DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA COMUNIDAD DEL PONTIFICIO COLEGIO UCRANIANO DE SAN JOSAFAT DE ROMA
Sala Clementina
Jueves, 9 de noviembre de 2017
Queridos hermanos y hermanas: ¡Sea alabado Jesucristo! [en ucraniano]
Saludo al cardenal Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales, y a Su Excelencia Mons. Vasil', Secretario, que es antiguo alumno del Colegio. Agradezco de todo corazón al Rector sus palabras introductorias.
Nuestro encuentro tiene lugar 85 años después de la construcción de la sede de vuestro Colegio en la colina del Janículo, por voluntad del Papa Pío XI. Él se hizo promotor de una iniciativa que manifestaba la solicitud peculiar y concreta de los sucesores del apóstol Pedro por los fieles de la Iglesia procedentes de zonas de sufrimiento o persecución y que, de este modo, podían sentirse aquí en Roma como hijos amados que viven en una casa y crecen en ella, preparándose para la misión apostólica como diáconos y sacerdotes. En los años de su pontificado, Pío XI tuvo que hacer frente a muchos desafíos trascendentales, pero siempre levantó su voz firme a la hora de defender la fe, la libertad de la Iglesia y la dignidad trascendente de cada ser humano. Condenó con claridad, en sus discursos y cartas, las ideologías ateas e inhumanas que ensangrentaron el siglo XX. Sacó así a la luz sus contradicciones indicando a la Iglesia la vía maestra del Evangelio puesto en práctica también en la búsqueda de la justicia social, una dimensión imprescindible del rescate plenamente humano de los pueblos y de las naciones. Como futuros sacerdotes, os invito a estudiar la Doctrina social de la Iglesia, para madurar en el discernimiento y en el juicio de las realidades sociales en las que estaréis llamados a trabajar.
También en nuestros días el mundo está herido por guerras y violencia. En particular, en vuestra amada nación ucraniana, de la que venís y a la que regresaréis después de completar vuestros estudios en Roma, se experimenta el drama de la guerra, que genera grandes sufrimientos, especialmente en las áreas afectadas, aún más vulnerables por el crudo invierno que se avecina. Y es fuerte el deseo de justicia y de paz, que anulen cualquier forma de abuso de poder, de corrupción social o política, realidades de las que son siempre los pobres quienes pagan el precio. Dios sostenga y aliente a los que se esfuerzan por crear una sociedad cada vez más justa y solidaria. Y que los apoyen activamente el compromiso concreto de las Iglesias, de los creyentes y de todas las personas de buena voluntad.
Para vosotros, seminaristas y sacerdotes de la Iglesia greco-católica ucraniana, estos desafíos pueden parecer fuera de vuestro alcance; pero recordad las palabras del apóstol Juan: «Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno [...] y la palabra de Dios permanece en vosotros» (1Jn 2,13.14). Amando y anunciando la Palabra, os convertiréis en verdaderos pastores de las comunidades que os serán confiadas y ella será la lámpara que ilumine vuestro corazón y vuestro hogar, sea que os preparéis para el sacerdocio célibe o al uxorado, según la tradición de vuestra Iglesia.
Desde la colina del Janículo, podéis disfrutar de una hermosa vista panorámica de Roma, y quizás hace unos días, después de una tormenta, hayáis contemplado el espectáculo del arco iris cuando el sol rasgaba las nubes más espesas. Así, os invito a que haya en vuestro corazón horizontes cada vez más amplios, para que quepa el mundo entero, donde muchos hijos e hijas de Ucrania se han esparcido a lo largo de los siglos. Amad y defended vuestras tradiciones, pero evitad cualquier forma de sectarismo. Y mantened siempre, en vuestra patria y en el extranjero, el sueño de la alianza de Dios con la humanidad, los puentes que, como el arco de luz sobre las nubes, reconcilian el cielo y la tierra y piden a los hombres, aquí en la tierra, que aprendan a amarse y a respetarse, abandonando las armas, las guerras y todo tipo de abuso.
Si camináis así y enseñáis a otros a hacer lo mismo, sobre todo en el diálogo ecuménico que es fundamental, estoy seguro de que desde la patria celestial os sonreirán y os sostendrán todos los obispos y sacerdotes ―algunos formados en vuestro Colegio― que han dado sus vidas o han sufrido persecución por su fidelidad a Cristo y a la Sede Apostólica. Y, sobre todo se alegrará la Santísima Madre de Dios, María, tan venerada en vuestro santuario nacional de Zarvanytsya . Ella quiere que los sacerdotes de su Hijo sean como antorchas encendidas en la noche de la vigilia en el Santuario, recordando a todos, especialmente a los pobres y a los que sufren, y también a aquellos que hacen el mal y siembran la violencia y la destrucción, que «el pueblo que andaba a oscuras vio una luz intensa. Sobre los que vivían en tierra de sombras, brilló una luz» (Is 9, 1). Yo también tengo y venero un pequeño icono ucraniano de la Virgen de la Ternura, regalo de vuestro arzobispo mayor, cuando estábamos juntos en Buenos Aires. Y cuando me quedé aquí pedí que me lo trajeran. La rezo todos los días. Os acompaño con mi bendición, invocando la paz y la armonía ecuménica para Ucrania. Y os pido, por favor, que no os olvidéis de rezar por mí. ¡Que tengáis un buen camino
Y no quisiera terminar sin recordar a una persona que me hizo mucho bien cuando estaba en la última clase de primaria, en el año 1949. ¡La mayor parte de vosotros todavía no había nacido! Es el padre Stefano Chnil, después consagrado obispo a escondidas, aquí en Roma, por el entonces arzobispo mayor. Él celebraba la misa allí, no había una comunidad ucraniana cerca y tenía a algunos que lo ayudaban. Yo aprendí a ayudar a la misa de rito ucraniano de él. Me enseñó todo. Dos veces por semana me tocaba a mí ayudarle. Me hizo mucho bien porque aquel hombre hablaba de las persecuciones, de los sufrimientos, de las ideologías que perseguían a los cristianos. Además, me enseñó a abrirme a una liturgia diferente, que siempre conservo en el corazón por su belleza. Shevchuk cuando yo estaba en Buenos Aires me había pedido testimonios para abrir el proceso de canonización de este obispo ordenado a escondidas. Quería recordarlo hoy porque es justo dar gracias ante vosotros por el bien que me hizo. Gracias.
Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 9 de noviembre de 2017.
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