DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA REUNIÓN DE ECONOMÍA DE COMUNIÓN,
ORGANIZADO POR EL MOVIMIENTO DE LOS FOCOLARES
Aula Pablo VI
Sábado 4 de febrero de 2017
Queridos hermanos y hermanas:
Me alegra acogeros como representantes de un proyecto en el cual estoy sinceramente interesado desde hace tiempo. A cada uno de vosotros dirijo mi saludo cordial, y doy las gracias en particular al coordinador, prof. Luigino Bruni, por sus amables palabras. Y doy las gracias también por los testimonios.
Economía y comunión. Dos palabras que la cultura actual tiene bien separadas y a menudo consideradas opuestas. Dos palabras que vosotros sin embargo habéis unido, recogiendo la invitación que hace veinticinco años os dirigió Chiara Lubich, en Brasil, cuando frente al escándalo de la desigualdad en la ciudad de San Pablo, pidió a los empresarios convertirse en agentes de comunión. Invitándoos a ser creativos, competentes, pero no sólo esto. El empresario es visto por vosotros como agente de comunión. Al introducir dentro de la economía el buen germen de la comunión, habéis iniciado un cambio profundo en el modo de ver y vivir la empresa. La empresa no sólo puede no destruir la comunión entre las personas, sino que puede edificarla, puede promoverla. Con vuestra vida mostráis que economía y comunión se hacen más bellas cuando están una junto a la otra. Más bella la economía, ciertamente, pero más bella también la comunión, porque la comunión espiritual de los corazones es aún más plena cuando se convierte en comunión de bienes, de talentos, de beneficios.
Pensando en vuestro compromiso, quisiera deciros hoy tres cosas.
La primera se refiere al dinero. Es muy importante que en el centro de la economía de comunión esté la comunión de vuestros ganancias. La economía de comunión es también comunión de los provechos, expresión de la comunión de la vida. Muchas veces he hablado del dinero como ídolo. La Biblia nos lo dice de distintas maneras. No es casualidad que la primera acción pública de Jesús, en el Evangelio de Juan, sea la expulsión de los mercaderes del templo (cf 2, 13-21). No se puede comprender el nuevo Reino traído por Jesús si no nos liberamos de los ídolos, de los cuales uno de los más poderosos es el dinero. ¿Cómo poder ser de los mercaderes que Jesús no expulsa? El dinero es importante, sobre todo cuando no hay y de eso depende la comida, la escuela, el futuro de los hijos. Pero se convierte en ídolo cuando se convierte en el fin. La avaricia, que no es por casualidad un pecado capital, es pecado de idolatría porque la acumulación de dinero en sí se convierte en el fin del propio actuar. Ha sido Jesús, precisamente Él, quien dio categoría de “señor” al dinero: “Nadie puede servir a dos señores, dos patrones”. Son dos: Dios o el dinero, el anti-dios, el ídolo. Esto lo ha dicho Jesús. Al mismo nivel de opción. Pensad en esto.
Cuando el capitalismo hace de la búsqueda del beneficio su único fin, corre el riesgo de convertirse en una estructura idolátrica, una forma de culto. La “dea fortuna” es cada vez más la nueva divinidad de una cierta finanza y de todo ese sistema del juego que está destruyendo millones de familias del mundo, y a lo que vosotros os oponéis justamente. Este culto idolátrico es un sustituto de la vida eterna. Los productos (los coches, los teléfonos...) envejecen y se consumen, pero si tengo el dinero o el crédito puedo adquirir inmediatamente otros, con la ilusión de vencer a la muerte.
Se entiende, entonces, el valor ético y espiritual de vuestra elección de poner los beneficios en común. La mejor forma y más concreta para no hacer del dinero un ídolo es compartirlo, compartirlo con otros, sobre todo con los pobres, o para hacer estudiar y trabajar a los jóvenes, venciendo a la tentación idolátrica con la comunión. Cuando compartís y donáis vuestros beneficios, estáis haciendo un acto de alta espiritualidad, diciendo con los hechos al dinero: ¡tú no eres Dios, tú no eres señor, tú no eres patrón! Y no olvidar tampoco esa alta filosofía y esa alta teología que hacía decir a nuestras abuelas: “El diablo entra por el bolsillo”. ¡No olvidéis esto!
