DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL
DE LA CONGREGACIÓN DE LOS CLÉRIGOS MARIANOS
Sala del Consistorio
Sábado 18 de febrero de 2017
Queridos hermanos:
Me complace encontraros con ocasión de vuestro Capítulo General y os saludo cordialmente, empezando por el Superior General, al cual agradezco sus palabras. En vosotros saludo a la entera congregación, ocupada en servir a Cristo y a la Iglesia en veinte países del mundo.
He tenido conocimiento de que uno de los objetivos principales de vuestro Capítulo General es la reflexión sobre las leyes y los ordenamientos característico de vuestra congregación. Se trata de una obra importante. Efectivamente, «hoy vuelve impelente para cada Instituto la necesidad de una renovada referencia a la Regla, porque en ella y en las Constituciones está contenido un itinerario de seguimiento, caracterizado por un específico carisma reconocido por la Iglesia» (Exort. ap. postsin. Vita consecrata, 37). Por lo tanto os exhorto a hacer esta reflexión con fidelidad al carisma del fundador y al patrimonio espiritual de vuestra congregación y, al mismo tiempo, con el corazón y la mente abiertos a las nuevas necesidades de la gente. Es verdad, tenemos que seguir adelante con las nuevas necesidades, los nuevos retos, pero recordad: no se puede ir adelante sin memoria. Es una tensión, continuamente. Si quiero seguir adelante sin la memoria del pasado, de la historia de los fundadores, de los grandes, incluso de los pecados de la congregación, no podré seguir adelante. Esta es una regla: la memoria, esta dimensión “deuteronómica”, propia de la vida y que se debe usar cuando hay que actualizar una congregación religiosa, las constituciones, siempre.
Que el ejemplo de vuestro fundador, san Estanislao de Jesús y María, canonizado el año pasado, sea luz y guía de vuestro camino. Él había comprendido plenamente el sentido del ser discípulo en Cristo cuando rezaba con estas palabras: «Señor Jesús, si por amor me unirás a ti, ¿quién podrá arrancarme de ti? Si me unirás a ti en la misericordia, ¿quién me separará de ti? Que mi alma se adhiera a ti, Tu clementísima destra me acoja. Adhiera a su Cabeza también el más indigno miembro, y esta pequeña partícula sufra con todo el Santo cuerpo sufriente» (Christus Patiens, III, 1). Desde esta perspectiva, vuestro servicio de la Palabra es testimonio del Cristo resucitado, que habéis encontrado en vuestro camino y que con vuestro estilo de vida estáis llamados a llevar donde quiera que os envíe la Iglesia. El testimonio cristiano también requiere el compromiso con y por los pobres, un compromiso que caracteriza a vuestro Instituto desde sus orígenes. Os animo a mantener viva esta tradición de servicio a la gente pobre y humilde, a través del anuncio del Evangelio con un lenguaje que comprendan, con las obras de misericordia y el sufragio por los difuntos. Esa cercanía a la gente como nosotros, sencilla. A mí me gusta el pasaje de Pablo a Timoteo (cf 2 Tm 1, 5): custodia tu fe, la que has recibido de tu madre, de tu abuela…; de la sencillez de la madre, de la abuela. Este es el fundamento. Nosotros no somos príncipes, hijos de príncipes o de condes o de barones, somos gente sencilla, del pueblo. Y por eso nos acercamos con esta simplicidad a los simples y a los que sufren más: los enfermos, los niños, los ancianos abandonados, los pobres,… todos. Y esta pobreza está en el centro del Evangelio: es la pobreza de Jesús, no la pobreza sociológica, la de Jesús.
Otra significativa herencia espiritual de vuestra familia religiosa es la que os ha dejado vuestro hermano el beato Jorge Matulaitis: la total dedicación a la Iglesia y al hombre para «ir valientemente a trabajar y luchar por la Iglesia, especialmente donde hay más necesidad» (Journal, p. 45). Que su intercesión os ayude a cultivar en vosotros esa actitud, que en las últimas décadas ha inspirado vuestras iniciativas dirigidas a difundir el carisma del Instituto en los países pobres, especialmente en África y Asia.
El gran desafío de la inculturación os pide hoy que anunciéis la Buena Nueva con lenguajes y modos comprensibles para los hombres de nuestro tiempo, involucrados en procesos de rápida transformación social y cultural. Vuestra congregación presume de una larga historia, escrita por valientes testigos de Cristo y del Evangelio. En esta línea, hoy estáis llamados a caminar con renovado celo para impulsaros, con libertad profética y sabio discernimiento, —¡los dos a la vez!— por caminos apostólicos y fronteras misioneras cultivando una estrecha colaboración con los obispos y los demás componentes de la comunidad eclesial. Los horizontes de la evangelización y la urgente necesidad de testimoniar el mensaje evangélico a todos, sin distinciones, constituyen el vasto campo de vuestro apostolado. Muchos esperan todavía conocer a Jesús, único Redentor del hombre, y no pocas situaciones de injusticia y malestar moral y material interpelan a los creyentes. Una misión tan urgente requiere una conversión personal y comunitaria. Sólo los corazones plenamente abiertos a la acción de la gracia son capaces de interpretar los signos de los tiempos y de recibir el llamamiento de la humanidad necesitada de esperanza y paz.
Queridos hermanos, siguiendo el ejemplo de vuestro fundador sed valientes en el servicio de Cristo y de la Iglesia, como respuesta a los nuevos desafíos y nuevas misiones, aunque humanamente puedan parecer arriesgadas. Efectivamente en el “código genético” de vuestra comunidad se encuentra lo que el mismo san Estanislao afirmaba a partir de su experiencia: «A pesar de las innumerables dificultades, la bondad y la sabiduría divina inician y hacen lo que quieren, incluso cuando los medios, según el juicio humano, son inadecuados. Para el Omnipotente, efectivamente, nada es imposible. De manera muy clara se ha demostrado en mi persona» (Fundatio Domus Recollectionis, 1). «Y esta actitud —que viene de la pequeñez de los medios, también de nuestra pequeñez, también de nuestra indignidad, porque somos pecadores, viene de ahí, pero tenemos un horizonte grande— [esta actitud] es precisamente el acto de fe en la potencia del Señor: el Señor puede, el Señor es capaz. Y nuestra pequeñez es la semilla, la pequeña semilla, que después germina, crece, el Señor la riega y sale adelante. Pero el sentido de pequeñez es precisamente el primer paso de confianza en la potencia de Dios. Id, seguid adelante por este camino.
A vuestra Madre y Patrona, María Inmaculada, encomiendo vuestro camino de fe y de crecimiento, en unión constante con Cristo y con su Santo Espíritu, que os hace testigos de la potencia de la resurrección. A vosotros los aquí presentes, a toda la congregación y a vuestros colaboradores laicos imparto de corazón la Bendición Apostólica.
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