DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO ORGANIZADO
POR EL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA PROMOCIÓN
DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN
Sala Pablo VI
Viernes 19 de septiembre de 2014
Queridos hermanos y hermanas, buenas tardes.
Me alegra participar en vuestros trabajos y agradezco a monseñor Rino Fisichella su introducción. También agradezco este marco de «vida»: ¡esta es vida! Gracias.
Trabajáis en la pastoral en diversas Iglesias del mundo, y os habéis reunido para reflexionar juntos sobre el proyecto pastoral de la Evangelii gaudium. En efecto, yo mismo escribí que este documento tiene un «sentido programático y consecuencias importantes» (n. 25). Y no puede ser de otro modo, cuando se trata de la misión principal de la Iglesia, es decir, la evangelización. Pero hay momentos en los que esta misión se vuelve más urgente y nuestra responsabilidad necesita ser reavivada.
Ante todo, me vienen a la memoria las palabras del Evangelio de san Mateo en el que se dice que Jesús, «al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas porque estaban extenuadas y abandonadas como ovejas que no tienen pastor» (9, 36). ¡Cuántas personas, en las muchas periferias existenciales de nuestros días, están «decaídas y desanimadas» y esperan a la Iglesia, nos esperan a nosotros! ¿Cómo llegar a ellas? ¿Cómo compartir con ellas la experiencia de la fe, el amor de Dios, el encuentro con Jesús? Esta es la responsabilidad de nuestras comunidades y de nuestra pastoral.
El Papa no tiene la función de «ofrecer un análisis detallado y completo sobre la realidad contemporánea» (Evangelii gaudium, 51), pero invita a toda la Iglesia a captar los signos de los tiempos que el Señor nos ofrece continuamente. ¡Cuántos signos están presentes en nuestras comunidades y cuántas posibilidades nos ofrece el Señor para reconocer su presencia en el mundo de hoy! En medio de realidades negativas, que como siempre tienen más repercusión, vemos también muchos signos que infunden esperanza y dan arrojo. Estos signos, como dice la Gaudium et spes, deben releerse a la luz del Evangelio (cf. nn. 4 y 44): este es el «tiempo favorable» (cf. 2 Co 6, 2), es el momento del compromiso concreto, es el contexto en el que estamos llamados a trabajar para que crezca el reino de Dios (cf. Jn 4, 35-36). ¡Cuánta pobreza y soledad, por desgracia, vemos en el mundo de hoy! ¡Cuántas personas viven con gran sufrimiento y piden a la Iglesia que sea signo de la cercanía, de la bondad, de la solidaridad y de la misericordia del Señor! Esta es una tarea que, de modo particular, incumbe a cuantos tienen la responsabilidad de la pastoral: al obispo en su diócesis, al párroco en su parroquia, a los diáconos en su servicio a la caridad, a los catequistas y a las catequistas en su ministerio de transmitir la fe… En suma, cuantos están comprometidos en los diferentes ámbitos de la pastoral están llamados a reconocer y leer estos signos de los tiempos, para dar una respuesta sabia y generosa. Ante tantas exigencias pastorales, ante tantos pedidos de hombres y mujeres, corremos el riesgo de asustarnos y replegarnos en nosotros mismos con una actitud de miedo y defensa. Y allí nace la tentación de la suficiencia y del clericalismo, la codificación de la fe en reglas e instrucciones, como hacían los escribas, los fariseos y los doctores de la Ley del tiempo de Jesús. Tendremos todo claro, todo ordenado, pero el pueblo creyente y en busca seguirá teniendo hambre y sed de Dios. También dije algunas veces que la Iglesia me parece un hospital de campaña: tanta gente herida que nos pide cercanía, que nos pide a nosotros lo que pedían a Jesús: cercanía, proximidad. Y con esta actitud de los escribas, de los doctores de la Ley y de los fariseos, jamás daremos un testimonio de cercanía.
Hay una segunda palabra que me hace reflexionar. Cuando Jesús habla del propietario de una viña que, teniendo necesidad de obreros, salió de casa en distintas horas del día a buscar trabajadores para su viña (cf. Mt 20, 1-16). No salió una sola vez. En la parábola, Jesús dice que salió al menos cinco veces: al amanecer, a las nueve, al mediodía, a las tres y a las cinco de la tarde —¡todavía tenemos tiempo para que venga a nosotros!—. Había mucha necesidad en la viña, y este señor pasó casi todo el tiempo yendo por caminos y plazas de la aldea a buscar obreros. Pensad en aquellos de la última hora: nadie los había llamado; quién sabe cómo se sentirían, porque al final de la jornada no habría llevado nada a casa para dar de comer a sus hijos. Pues bien, los responsables de la pastoral pueden encontrar un hermoso ejemplo en esta parábola. Salir en diversas horas del día para encontrar a cuantos están en busca del Señor. Llegar a los más débiles y a los más necesitados, para darles el apoyo de sentirse útiles en la viña del Señor, aunque sólo sea por una hora.
Otro aspecto: no escuchemos, por favor, el canto de las sirenas, que llaman a hacer de la pastoral una serie convulsiva de iniciativas, sin lograr captar lo esencial del compromiso de evangelización. A veces parece que nos preocupa más multiplicar las actividades que estar atentos a las personas y a su encuentro con Dios. Una pastoral que no tiene esta atención, poco a poco se vuelve estéril. No nos olvidemos de hacer como Jesús con sus discípulos: después de que habían ido a las aldeas a llevar el anuncio del Evangelio, volvieron contentos por sus éxitos; pero Jesús los lleva aparte, a un lugar solitario, para estar un poco con ellos (cf. Mc 6, 31). Una pastoral sin oración y contemplación jamás podrá llegar al corazón de las personas. Se detendrá en la superficie y no dejará que la semilla de la palabra de Dios eche raíces, brote, crezca y dé fruto (cf. Mt 13, 1-23).
Sé que todos vosotros trabajáis mucho, y por eso quiero deciros una última palabra importante: paciencia. Paciencia y perseverancia. El Verbo de Dios entró en «paciencia» en el momento de la Encarnación, y así, hasta la muerte en la Cruz. Paciencia y perseverancia. No tenemos la «varita mágica» para todo, pero tenemos confianza en el Señor, que nos acompaña y no nos abandona nunca. En las dificultades como en las desilusiones que están presentes a menudo en nuestro trabajo pastoral, no debemos perder jamás la confianza en el Señor y en la oración, que la sostiene. En cualquier caso, no olvidemos que la ayuda nos la dan, en primer lugar, precisamente aquellos a quienes nos acercamos y sostenemos. Hagamos el bien, pero sin esperar recompensa. Sembremos y demos testimonio. El testimonio es el inicio de una evangelización que toca el corazón y lo transforma. Las palabras sin testimonio no valen, no sirven. El testimonio lleva y da validez a la palabra.
Gracias por vuestro compromiso. Os bendigo y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí, porque debo hablar tanto y también dar un poco de testimonio cristiano. Gracias.
Invoquemos a la Virgen, Madre de la evangelización: Dios te salve, María…
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