JUBILEO EXTRAORDINARIO DE LA MISERICORDIA
JUBILEO DE LOS GRUPOS DE ORACIÓN DEL PADRE PÍO
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Plaza de San Pedro
Sábado 6 de febrero de 2016
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Os doy mi bienvenida —veo que sois muy numerosos— y agradezco a monseñor Castoro por las palabras que me ha dirigido.
Dirijo un saludo a todos los que habéis venido de diferentes países y regiones, unidos por el afecto y agradecimiento a san Pío de Pietrelcina. Le estáis muy agradecidos, porque os ayudó a descubrir el tesoro de la vida, que es el amor de Dios, y a experimentar la belleza del perdón y de la misericordia del Señor. Y esto es una ciencia que tenemos que aprender todos los días, porque es hermoso: la belleza del perdón y de la misericordia del Señor.
Podemos decir que el padre Pío fue un servidor de la misericordia. Lo fue a tiempo completo, practicando, a veces hasta el agotamiento, «el apostolado de la escucha».
Se convirtió, a través del ministerio de la confesión, en una caricia viviente del Padre, que sana la heridas del pecado y refresca el corazón con la paz. San Pío nunca se cansó de acoger a las personas y de escucharlas, de dedicar tiempo y fuerzas para difundir el perfume del perdón del Señor. Podía hacerlo porque estaba siempre unido a la fuente: se aferraba continuamente a Jesús Crucificado, y así se convertía en canal de misericordia.
Ha llevado en el corazón a tantas personas y tantos sufrimientos, uniendo todo al amor de Cristo que se ha entregado «hasta el extremo» (Jn 13, 1). Ha vivido el gran misterio del dolor ofrecido por amor.
De este modo su pequeña gota se convirtió en un gran río de misericordia, que ha regado muchos corazones desiertos y ha creado oasis de vida en muchas partes del mundo.
Pienso en los grupos de oración, que san Pío ha definido «viveros de fe, hogares de amor»; no sólo centros de encuentro para estar bien, con los amigos y consolarse un poco», sino hogares de amor divino. ¡Esto son los grupos de oración!
La oración, de hecho, es una auténtica misión, que trae el fuego del amor a toda la humanidad. Padre Pío dijo que la oración es «una fuerza que mueve el mundo». ¡La oración es una fuerza que mueve el mundo! Sin embargo, ¿creemos en esto? Es así. ¡Haced la prueba! Esta —añadió— «expande la sonrisa y la bendición de Dios en cada languidez y debilidad» (2ª Conferencia Internacional de los grupos de oración 5 de mayo de 1966).
La oración, entonces, no es una buena práctica para poner un poco de paz en el corazón, ni tampoco un medio devoto para obtener de Dios lo que nos hace falta. Si fuese así, sería movida por un egoísmo sutil: yo rezo para estar bien, como tomarse una aspirina. No es así: «Yo rezo para obtener esto». Esto es un negocio, no es así, la oración es otra cosa. Es otra cosa.
La oración, por el contrario, es una obra de misericordia espiritual, que quiere llevar todo al corazón de Dios. «Tómalo Tú, que eres Padre», sería así, por decirlo de forma simple. La oración es decir: «Tómalo Tú, que eres Padre», es simple. Esta es la relación con el Padre.
La oración es así. Es un don de fe y de amor, una intercesión que se necesita como el pan. En una palabra, significa encomendar: encomendar la Iglesia, a las personas, las situaciones, al Padre —«yo te encomiendo esto»— para que las cuide. Para esto la oración, como le gustaba decir al Padre Pío, es «la mejor arma que tenemos, una llave que abre el corazón de Dios. Una llave que abre el corazón de Dios: es una llave fácil. El corazón de Dios no está «blindado» como muchos medios de seguridad. Tú puedes abrirlo con una llave común, con la oración. Porque tiene un corazón de amor, un corazón de padre. Es la fuerza más grande de la Iglesia, que no debemos dejar nunca, porque la Iglesia da fruto si hace como la Virgen y los Apóstoles», que «perseveraban unánimes en la oración» (Hch 1, 14) cuando esperaban el Espíritu Santo. Perseverantes y unánimes en la oración.
