DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS OBISPOS AMIGOS DEL MOVIMIENTO DE LOS FOCOLARES
Sala Clementina
Jueves 27 de febrero de 2014
Queridos hermanos, ¡bienvenidos!
Este año el tema es «La reciprocidad del amor entre los discípulos de Cristo», tema que se hace eco del mandamiento nuevo que Cristo dio a sus discípulos. Es una cosa buena la oportunidad de una convivencia fraterna, en la que se comparten las experiencias espirituales y pastorales en la perspectiva del carisma de la unidad. Como obispos, estáis llamados a dar a estos encuentros el amplio alcance de la Iglesia y lograr que lo que recibís aquí redunde en beneficio de toda la Iglesia.
La sociedad de hoy tiene gran necesidad del testimonio de un estilo de vida que refleje la novedad que nos trajo el Señor Jesús: hermanos que se quieren a pesar de sus diferencias de carácter, proveniencia, edad… Este testimonio suscita el deseo de sentirse implicados en la gran parábola de comunión que es la Iglesia. Cuando una persona nota que «la reciprocidad del amor entre los discípulos de Cristo» es posible y capaz de transformar la calidad de las relaciones interpersonales, se siente llamada a descubrir o redescubrir a Cristo, se abre al encuentro con Él vivo y operante, experimenta el impulso de salir de sí misma para ir al encuentro de los demás y difundir la esperanza que ha recibido como don.
En la carta apostólica Novo millennio ineunte, el beato Juan Pablo II escribió: «Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo». Y añadió: «Antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades» (n. 43).
«Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión» es en verdad fundamental para la eficacia de todo compromiso en favor de la evangelización, porque revela el deseo profundo del Padre: que todos sus hijos vivan como hermanos; revela la voluntad del corazón de Cristo: que «todos sean uno» (Jn 17, 21); revela el dinamismo del Espíritu Santo, su fuerza de atracción libre y liberadora. Cultivar la espiritualidad de comunión contribuye, además, a que seamos más capaces de vivir el camino ecuménico y el diálogo interreligioso.
Queridos hermanos, gracias por vuestra visita. Deseo que vuestra asamblea sea una ocasión propicia para crecer en el espíritu de colegialidad y obtener del amor recíproco un motivo de aliento y esperanza renovada. Que la Virgen María os acompañe y os sostenga en vuestro ministerio. Confío en vuestras oraciones y os aseguro las mías. Os bendigo a todos y a las comunidades encomendadas a vosotros.
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