestro obispo y vuestro Consejo os han propuesto vivir en Roma. Agradezco al obispo Santier sus palabras y esta iniciativa, y a través de vosotros extiendo mi cordial saludo y mi cercanía espiritual a todos los fieles de la diócesis de Créteil. Je lui disait: “Vous êtes un évêque qui travaille!”.
En primer lugar, deseo agradecer a Dios que os ha llamado y «elegido para el servicio de su Evangelio» (cf. Rm 1, 1), para ser en medio de su pueblo fieles administradores de los misterios de Cristo. Vivimos en un contexto en el que el barco de la Iglesia es golpeado por vientos contrarios y violentos, a causa, especialmente, de las graves culpas de algunos de sus miembros. Por eso es aún más importante no olvidar la humilde fidelidad diaria al ministerio que el Señor permite vivir a la gran mayoría de aquellos que ha dado a su Iglesia como sacerdotes. Sabemos que, respondiendo al llamado del Señor, no fuimos consagrados por el don del Espíritu para ser “superhéroes”. Hemos sido enviados con la conciencia de ser hombres perdonados, para convertirnos en pastores a la manera de Jesús, herido, muerto y resucitado. Porque nuestra misión como ministros de la Iglesia es, hoy como ayer, dar testimonio de la fuerza de la Resurrección en las heridas de este mundo. De esta manera, estamos llamados a avanzar humildemente en el camino de la santidad, ayudando a los discípulos de Jesucristo a responder a su vocación bautismal, para que sean cada vez más misioneros, testigos de la alegría del Evangelio. Después de todo, ¿no es este el significado del Sínodo diocesano que celebrasteis en 2016?
Queridos amigos, al tomar tiempo para reflexionar sobre la revisión de la organización de vuestra diócesis, no tengáis miedo de mirar las heridas de nuestra Iglesia, no para quejaros, sino para ir hasta Jesucristo. Solo él puede curarnos, permitiéndonos comenzar de nuevo con él y encontrar, con él y en él, los medios concretos para proponer su vida a todos, en un contexto de pobreza y de carencia. Porque «si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida» (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 49). En esta perspectiva, pedid insistentemente al Espíritu Santo que os guíe e ilumine. Que os ayude, en el ejercicio de vuestro ministerio, a hacer que la Iglesia de Jesucristo sea amable y amorosa, de acuerdo con la bella expresión de la Venerable Madeleine Delbrȇl. Con esta fuerza proveniente de lo alto, os sentiréis empujados a salir para estar más cerca de todos cada día, especialmente de aquellos que están heridos, marginados, excluidos.
Durante vuestra peregrinación a Roma, os confrontaréis sobre el relanzamiento de la pastoral de las vocaciones al ministerio ordenado y a la vida consagrada. Recordemos que «donde hay vida, fervor, ganas de llevar a Cristo a los demás, surgen vocaciones genuinas» (ibíd., 107). Pero también es a través de vuestra forma de vivir el ministerio cómo haréis que los jóvenes acogen la llamada del Señor al sacerdocio o a la vida consagrada. Por lo tanto, os animo a que mantengáis vuestra mirada fija en Jesucristo y cultivéis el vínculo particular que os une a él, a través de la oración personal, la escucha de su Palabra, la celebración de los sacramentos y el servicio a los hermanos. Es importante fomentar y desarrollar la calidad de la vida fraterna, entre vosotros y dentro de vuestras comunidades, para que el valor y la belleza del ministerio y de la vida consagrada sean reconocidos por todos como el servicio de la verdadera comunión misionera. A partir de la fuente de la gracia de vuestra llamada y con el poder del Espíritu Santo, seréis testimonios de esa esperanza que no defrauda (cf. Rm 5, 5), a pesar de las dificultades y la fatiga de cada día; manifestaréis a través de vuestra vida diaria, e incluso en la experiencia de su fragilidad, que el don de la vida al servicio del Evangelio y de los hermanos es una fuente de alegría que nadie puede quitarnos. Trasparezca de vosotros esta alegría que se profundiza en la amistad con el Señor y en la atención renovada y constante a los demás, especialmente a los pequeños y los pobres. Pero sobre todo, dejaos transformar y renovar por el Espíritu Santo para reconocer cuál es la palabra que el Señor Jesús quiere ofrecer al mundo a través de vuestra vida y de vuestro ministerio (cf. Exhortación apostólica Gaudete et exsultate, 24).
Con esta esperanza, os encomiendo al Señor, a través de la intercesión de la Virgen María y la oración de la Venerable Madeleine Delbrêl, y os imparto la bendición apostólica así como a todos los fieles de la diócesis de Créteil. Y por favor, ¡rezad por mí como yo rezo por vosotros! Gracias.
Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 1 de octubre de 2018
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