De lo contrario se corre el riesgo de apoyarse en otras cosas: en los medios, el dinero, el poder; después la evangelización desaparece y la alegría se apaga y el corazón se vuelve aburrido. ¿Vosotros tenéis un corazón aburrido? [La gente: ¡No!]. ¿Queréis tener un corazón alegre? [¡Sí!]. ¡Rezad! Esta es la receta.
Al tiempo que os agradezco por vuestro compromiso, os animo a que los grupos de oración sean «centrales de misericordia»: centrales siempre abiertas y activas, que con el poder humilde de la oración provean de la luz de Dios al mundo y la energía del amor a la Iglesia.
Padre Pío, que se definía solo «un pobre fraile que reza», escribió que la oración es «el apostolado más alto que un alma pueda ejercer en la Iglesia de Dios» (Epistolario II, 70). ¡Sed siempre apóstoles alegres de la oración! La oración hace milagros. El apostolado de la oración hace milagros.
Al lado de la obra de misericordia espiritual de los grupos de oración, san Pío quiso una extraordinaria obra de misericordia corporal: la «Casa Alivio del Sufrimiento», inaugurada hace 60 años. Él deseaba que no fuera solo un excelente hospital, sino un templo de ciencia y de oración». En efecto, «se trata de seres humanos, y los seres humanos necesitan siempre algo más que una atención sólo técnicamente correcta. Necesitan humanidad. Necesitan atención cordial» (Benedicto XVI, Enc. Deus caritas est, 31). Es muy importante esto: tratar la enfermedad, pero sobre todo cuidar del enfermo. Son dos cosas diferentes, y las dos importantes: tratar la enfermedad y cuidar del enfermo.
Puede suceder que, mientras se medican las heridas del cuerpo se agraven las heridas del alma, que son más lentas y a menudo difíciles de sanar. También los moribundos, a veces aparentemente inconscientes, participan en la oración hecha con fe cercana a ellos, y se confían en Dios, en su misericordia. Recuerdo la muerte de un amigo sacerdote amigo. Él era un apóstol, un hombre de Dios. Estaba en coma desde hacía mucho tiempo, mucho tiempo...
Los médicos decían: «No sabemos cómo aún es capaz de respirar». Llegó otro amigo sacerdote, se acercó a él y le habló. Se escuchaba «Déjate llevar por el Señor. Déjate llevar hacia adelante. Ten confianza, encomiéndate al Señor». Y con estas palabras, se dejó ir en paz.
Muchas personas necesitan, muchos enfermos, que se les diga palabras, que se les de caricias, que les den fuerza para llevar a la enfermedad o ir al encuentro del Señor. Ellos necesitan que se les ayude a confiar en el Señor.
Estoy muy agradecido a vosotros y a cuantos servís a los enfermos con competencia, amor y fe viva. Pidamos la gracia de reconocer la presencia de Cristo en los enfermos y en quienes sufren; como repetía Padre Pío, «el enfermo es Jesús». El enfermo es Jesús. Es la carne de Cristo.
También me gustaría extender un saludo especial a los fieles de la Arquidiócesis de Manfredonia-Vieste-San Giovanni Rotondo. San Juan Pablo ii dijo que «quien acudía a San Giovanni Rotondo para participar en su misa, para pedirle consejo o confesarse, descubría en él una imagen viva de Cristo doliente y resucitado. En el rostro del padre Pío resplandecía la luz de la resurrección». (Homilía para la beatificación del padre Pío de Pietrelcina, 2 de mayo de 1999: Enseñanzas XXII, 1 [1999], 862). Que cualquiera que se acerca a vuestra hermosa tierra —yo quiero ir allí!— también puede encontrar en vosotros ¡un reflejo de la luz del Cielo! Muchas gracias, y os pido que por favor recéis por mí. Gracias.
Todos juntos rezamos, llamamos a la puerta del corazón de Dios que es Padre de la Misericordia: Padre nuestro…
Y nosotros no somos una Iglesia huérfana: tenemos una madre. Rezamos a nuestra madre, rezamos a nuestra madre. Ave María...
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