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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO INTERNACIONAL POR LA PAZ
ORGANIZADO POR LA COMUNIDAD DE SAN EGIDIO

Sala Clementina
Lunes 30 de septiembre 2013

 

Beatitudes,
eminencias,
ilustres representantes de las Iglesias,
comunidades eclesiales y grandes religiones:

Os doy las gracias de corazón por haber querido realizar esta visita. ¡Me da alegría! Estáis viviendo intensas jornadas en este Encuentro que reúne a personas de religiones diferentes y que tiene un título significativo y comprometedor: «La valentía de la esperanza». Agradezco al profesor Andrea Riccardi las palabras de saludo que me dirigió en nombre de todos, y con él a la Comunidad de San Egidio, por haber seguido con tenacidad el camino trazado por el beato Juan Pablo II en el histórico encuentro de Asís: conservar encendida la lámpara de la esperanza, rezando y trabajando por la paz. Se estaba en 1986, en un mundo marcado aún por la división en bloques opuestos, y fue en ese contexto donde el Papa invitó a los líderes religiosos a rezar por la paz: nunca más unos contra otros, sino unos junto a otros. No debía y no podía permanecer un acontecimiento aislado. Vosotros habéis continuado ese camino y habéis acrecentado el impulso, implicando en el diálogo a personalidades significativas de todas las religiones y exponentes laicos y humanistas. Precisamente en estos meses percibimos que el mundo necesita el «espíritu» que animó ese histórico encuentro. ¿Por qué? Porque tiene gran necesidad de paz. ¡No! No podemos nunca resignarnos ante el dolor de pueblos enteros, prisioneros de la guerra, de la miseria, de la explotación. No podemos contemplar indiferentes e impotentes el drama de niños, familias y ancianos golpeados por la violencia. No podemos dejar que el terrorismo encarcele el corazón de pocos violentos para sembrar dolor y muerte en muchos. De modo especial decimos con fuerza, todos, continuamente, que no puede existir justificación religiosa alguna para la violencia. No puede existir justificación religiosa alguna para la violencia, en cualquier modo que la misma se manifieste. Como destacaba el Papa Benedicto XVI hace dos años, en el 25° aniversario del encuentro de Asís, es necesario borrar toda forma de violencia motivada religiosamente, y al mismo tiempo vigilar a fin de que el mundo no caiga prisionero de esa violencia contenida en cada proyecto de civilización que se basa en el «no» a Dios.

Como responsables de las diversas religiones podemos hacer mucho. La paz es responsabilidad de todos. Rezar por la paz, trabajar por la paz. Un líder religioso es siempre hombre o mujer de paz, porque el mandamiento de la paz está inscrito en lo profundo de las tradiciones religiosas que representamos. ¿Pero qué podemos hacer? Vuestro encuentro de cada año nos sugiere el camino: la valentía del diálogo. Este valor, este diálogo nos da esperanza. No tiene nada que ver con el optimismo, es otra cosa. ¡Esperanza! En el mundo, en las sociedades, hay poca paz también porque falta el diálogo, le cuesta salir del estrecho horizonte de los propios intereses para abrirse a una confrontación auténtica y sincera. Para la paz se necesita un diálogo tenaz, paciente, fuerte, inteligente, para el cual nada está perdido. El diálogo puede ganar la guerra. El diálogo permite vivir juntas a personas de diferentes generaciones, que a menudo se ignoran; permite vivir juntos a ciudadanos de diversas procedencias étnicas, de diversas convicciones. El diálogo es la vía de la paz. Porque el diálogo favorece el entendimiento, la armonía, la concordia, la paz. Por ello es vital que crezca, que se extienda entre la gente de cada condición y convicción como una red de paz que protege el mundo, y sobre todo protege a los más débiles.

Los líderes religiosos estamos llamados a ser auténticos «dialogantes», a trabajar en la construcción de la paz no como intermediarios, sino como auténticos mediadores. Los intermediarios buscan agradar a todas las partes, con el fin de obtener una ganancia para ellos mismos. El mediador, en cambio, es quien no se guarda nada para sí mismo, sino que se entrega generosamente, hasta consumirse, sabiendo que la única ganancia es la de la paz. Cada uno de nosotros está llamado a ser un artesano de la paz, uniendo y no dividiendo, extinguiendo el odio y no conservándolo, abriendo las sendas del diálogo y no levantando nuevos muros. Dialogar, encontrarnos para instaurar en el mundo la cultura del diálogo, la cultura del encuentro.

La herencia del primer encuentro de Asís, alimentada incluso año tras año en vuestro camino, muestra cómo el diálogo está íntimamente vinculado a la oración de cada uno. Diálogo y oración crecen o disminuyen juntos. La relación del hombre con Dios es la escuela y el alimento del diálogo con los hombres. El Papa Pablo VI hablaba del «origen trascendente del diálogo» y decía: «La religión, por su naturaleza, es una relación entre Dios y el hombre. La oración expresa con diálogo esta relación» (Enc. Ecclesiam suam, 28). Sigamos rezando por la paz en el mundo, por la paz en Siria, por la paz en Oriente Medio, por la paz en tantos países del mundo. Que este aliento de paz done el valor de la esperanza al mundo, a todos aquellos que sufren por la guerra, a los jóvenes que miran preocupados su futuro. Que Dios omnipotente, que escucha nuestras oraciones, nos sostenga en este camino de paz. Y desearía sugerir que ahora cada uno de nosotros, todos nosotros, en la presencia de Dios, en silencio, todos nosotros, nos deseemos recíprocamente la paz. [Pausa de silencio] ¡Gracias!

 


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