DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DE LA "PAPAL FOUNDATION"
Sala Clementina
Jueves 11 de abril de 2013
Queridos amigos:
Me es grato encontrar a los miembros de la Papal Foundation durante su peregrinación a Roma, y agradezco al cardenal Wuerl sus amables palabras. Aprecio mucho vuestro recuerdo ante el Señor en la oración, en estos días que inicio mi ministerio de Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal. En los veinticinco años transcurridos desde la creación de la Fundación, vosotros y vuestros asociados habéis ayudado al Sucesor de Pedro sosteniendo muchas obras de apostolado y de caridad especialmente cercanas a su corazón. En estos años, habéis contribuido de modo significativo al crecimiento de muchas Iglesias particulares en países en vías de desarrollo apoyando, entre otras cosas, la formación permanente del clero y de los religiosos, ofreciendo ayuda, asistencia médica y atención a los pobres y necesitados, y creando oportunidades de formación y de trabajo especialmente necesarias.
Os estoy muy agradecido por todo esto. Las necesidades del pueblo de Dios en el mundo son grandes, y vuestros esfuerzos orientados al progreso de la misión de la Iglesia están ayudando a combatir muchas formas de pobreza material y espiritual presentes en la familia humana, contribuyendo al crecimiento de la fraternidad y de la paz. Que el quincuagésimo aniversario de la encíclica Pacem in terris, del beato Juan XXIII —que se celebra precisamente hoy— sirva de estímulo para comprometerse siempre en la promoción de la reconciliación y la paz en todos los niveles. Durante este tiempo pascual, en el que la Iglesia nos invita a dar gracias por la misericordia de Dios y por la nueva vida que hemos recibido de Cristo resucitado, rezo a fin de que experimentéis la alegría que nace de la gratitud por los numerosos dones del Señor y le sirváis en los últimos de sus hermanos y hermanas.
La obra de la Papal Foundation es sobre todo una solidaridad espiritual con el Sucesor de Pedro. Os pido, por lo tanto, que sigáis rezando por mi ministerio, por las necesidades de la Iglesia, y especialmente para que la mente y el corazón se conviertan a la belleza, a la bondad y a la verdad del Evangelio. Con gran afecto os encomiendo a vosotros y a vuestras familias a la intercesión de María, Madre de la Iglesia, y de corazón imparto la bendición apostólica, como prenda de alegría y paz en el Señor resucitado.
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