DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL SEMINARIO DE ACTUALIZACIÓN
PARA OBISPOS DE LOS TERRITORIOS DE MISIÓN
Sala Clementina
Viernes 9 de septiembre de 2016
Queridos hermanos:
El seminario de actualización para los obispos nombrados recientemente, promovido por la Congregación para la evangelización de los pueblos, me ofrece la grata ocasión de encontrarme con vosotros y saludaros uno por uno. Agradezco al cardenal Fernando Filoni sus palabras y todo el trabajo que realiza con los colaboradores del dicasterio.
Al venir a Roma en este Año Santo de la Misericordia, os habéis unido a muchos peregrinos de todas las partes del mundo: esta experiencia nos hace mucho bien, a todos; nos hace sentir que todos somos peregrinos, peregrinos de la misericordia, todos necesitamos la gracia de Cristo para ser misericordiosos como el Padre. Cada obispo experimenta en primera persona esta realidad y, como vicario del «Pastor grande de las ovejas» (cf. Heb 13, 20), está llamado a manifestar con la vida y el ministerio episcopal la paternidad de Dios, la bondad, la solicitud, la misericordia, la dulzura, y también la autoridad de Cristo, que vino para dar la vida y para hacer de todos los hombres una sola familia, reconciliada en el amor del Padre. Cada uno de vosotros ha sido puesto como Pastor en su diócesis para guiar a la Iglesia de Dios en el nombre del Padre, de quien hacéis presente su imagen; en el nombre de Jesucristo su Hijo, por quien habéis sido constituidos maestros, sacerdotes y guías, y en el nombre del Espíritu Santo, que da vida a la Iglesia (cf. Exhort. ap. postsinodal Pastores gregis, 7).
Los lugares de los cuales provenís son diversos y distantes entre sí, y pertenecen a la gran constelación de los así llamados «territorios de misión». Por lo tanto, cada uno de vosotros tiene el gran privilegio y al mismo tiempo la responsabilidad de estar en primera fila en la evangelización. A imagen del Buen Pastor, estáis invitados a cuidar el rebaño e ir en busca de las ovejas, especialmente de las alejadas o perdidas; a buscar también nuevas modalidades para el anuncio, para ir al encuentro de las personas; a ayudar a quien ha recibido el don del Bautismo a crecer en la fe, para que los creyentes, incluso los «tibios» o no practicantes, descubran nuevamente la alegría de la fe y una fecundidad evangelizadora (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 11). Por ello os aliento a ir al encuentro también de las ovejas que no pertenecen aún al rebaño de Cristo: en efecto, «la evangelización está esencialmente conectada con la proclamación del Evangelio a quienes no conocen a Jesucristo o siempre lo han rechazado» (ibid., 14).
En la obra misionera podéis contar con diversos colaboradores. Muchos fieles laicos, inmersos en un mundo marcado por contradicciones e injusticias, están dispuestos a buscar al Señor y a dar testimonio de Él. Corresponde en primer lugar al obispo alentar, acompañar y estimular todos los intentos y los esfuerzos que ya se hacen para mantener viva la esperanza y la fe. Las Iglesias jóvenes de las cuales sois Pastores se caracterizan por la presencia de un clero local en muchas ocasiones numeroso, en otros casos escaso o incluso exiguo. En cada caso, os invito a prestar atención a la preparación de los presbíteros en los años de seminario, sin dejar de acompañarles en la formación permanente después de la ordenación. Ofrecedles un ejemplo concreto y tangible. Siempre que os sea posible, tratad de participar con ellos en los principales momentos formativos, prestando atención también a la dimensión personal. No os olvidéis de que el prójimo más próximo del obispo es el presbítero. Cada presbítero debe sentir la cercanía de su obispo. Cuando un obispo recibe una llamada telefónica del presbítero, o le llega una carta, debe responder de inmediato, inmediatamente. Ese mismo día, si es posible. Pero esa cercanía debe comenzar en el seminario, en la formación, y continuar. El prójimo más próximo del obispo es el presbítero.
El dinamismo del sacramento del Orden, la vocación misma y la misión episcopal, así como el deber de seguir atentamente los problemas y las cuestiones concretas de la sociedad por evangelizar, piden a cada obispo que tienda hacia la plenitud de la madurez de Cristo (cf. Ef 4, 13). Que también a través del testimonio de la propia madurez humana, espiritual e intelectual, centrada en la caridad pastoral, resplandezca cada vez más claramente en vosotros la caridad de Cristo y la solicitud de la Iglesia hacia todos los hombres.
Vigilad atentamente para que todo esto que se pone en práctica para la evangelización y las diversas actividades pastorales de las cuales sois promotores no sufra daños o se frustre a causa de divisiones ya presentes o que se pueden crear. Las divisiones son el arma que el diablo tiene más al alcance de la mano para destruir a la Iglesia desde dentro. Tiene dos armas, pero la principal es la división; la otra es el dinero. El diablo entra por los bolsillos y destruye con la lengua, con las habladurías que dividen, y el hábito de criticar es un hábito de «terrorismo». El que critica es un «terrorista» que lanza la bomba —la crítica— para destruir. Por favor, luchad contra las divisiones, porque es una de las armas que tiene el diablo para destruir la Iglesia local y la Iglesia universal. En particular, las diferencias debidas a las varias etnias presentes en un mismo territorio no deben penetrar en las comunidades cristianas hasta prevalecer sobre su bien. Hay desafíos difíciles de resolver, pero con la gracia de Dios, la oración y la penitencia, se puede. La Iglesia está llamada a saber situarse siempre por encima de las connotaciones tribales-culturales y el obispo, visible principio de unidad, tiene la tarea de edificar incesantemente la Iglesia particular en la comunión de todos sus miembros.
Queridos hermanos, estoy seguro de que cuanto habéis podido compartir durante estos días ayudará a cada uno a llevar adelante con entusiasmo el propio ministerio. Cuidad el pueblo de Dios que se os ha confiado, cuidad a los presbíteros, cuidad a los seminaristas. Este es vuestro trabajo. Que María nuestra Madre os proteja y os sostenga. De mi parte, os aseguro mi oración; y también vosotros, por favor, rezad por mí, también yo lo necesito.
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana