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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA CONFEDERACIÓN GENERAL DE LA INDUSTRIA ITALIANA - CONFINDUSTRIA

Aula Pablo VI
Sábado 27 de febrero de 2016

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Gentiles señoras y señores, ¡buenos días!

Os saludo a todos vosotros, representantes del mundo de la empresa, que habéis venido tan numerosos. Doy las gracias al presidente señor Squinzi, así como al señor Ghizzoni y a la señora Marcegaglia, por las palabras que me han dirigido. Con este encuentro, que constituye una novedad en la historia de vuestra Asociación, os habéis propuesto confirmar un compromiso: el de contribuir con vuestro trabajo a una sociedad más justa y cercana a las necesidades del hombre. Queréis reflexionar juntos sobre la ética de construir la empresa; juntos habéis decidido reforzar la atención a los valores, que son la «espina dorsal» de los proyectos de formación, de valorización del territorio y de promoción de las relaciones sociales, y que son una alternativa concreta ante el modelo consumista de la ganancia a toda costa.

«Hacer juntos» es la expresión que habéis elegido como guía y orientación. Ella inspira a colaborar, compartir, preparar el camino a relaciones reguladas por un sentido común de responsabilidad. Este camino abre el campo a nuevas estrategias, nuevos estilos, nuevas actitudes. ¡Cúan diversa sería nuestra vida si aprendiéramos de verdad, cada día, a trabajar, a pensar, a construir juntos! En el complejo mundo de la empresa, «hacer juntos» significa invertir en proyectos que sepan incluir sujetos que a menudo son olvidados o descuidados. Entre ellos, ante todos, las familias, hogares de humanidad, donde encuentran sentido y valor la experiencia del trabajo, el sacrificio que lo alimenta y los frutos que de él se derivan. Y, juntamente con las familias, no podemos olvidar las categorías más débiles y marginales, como los ancianos, que aún podrían aportar recursos y energías para una colaboración activa, sin embargo con demasiada frecuencia son descartados como inútiles e improductivos. Y, ¿qué decir luego de todos los potenciales trabajadores, especialmente de los jóvenes, que, prisioneros de la precariedad o de largos períodos de desocupación, no se ven interpelados por una petición de trabajo que les dé, además de un honesto salario, también la dignidad de la que a menudo se sienten privados?

Todas estas fuerzas, juntas, pueden marcar la diferencia para una empresa que coloque a la persona en el centro, la calidad de sus relaciones, la verdad de su compromiso para construir un mundo más justo, un mundo verdaderamente de todos. «Hacer juntos» quiere decir, en efecto, plantear el trabajo no a partir del genio solitario de un individuo, sino a partir de la colaboración de muchos. Significa, en otros términos, «hacer red» para valorizar los dones de todos, pero sin descuidar la unicidad irrepetible de cada uno. Que en el centro de cada empresa esté el hombre: no el hombre abstracto, ideal, teórico, sino el hombre concreto, con sus sueños, sus necesidades, sus esperanzas, sus cansancios.

Esta atención a la persona concreta comporta una serie de elecciones importantes: significa dar a cada uno lo que le corresponde, alejando a madres y padres de familia de la angustia de no poder dar un futuro y tampoco un presente a sus hijos; significa saber dirigir, pero también saber escuchar, compartiendo con humildad y confianza proyectos e ideas; significa hacer que el trabajo cree otro trabajo, la responsabilidad cree otra responsabilidad, la esperanza cree otra esperanza, sobre todo para las jóvenes generaciones, que hoy más que nunca tienen esta necesidad. En la exhortación apostólica Evangelii gaudium relancé el desafío de sostenernos mutuamente, de hacer de la experiencia de fraternidad una ocasión para «más posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos» (n. 87). Ante tantas barreras de injusticia, soledad, desconfianza y sospecha que aún se siguen levantando en nuestros días, el mundo del trabajo, del cual vosotros sois actores de primer nivel, está llamado a dar pasos valientes para que «encontrarse y estar juntos» no sea sólo un eslogan, sino un programa para el presente y el futuro.

Queridos amigos, vosotros tenéis «una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para todos» (Carta enc. Laudato si’, 129); estáis llamados, por ello, a ser constructores del bien común y artífices de un nuevo «humanismo del trabajo». Estáis llamados a tutelar la profesionalidad, y, al mismo tiempo, a prestar atención a las condiciones en las que se realiza el trabajo, para que no se tengan que verificar accidentes y situaciones de malestar. Que vuestra vía maestra sea siempre la justicia, que rechaza los atajos de las recomendaciones y de los favoritismos, y las desviaciones peligrosas de la deshonestidad y de las componendas fáciles. Que en todo la ley suprema sea la atención a la dignidad del otro, valor absoluto y legítimo. Que este horizonte de altruismo sea lo que distinga vuestro compromiso: ello os conducirá a rechazar categóricamente que la dignidad de la persona sea pisoteada en nombre de exigencias productivas, que enmascaran miopías individualistas, tristes egoísmos y sed de ganancia. En cambio, que la empresa que vosotros representáis esté siempre abierta a ese «significado más amplio de la vida», que le permitirá «servir verdaderamente al bien común, con su esfuerzo por multiplicar y volver más accesibles para todos los bienes de este mundo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 203). Que el bien común sea precisamente la brújula que oriente la actividad productiva, para que crezca una economía de todos y para todos, que no sea «insensible a los ojos suplicantes» (Si 4, 1). Esto es verdaderamente posible, con la condición de que la simple proclamación de la libertad económica no prevalezca sobre la concreta libertad del hombre y sus derechos, que el mercado no sea algo absoluto, sino que considere las exigencias de la justicia y, además, la dignidad de la persona. Porque no hay libertad sin justicia y no hay justicia sin el respeto de la dignidad de cada uno.

Os agradezco vuestro compromiso y todo el bien que hacéis y que podréis hacer. Que el Señor os bendiga. Y os pido, por favor, que no os olvidéis de rezar por mí. ¡Gracias!

Y ahora quiero pedir al Señor que os bendiga a todos vosotros, a vuestras familias y a vuestras empresas. [Bendición...]



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