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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS DIRIGENTES, EMPLEADOS Y OPERADORES DE LA EMISORA ITALIANA TV2000

Aula Pablo VI
Lunes 15 de diciembre de 2014

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Queridos hermanos y hermanas:

Os doy la bienvenida y os agradezco vuestra calurosa acogida. Doy las gracias al presidente de la Fundación «Comunicación y cultura» y al director por los saludos que me dirigieron. Y saludo a Lucio, que está en el hospital.

Vosotros trabajáis para la Televisión de la Iglesia italiana y precisamente por esto estáis llamados a vivir con mayor responsabilidad vuestro servicio. Al respecto, quisiera compartir con vosotros tres pensamientos que me interesan de modo especial con respecto al papel del comunicador.

Primero. Los medios de comunicación católicos tienen una misión muy ardua respecto a la comunicación social: buscar preservarla de todo lo que la desvía y la somete con otros fines. A menudo la comunicación ha estado supeditada a la propaganda, a las ideologías, a fines políticos o de control de la economía y de la técnica. Lo que hace bien a la comunicación es, en primer lugar, la parresia, es decir, la valentía de hablar de frente, de hablar con franqueza y libertad. Si estamos verdaderamente convencidos de lo que tenemos que decir, las palabras surgen. Si, en cambio, estamos preocupados por los aspectos tácticos —¿el exceso de táctica?— nuestro modo de hablar será falsificado, poco comunicativo, insípido, un hablar de laboratorio. Y eso no comunica nada. La libertad también respecto a las modas, a los lugares comunes, a las fórmulas prefabricadas, que al final anulan la capacidad de comunicar. Despertar las palabras: despertar las palabras. Pero, cada palabra tiene dentro de sí una chispa de fuego, de vida. Despertar esa chispa, para que venga. Despertar las palabras: esta es la primera tarea del comunicador.

Segundo. La comunicación evita ya sea «rellenar» como «cerrar». Se «rellena» cuando se tiende a saturar nuestra percepción con un exceso de eslogan que, en lugar de poner en movimiento el pensamiento, lo anulan. Se «cierra» cuando, en lugar de recorrer el camino largo de la comprensión, se prefiere la senda breve de presentar personas individuales como si fuesen capaces de resolver todos los problemas, o al contrario como chivos expiatorios, a quienes se atribuye toda responsabilidad. Correr inmediatamente hacia la solución, sin dejar lugar al trabajo de representar la complejidad de la vida real, es un error frecuente dentro de una comunicación cada vez más veloz y poco reflexiva. Abrir y no cerrar: he aquí la segunda tarea del comunicador, que será tanto más fecundo cuanto más se deje conducir por la acción del Espíritu Santo, el único capaz de construir unidad y armonía.

Tercero. Hablar a la persona en su totalidad: he aquí la tercera tarea del comunicador. Evitando, como ya dije, los pecados de los medios de comunicación: la desinformación, la calumnia y la difamación. Estos tres son los pecados de los medios de comunicación. La desinformación, en especial, impulsa a decir la mitad de las cosas, y esto conduce a no elaborar un juicio preciso sobre la realidad. Una comunicación auténtica no se preocupa de «atacar»: la alternancia entre alarmismo catastrófico y desinterés consolador, dos extremos que continuamente vemos que se vuelven a proponer en la comunicación actual, no es un buen servicio que los medios de comunicación pueden ofrecer a las personas. Es necesario hablar a las personas en su totalidad: a su mente y a su corazón, para que sepan ver más allá de lo inmediato, más allá de un presente que corre el riesgo de ser desmemoriado y temeroso. De estos tres pecados —la desinformación, la calumnia y la difamación—, la calumnia, parece ser el más insidioso, pero en la comunicación, el más insidioso es la desinformación, porque te lleva a fallar, al error; te conduce a creer sólo una parte de la verdad.

Despertar las palabras, abrir y no cerrar, hablar a toda la persona hace concreta esa cultura del encuentro, hoy tan necesaria en un contexto cada vez más amplio. Con los enfrentamientos no vamos a ninguna parte. Construir una cultura del encuentro. Y esto es un hermoso trabajo para vosotros. Ello requiere estar dispuestos no sólo a dar, sino también a recibir de los demás.

Sé que estáis en una fase de replanteamiento y reorganización de vuestra profesionalidad al servicio de la Iglesia. Os agradezco mucho vuestro trabajo, os doy las gracias por haber aceptado este trabajo. Os aliento por ello y os deseo buenos frutos. Sé también que tenéis una relación estable con el Centro Televisivo Vaticano —para mí esto es muy importante— que os permite transmitir a Italia el magisterio y la actividad del Papa. Os agradezco lo que hacéis con competencia y amor al Evangelio. Y os doy las gracias por el esfuerzo de honestidad, honestidad profesional y honestidad moral, que vosotros queréis realizar en vuestro trabajo. Lo que queréis hacer es un camino de honestidad.

Os encomiendo a la protección de la Virgen y de san Gabriel arcángel, el gran comunicador; fue el comunicador más importante: ¡comunicó la gran noticia! Y mientras os pido que sigáis rezando por mí, porque lo necesito, os deseo una santa y feliz Navidad. Y ahora recemos a la Virgen para que nos bendiga. Avemaría...

 



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