DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO
ORGANIZADO POR EL CENTRO DEPORTIVO ITALIANO
Plaza de San Pedro
Sábado 7 de junio de 2014
Queridos amigos del Centro deportivo italiano:
Os agradezco vuestra presencia —¡sois tantos!— y agradezco al presidente sus amables palabras. Es una verdadera fiesta del deporte la que juntos estamos viviendo aquí, en la plaza de San Pedro, que hoy alberga también campos de juego. Es muy bueno que hayáis querido festejar vuestro septuagésimo cumpleaños no solos, sino con todo el mundo deportivo italiano, representado por el Coni y, sobre todo, con tantas sociedades deportivas. ¡Felicidades! Ahora sólo falta el pastel, para festejar el 70º cumpleaños.
El saludo mayor es para vosotros, queridos atletas, entrenadores y dirigentes de las sociedades deportivas. Conozco y aprecio vuestro compromiso y vuestra dedicación al promover el deporte como experiencia educativa. Vosotros, jóvenes y adultos que os ocupáis de los más pequeños, a través de vuestro valioso servicio sois verdaderamente, a todos los efectos, educadores. Es un motivo de justo orgullo, pero, sobre todo, es una responsabilidad. El deporte es un camino educativo. Encuentro tres caminos, para los jóvenes, para los muchachos y para los niños. El camino de la educación, el camino del deporte y el camino del trabajo, es decir, que haya puestos de trabajo al inicio de la vida juvenil. Si existen estos tres caminos, os aseguro que no habrá dependencias: nada de droga, nada de alcohol. ¿Por qué? Porque la escuela te lleva adelante, el deporte te lleva adelante y el trabajo te lleva adelante. No olvidéis esto. A vosotros, deportistas, a vosotros, dirigentes, y también a vosotros, hombres y mujeres de la política: educación, deporte y puestos de trabajo.
Es importante, queridos muchachos, que el deporte siga siendo un juego. Sólo si es un juego, hará bien al cuerpo y al espíritu. Y precisamente porque sois deportistas, os invito no sólo a jugar, como ya lo hacéis, sino también a algo más: a poneros en juego tanto en la vida como en el deporte. Poneros en juego en busca del bien, en la Iglesia y en la sociedad, sin miedo, con valentía y entusiasmo. Poneros en juego con los demás y con Dios; no contentarse con un «empate» mediocre, dar lo mejor de sí mismos, gastando la vida por lo que de verdad vale y dura para siempre. No contentarse con estas vidas tibias, vidas «mediocremente empatadas»: no, no. Ir adelante, buscando siempre la victoria.
En las sociedades deportivas se aprende a acoger. Se acoge a cada atleta que desea formar parte de ella y se acogen unos a otros, con sencillez y simpatía. Invito a todos los dirigentes y entrenadores a ser, ante todo, personas acogedoras, capaces de tener abierta la puerta para dar a cada uno, sobre todo a los menos favorecidos, una oportunidad de expresarse.
Y vosotros, muchachos, que sentís alegría cuando os entregan la camiseta, signo de pertenencia a vuestro equipo, estáis llamados a comportaros como verdaderos atletas, dignos de la camiseta que lleváis. Os deseo que la merezcáis cada día, a través de vuestro compromiso y también de vuestro esfuerzo.
Os deseo también que sintáis el gusto, la belleza del juego de equipo, que es muy importante para la vida. No al individualismo: No a desarrollar el juego para sí mismos. En mi tierra, cuando un jugador hace esto, le decimos: «Pero, ¡este quiere comerse la pelota!». No, esto es individualismo: no os comáis la pelota, desarrollad el juego de equipo, de équipe. Pertenecer a una sociedad deportiva quiere decir rechazar toda forma de egoísmo y de aislamiento, es la ocasión para encontrarse y estar con los demás, para ayudarse mutuamente, para competir en la estima recíproca y crecer en la fraternidad.
Muchos educadores, sacerdotes y religiosas, también han partido del deporte para madurar su misión de hombres y de cristianos. Recuerdo, en particular, una hermosa figura de sacerdote, el padre Lorenzo Massa, que por las calles de Buenos Aires reunió a un grupo de jóvenes en torno al campo parroquial y dio vida al que luego se convertiría en un importante equipo de fútbol.
Muchas de vuestras sociedades deportivas han nacido y viven «a la sombra del campanario», en los oratorios, con los sacerdotes, con las religiosas. Es hermoso cuando en la parroquia hay un grupo deportivo, y si no hay un grupo deportivo en la parroquia, falta algo. Si no existe el grupo deportivo, falta algo. Pero este grupo deportivo debe organizarse bien, de modo coherente con la comunidad cristiana, si no es coherente, es mejor que no exista. El deporte en la comunidad puede ser un óptimo instrumento misionero, mediante el cual la Iglesia se acerca a cada persona para ayudarla a llegar a ser mejor y a encontrar a Jesucristo.
Así que, ¡felicidades al Centro deportivo italiano por sus 70 años! ¡Y felicidades a todos vosotros! He oído antes que me habéis elegido vuestro capitán: os lo agradezco. Como capitán, os animo a no encerraros en la defensa, sino a ir al ataque, a jugar juntos nuestro partido, que es el del Evangelio.
Por favor, que todos jueguen, no sólo los mejores, sino todos, con los talentos y los límites que cada uno tiene, más aún, privilegiando a los más desfavorecidos, como hacía Jesús. Y os aliento a llevar adelante vuestro compromiso a través del deporte con los muchachos de las periferias de las ciudades: junto con los balones para jugar también podéis dar motivos de esperanza y de confianza. Recordad siempre estos tres caminos: la escuela, el deporte y los puestos de trabajo. Buscad siempre esto. Y yo os aseguro que en este camino no existirá la dependencia de la droga, del alcohol y de tantos otros vicios.
Queridos hermanos y hermanas, estamos en la víspera de Pentecostés: invoco sobre vosotros una abundante efusión del Espíritu Santo, que con sus dones os sostenga en vuestro camino y os haga testigos gozosos y valientes de Jesús resucitado. Os bendigo y rezo por vosotros, y os pido que recéis por mí, porque también yo debo desarrollar mi juego, que es vuestro juego, es el juego de toda la Iglesia. Rezad por mí, para que pueda desarrollar este juego hasta el día en que el Señor me llame a sí. Gracias.
Ahora hagamos una oración en silencio, todos. Que cada uno de vosotros piense en su equipo, en sus compañeros de juego, en sus entrenadores, en su familia. Y pidamos a la Virgen que bendiga a todos: Avemaría…
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