La segunda cosa que quiero deciros es sobre la pobreza, un tema central en vuestro movimiento.
Hoy se realizan múltiples iniciativas, públicas y privadas, para combatir la pobreza. Y todo eso, por una parte, es un crecimiento en humanidad. En la Biblia, los pobres, los huérfanos, las viudas, los “descartados” de la sociedad de ese tiempo eran ayudados con el diezmo y la recogida del grano. Pero la gran parte del pueblo permanecía pobre, esas ayudas no eran suficientes para quitar el hambre y cuidar a todos. Los “descartados” de la sociedad eran muchos. Hoy hemos inventado otros modos de cuidar, quitar el hambre, educar a los pobres, y algunas de las semillas de la Biblia han florecido en instituciones más eficaces que aquellas antiguas. La razón de los impuestos está también en esta solidaridad, que es negada por la evasión fiscal, que, antes de ser actos ilegales son actos que niegan la ley básica de la vida: el socorro recíproco.
Pero —y esto no se dirá nunca lo suficiente— el capitalismo continúa produciendo descartados que después quisiera cuidar. El principal problema ético de este capitalismo es la creación de descartados para después tratar de esconderlos o cuidarlos para hacerles ver más.
Una grave forma de pobreza de una civilización es no conseguir ver más a sus pobres, que antes son descartados y después escondidos.
Los aviones contaminan la atmósfera, pero con una pequeña parte del dinero del billete plantarán árboles, para compensar parte del daño creado. Las empresas del juego financian campañas para cuidar a los jugadores patológicos que ellas crean. Y el día en el que las empresas de armas financien hospitales para curar a los niños mutilados por sus bombas, el sistema habrá llegado a su culmen. ¡Esta es la hipocresía!
La economía de comunión, si quiere ser fiel a su carisma, no debe solamente cuidar a las víctimas, sino construir un sistema donde las víctimas sean cada vez menos, donde posiblemente no haya más. Mientras que la economía produzca todavía una víctima y haya una sola persona descartada, la comunión no se realiza todavía, la fiesta de la fraternidad universal no es plena.
Por lo tanto es necesario ir hacia el cambio de las reglas del juego del sistema económico-social. Imitar al buen samaritano del Evangelio no es suficiente. Cierto, cuando el empresario o una persona cualquiera se tropieza con una víctima, está llamado a cuidarla, y quizá, como el buen samaritano, asociar también al mercado (el posadero) a su acción de fraternidad. Sé que vosotros tratáis de hacerlo desde hace 25 años. Pero es necesario actuar sobre todo antes de que el hombre se encuentre con los ladrones, combatiendo las estructuras de pecado que producen ladrones y víctimas. Un empresario que es sólo buen samaritano hace la mitad de su deber: cura a las víctimas de hoy, pero no reduce las de mañana. Para la comunión es necesario imitar al Padre misericordioso de la parábola del hijo pródigo y esperar en casa a los hijos, los trabajadores y colaboradores que se han equivocado, y allí abrazarlos y hacer fiesta con y por ellos –y no bloquearse por la meritocracia invocada por el hijo mayor y por muchos, que en nombre del mérito niegan la misericordia. Un empresario de comunión está llamado a hacer de todo para que también esos que se equivocan y dejan su casa, puedan esperar un trabajo y un sueldo digno, y no verse comiendo con los cerdos. Ningún hijo, ningún hombre, ni siquiera el más rebelde, merece las bellotas.
