DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A SU SANTIDAD MORAN BASELIOS MARTHOMA PAULOSE II,
CATHOLICÓS DE ORIENTE Y METROPOLITA
DE LA IGLESIA ORTODOXA SIRO-MALANKAR
Jueves 5 de septiembre de 2013
Santidad, queridos hermanos en Cristo:
Es para mí una alegría encontrar hoy a Vuestra Santidad y a la distinguida delegación de la Iglesia ortodoxa siro-malankar junto a la tumba del apóstol Pedro. En su persona, saludo a una Iglesia que nació del testimonio que el apóstol Tomás dio del Señor Jesús hasta el martirio. La fraternidad apostólica que unía a los primeros discípulos en el servicio del Evangelio une aún hoy a nuestras Iglesias, si bien, en el curso a veces triste de la historia, hayan surgido divisiones que, gracias a Dios, estamos buscando superar en obediencia a la voluntad y al deseo del Señor mismo (cf. Jn 17, 21).
«¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20, 28) exclamó el apóstol Tomás, con una de las confesiones de fe en Cristo más bellas que se han transmitido en los Evangelios, una fe que proclama la divinidad de Cristo, su señorío en nuestra vida, su victoria sobre el pecado y sobre la muerte con la Resurrección. Un acontecimiento tan real que se invita a santo Tomás a tocar los signos concretos de Jesús Crucificado y Resucitado (cf. Jn 20, 27). Es precisamente en esta fe que hoy nosotros nos encontramos; es esta fe la que nos une, aunque todavía no podemos compartir la mesa eucarística; y es esta fe la que nos impulsa a continuar y a intensificar el compromiso ecuménico, el encuentro y el diálogo hacia la plena comunión. Con profundo afecto doy la bienvenida a Vuestra Santidad y a los miembros de su delegación, y le pido que lleve mi caluroso saludo a los obispos, al clero y a los fieles de la Iglesia ortodoxa siro-malankar. Dirijo un pensamiento especial a las comunidades que está visitando en Europa.
Hace treinta años, en junio de 1983, el Catholicós Moran Mar Baselios Marthoma Mathews I visitó a mi venerado predecesor, el Papa Juan Pablo II y a la Iglesia de Roma. Juntos reconocieron su fe común en Cristo. Más tarde, se encontraron nuevamente en Kottayam, en la catedral de Mar Elias, en febrero de 1986, durante la visita pastoral del Papa a la India. En tal ocasión, el Papa Juan Pablo II afirmó: «Ansío con vuestra santidad que nuestras Iglesias puedan encontrar pronto los medios eficaces para resolver los urgentes problemas pastorales que tenemos planteados y que podamos progresar juntos en el amor fraterno y en nuestro diálogo teológico, porque es así como se realizará finalmente la reconciliación entre los cristianos y la reconciliación en el mundo. Puedo aseguraros que la Iglesia católica, con el compromiso asumido en el Concilio Vaticano II, está dispuesta a participar plenamente en esta tarea» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de febrero de 1986, p. 13). De esos encuentros se inició un camino concreto de diálogo con la institución de una Comisión mixta, que llevó al Acuerdo de 1990, en el día de Pentecostés. Comisión que prosigue su valioso trabajo y que nos ha llevado a dar pasos significativos sobre temas como el uso común de edificios de culto y de cementerios, la concesión mutua de recursos espirituales e incluso litúrgicos en situaciones pastorales específicas, y sobre la necesidad de individuar nuevas formas de colaboración ante los crecientes desafíos sociales y religiosos.
He querido recordar algunas etapas de estos treinta años de progresivo acercamiento entre nosotros, porque pienso que en el camino ecuménico es importante mirar con confianza los pasos realizados superando prejuicios y cerrazones, que forman parte de esa «cultura del enfrentamiento», que es fuente de división, dejando espacio a la «cultura del encuentro» que nos educa en la comprensión recíproca y en el trabajo por la unidad. Solos, sin embargo, esto es imposible; nuestras debilidades y miserias ralentizan el camino. Por ello es importante intensificar la oración, porque sólo el Espíritu Santo con su gracia, con su luz, con su calor puede disolver nuestras frialdades y guiar nuestros pasos hacia una fraternidad cada vez mayor. Oración y compromiso para hacer crecer las relaciones de amistad y colaboración en los distintos niveles, en el clero, entre los fieles, de las diversas Iglesias nacidas del testimonio de santo Tomás. Que el Espíritu Santo siga iluminándonos y guiándonos hacia la reconciliación y la armonía, superando todas las causas de división y rivalidad que han marcado nuestro pasado. Santidad, recorramos juntos este camino mirando con confianza ese día en el que, con la ayuda de Dios, estaremos unidos ante el altar del sacrificio de Cristo, en la plenitud de la comunión eucarística.
Oremos unos por otros, invocando la protección de san Pedro y de santo Tomás por todo el rebaño que ha sido confiado a nuestro cuidado pastoral. Que ellos, que trabajaron juntos por el Evangelio, intercedan por nosotros y acompañen el camino de nuestras Iglesias.
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