DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LAS PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL
DE LAS PEQUEÑAS HERMANAS MISIONERAS DE LA CARIDAD
Sala del Consistorio
Viernes 26 de mayo de 2017
Queridas hermanas:
Os agradezco esta visita con motivo de vuestro Capítulo General. En particular, saludo a la Superiora General y a las Consejeras. Y a través de vosotras, saludo a todas las hermanas del Instituto, especialmente a las más débiles y enfermas. Saludo también a las Hermanas Contemplativas de Jesús Crucificado y a las Sacramentinas invidentes.
Fundado por Don Orione, vuestro Instituto está llamado a practicar la caridad hacia los demás, especialmente hacia los más pobres, los abandonados y marginados como expresa claramente el tema que habéis elegido para este Capítulo general: “¡Entregarnos todas a Dios para ser todas del prójimo! Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad: discípulas misioneras, testigos alegres de la Caridad en las periferias del mundo”. En nombre de la Iglesia y de tantos pobres, especialmente mujeres y niños, y de tantos enfermo físicos y mentales de los que os ocupáis, os agradezco vuestro trabajo apostólico en las diferentes actividades de pastoral juvenil, en las escuelas, en las casas para ancianos, en los pequeños “Cottolengo” en la catequesis y oratorios, con las nuevas formas de pobreza, y en todos aquellos lugares en los que os ha puesto la Divina Providencia.
Os llamáis y sois por vocación “misioneras”, es decir, evangelizadoras, y, al mismo tiempo estáis al servicio de los pobres. Hermanas, sed misioneras sin fronteras. A todos, pero especialmente a los pobres, en los que estáis llamadas a reconocer la carne de Cristo, llevad la alegría del Evangelio, que es Jesús mismo. A todos mostrad la belleza del amor de Dios manifestado en el rostro misericordioso de Cristo. Con esta belleza llenad los corazones de aquellos que encontréis. La cercanía, el encuentro, el diálogo y el acompañamiento sean vuestro método misionero. Y no dejéis que os roben la alegría de la evangelización.
La misión y el servicio a los pobres os colocan “en salida” y os ayudan a superar los riesgos de la auto-referencia, de limitaos a sobrevivir y de la rigidez de la autodefensa (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 27.45). La misión y el servicio os hacen asumir la dinámica del éxodo y del don, de salir de vosotras mismas, caminar y sembrar; así como la conversión pastoral para que todas las estructuras sean evangelizadoras y al servicio del carisma (cf. ibid., 21.25.131). Para todos esos fines es fundamental cultivar la comunión con el Señor, sabiendo que vuestra intimidad con Él, «es una intimidad itinerante y la comunión es esencialmente una comunión misionera» (ibid., 23): no quieta. En la oración, en comunión.
En la Iglesia la misión nace del encuentro con Cristo (Flp 3,12-16). El Enviado del Padre ahora nos envía a nosotros. Es Él quien nos llama y nos manda. El centro de la misión de la Iglesia es Jesús. Como discípulas, suyas estáis llamadas a ser las mujeres que trabajan asiduamente para trascenderse, proyectándose hacia el encuentro con el Maestro y con la cultura en que vivís.
Al misionero se pide que sea una persona audaz y creativa. No vale el cómodo criterio de “siempre se ha hecho así”. No vale. Replantead los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos de vuestra misión (cf., EG, 33). Estamos viviendo en un momento en que es necesario replantear todo a la luz de lo que el Espíritu nos pide. Esto requiere una mirada especial sobre los destinatarios de la misión y sobre la realidad misma: la mirada de Jesús, que es la mirada del Buen Pastor; una mirada que no juzga, sino que escruta la presencia del Señor en la historia; una mirada de cercanía para contemplar, emocionarse y estar al lado del otro tantas veces como sea necesario; una mirada profunda, de fe; una mirada respetuosa y llena de compasión, que sane libere y conforte. Esta mirada especial os hará valientes y creativas y os ayudará a estar siempre en busca de nuevas formas para llevar a todos la Buena Nueva que es Cristo.
Al misionero se pide también que sea una persona libre, que viva sin nada propio. No me canso de repetir que la comodidad, la pereza y la mundanidad son fuerzas que impiden al misionero “salir”, “partir” y ponerse en camino y, en última instancia, compartir el don del Evangelio. El misionero no puede ponerse en camino con un corazón lleno de cosas (comodidad), con el corazón vacío (pereza) o en busca de cosas que están fuera de la gloria de Dios (mundanidad). El misionero es una persona libre de todos estos lastres y cadenas; una persona que vive sin nada propio, sólo para el Señor y su Evangelio; una persona que vive en un constante proceso de conversión personal y trabaja sin descanso en la conversión pastoral
Al misionero se pide que sea una persona habitada por el Espíritu Santo. El Espíritu es el que recuerda a los discípulos todo lo que Jesús dijo (cf. Jn 14,16), el que les enseña (cf. Jn 16.14 a 15), el que da testimonio de Jesús y lleva a los discípulos a dar, a su vez, testimonio (cf. Jn 15,26-27). Lo que se pide al misionero es que sea una persona dócil al Espíritu, que secunde su movimiento, el “viento” que empuja hacia los lugares más inesperados para anunciar el Evangelio. En esta docilidad está llamado a crecer continuamente, para ser capaz de captar la presencia de Jesús en tantas personas descartadas por la sociedad. También vosotras, queridas hermanas, sois en este sentido personas espirituales, dejándoos conducir, empujar y guiar por el Espíritu.
Al misionero se pide que tenga una espiritualidad fundada en Cristo, en la Palabra de Dios, en la liturgia. Una espiritualidad “integral” que involucre a toda la persona en sus diversas dimensiones, basada en la complementariedad, en integrar y en incluir. Esa espiritualidad os hace ser hijas del cielo e hijas de la tierra, místicas y proféticas, discípulas y testigos al mismo tiempo
Al misionero se pide, en última instancia, que sea un profeta de la misericordia. El Año de la Vida Consagrada terminó cuando empezaba el Jubileo extraordinario de la Misericordia Este camino nos ha llamado a limpiar nuestros ojos y nuestros corazones de la indiferencia para acoger y ofrecer al mundo, con humildad, como siervos, la profecía de la misericordia, a semejanza de Dios Padre. Vuestro carisma de siervas de los pobres os llama a ejercer la profecía de la misericordia, es decir, que seáis personas centradas en Dios y en los crucificados de este mundo. Dejaos provocar por el grito de ayuda de tantas situaciones de dolor y sufrimiento. Como profetas de la misericordia anunciad el perdón y el abrazo del Padre, fuente de alegría, de serenidad y de paz (cf. Misericordiae Vultus, 2) .
Junto con los otros Institutos y movimientos fundados por Don Orione formáis una familia. Os animo a recorrer caminos de colaboración entre todos los componentes de esta rica familia carismática. Nadie en la Iglesia camina “en solitario”. Cultivad entre vosotras el espíritu del encuentro, el espíritu de familia y cooperación.
Concluyo proponiendo como ejemplo para vuestra misión y vuestro servicio a los pobres el icono de la Visitación. Al igual que la Virgen María, poneos en camino, a toda prisa ―no la prisa del mundo, sino la de Dios― y llenas de la alegría que habita en vuestro corazón cantad vuestro Magníficat. Cantad el amor de Dios por toda la creación. Anunciad a los hombres y mujeres de hoy que Dios es amor y puede llenar de significado el corazón de quien lo busca y se deja encontrar por Él.
Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 26 de mayo de 2017.
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