Finalmente, la tercera cosa se refiere al futuro. Estos 25 años de vuestra historia dicen que la comunión y la empresa pueden estar y crecer juntas. Una experiencia que por ahora está limitada a un pequeño número de empresas, pequeñísimo si se comparan con el gran capital del mundo. Pero los cambios en el orden del espíritu y, por tanto, de la vida no están unidos a los grandes números. El pequeño rebaño, la lámpara, una moneda, un cordero, una perla, la sal, la levadura: son estas las imágenes del Reino que encontramos en los Evangelios. Y los profetas nos han anunciado la nueva época de salvación indicándonos el signo de un niño, el Emmanuel, y hablándonos de un “resto” fiel, un pequeño grupo.
No es necesario ser muchos para cambiar nuestra vida: basta que la sal y la levadura no se estropeen. El gran trabajo a desarrollar es tratar de no perder el “principio activo” que les anima: la sal no hace su trabajo creciendo en cantidad, es más, demasiada sal hace la masa salada; sino salvando su “alma”, es decir su calidad. Todas las veces que las personas, los pueblos e incluso la Iglesia han pensando en salvar el mundo creciendo en números, han producido estructuras de poder, olvidando a los pobres. Salvemos nuestra economía, permaneciendo sencillamente sal y levadura: un trabajo difícil, porque todo decae con el pasar del tiempo. ¿Cómo hacer para no perder el principio activo, la “enzima” de la comunión?
Cuando no había frigoríficos para conservar la levadura madre del pan se regalaba a la vecina un poco de la propia masa de la levadura, y cuando tenían que hacer de nuevo el pan recibían un puñado de la masa de la levadura de esa mujer o de otra que la había recibido su vez. Es la reciprocidad. La comunión no es sólo división sino también multiplicación de los bienes, creación de nuevo pan, de nuevos bienes, de nuevo Bien con mayúscula. El principio del Evangelio permanece activo sólo si lo regalamos, porque es amor, y el amor es activo cuando amamos, no cuando escribimos novelas o cuando vemos telenovelas. Sin embargo, si lo tenemos celosamente todo y sólo para nosotros, se enmohece y muere. Y el Evangelio puede enmohecerse. La economía de comunión tendrá futuro si la regaláis a todos y no permanece sólo dentro de vuestra “casa”. ¡Regaladla a todos, y primero a los pobres y a los jóvenes, que son los que más la necesitan y saben hacer fructificar el don recibido! Para tener vida en abundancia es necesario aprender a regalar: no sólo los beneficios de las empresas, sino vosotros mismos. El primer regalo del empresario es la propia persona: vuestro dinero, aunque también importante, es demasiado poco. El dinero no salva si no está acompañado del don de la persona. La economía de hoy, los pobres, los jóvenes necesitan antes que nada vuestra alma, vuestra fraternidad respetuosa y humilde, de vuestras ganas de vivir y sólo después vuestro dinero.
El capitalismo conoce la filantropía, no la comunión. Es sencillo donar una parte de los beneficios, sin abrazar y tocar a las personas que reciben esas “migajas”. Sin embargo, también sólo cinco panes y dos peces pueden quitar el hambre a las multitudes si son el compartir de toda nuestra vida. En la lógica del Evangelio, si no se dona todo no se dona nunca suficiente.
Estas cosas vosotros las hacéis ya. Pero podéis compartir más los beneficios para combatir la idolatría, cambiar las estructuras para prevenir la creación de las víctimas y de los descartados; donar más vuestra levadura para fermentar el pan de muchos. Que el “no” a una economía que mata se convierta en un “sí” y a una economía que hace vivir, porque comparte, incluye a los pobres, usa los beneficios para crear comunión. Os deseo continuar por vuestro camino «Dios ama al que da con alegría» (2 Corintios 9, 7). Dios ama vuestros beneficios y talentos donados con alegría. Lo hacéis ya; podéis hacerlo todavía más.
Os deseo continuar siendo semilla, sal y levadura de otra economía: la economía del Reino, donde los ricos saben compartir sus riquezas, y los pobres son llamados beatos. Gracias.
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